Ciencia humilde y ciencia arrogante
En una de las conferencias sobre la filosofía de Henri Bergson que Manuel García Morente pronunció en Madrid en 1916 comenta este último la diferencia entre el culto a la razón y la confianza en la ciencia en los siguientes términos:
La razón y la ciencia no son una misma cosa. La razón es la inteligencia orgullosa de sí misma, acometedora y emprendedora de las más altas hazañas; la razón es el razonamiento, ante el cual nada se detiene y que, en su paso majestuoso, aspira a alcanzar el absoluto saber. La ciencia, en cambio, es una razón disminuida, humillada, curada de su tradicional orgullo, sumisa a la observación y al experimento, recluida en los límites de la relación y del fenómeno. Entre el intelectualismo racionalista y el intelectualismo cientificista, hay esta esencial diferencia: que aquél cree poder aspirar con la razón a conocerlo todo en su esencia eterna, mientras que éste, sabiendo la imposibilidad de tal empresa, renuncia a esos ensueños y se recluye en el laboratorio. [Manuel García Morente, La filosofía de Henri Bergson, Madrid, 1972, pp. 25-26]
De acuerdo con este punto de vista, una cierta humildad es propia del espíritu científico, el cual se opone de este modo a la arrogancia que acompaña a los espíritus dogmáticos en todas sus formas: sistemas metafísicos racionalistas, doctrinas religiosas fundamentalistas, tradicionalismo moral autoritario, etcétera. Sin embargo, junto a esta actitud de modestia genuinamente científica, se desarrolló enseguida un cientifismo o idolatría de la ciencia que incurre en actitudes semejantes a las que pretendía superar. Así, nos sigue diciendo Morente:
Lo que plantea Nietzsche puede ser cierto respecto de algunos científicos o de todos ellos o de ninguno en absoluto. En cualquier caso, la ciencia tiene un valor intrínseco que es totalmente independiente de las motivaciones que empujaron a ciertos hombres a desarrollarla, sean cuales fueren. Por otra parte, la humildad que es característica del espíritu científico se basa en el reconocimiento de las limitaciones propias de la condición humana y, en particular, de su intelecto y sus sistemas sensoriales, para alcanzar conocimiento confiable, no en la imposición de tales limitaciones. Además, intenta sacar el máximo partido de todo lo que sea posible alcanzar dentro de esos límites naturales.
Es un hecho, en cualquier caso, que los científicos gozan, hoy en día, de un alto grado de reconocimiento público y de respaldo institucional. Ostentan una posición de privilegio en las universidades y, dado el alto grado de especialización que han alcanzado las disciplinas científicas particulares, cada uno de ellos se constituye en autoridad en una materia determinada. Por lo que se refiere a esa materia, los profanos se ven obligados a aceptar los puntos de vista de los especialistas con la misma sumisión acrítica que el vulgo medieval profesaba hacia las autoridades religiosas. Es verdad que el científico puede dar las razones de lo que afirma y no escudarse dogmáticamente en una revelación, pero, como el profano no suele estar en condiciones de entender sus razones, en la práctica la situación se atiene al principio de autoridad.
Astrología y Ciencia
La posición de los astrólogos respecto del valor científico de su propia disciplina no es unánime, sino que se halla sujeta a ciertas ambigüedades. Aunque ningún astrólogo con un mínimo de formación cultural se atreve a sostener que el edificio de la astrología fue construido sobre la base del método científico, sí que se alzan voces entre ellos que sostienen que, con todo, la astrología es una ciencia. A continuación introducen ciertos matices o calificativos con la intención de aclarar que se trata, en todo caso, de una ciencia muy peculiar, distinta a las otras, y válida por motivos diferentes de los que sirven para sustentar como tal a la física, la química o la biología. Nos dicen, por ejemplo, que la astrología es una "ciencia sagrada" o una "ciencia clásica", pero no es fácil comprender lo que se quiere decir con esto. Si sólo se trata de afirmar que la astrología contiene conocimientos válidos obtenidos por métodos diferentes de los que emplea la ciencia de nuestros días, puedo estar de acuerdo con ello. Pero si con el añadido de esos calificativos se pretende presentar la astrología como un sistema de conocimiento superior, incuestionable, completo, al que nada se puede añadir ni restar, como si hubiera surgido acabado y perfecto todo entero de una vez, y al que no se le puede reclamar que dé razón de sí mismo, entonces no puedo ver en esas etiquetas otra cosa que una maniobra para restablecer el caduco Principio de Autoridad como base última de la astrología, a falta de una sustentación más legítima y racional.
Otros astrólogos, no necesariamente más modestos, pero probablemente más realistas, admiten que la astrología no es una ciencia, aunque esto no implica, por supuesto, que no contenga nada de valor. Se la define, entonces, como "un arte conjetural", basado en la observación cuidadosa de los cielos y en la experiencia acumulada de muchas generaciones durante milenios, en el pensamiento analógico, en la intuición, en ciertas cadenas de razonamiento o en algunos principios místicos. Pero aún podemos distinguir dos actitudes diferentes dentro de este grupo de astrólogos que no reivindican para el estado actual de la astrología la categoría de ciencia rigurosa, en el sentido moderno del término.
En primer lugar están aquellos astrólogos que no solamente estiman que la categoría de "ciencia" no es apropiada para definir el tipo de saber condensado en la astrología, sino que, además, parecen estar orgullosos de ello. Participan, en general, de cierto desprecio por las ciencias y por los métodos estadísticos que, según ellos, ponen equivocadamente el acento en los aspectos cuantitativos y en los datos aislados. La astrología, por el contrario, es y debe ser holística y centrada en los aspectos cualitativos. Para alcanzar una visión de conjunto y significativa de una carta astral es necesario apoyarse en la intuición y usar métodos más flexibles que los que pueden dar buenos resultados en las ciencias positivas.
En segundo lugar tenemos un grupo de astrólogos, más bien reducido, que considera que, si bien la astrología no ha alcanzado hasta ahora la suficiente claridad, precisión, rigor, verificabilidad y solvencia predictiva como para merecer un puesto al lado de las ciencias admitidas como tales en los círculos universitarios, sería, sin embargo, deseable que avanzara en esa dirección. Para ellos, la astrología contiene, al menos, el germen de una ciencia y es posible y hasta urgente definir el proyecto de una nueva astrología científica de pleno derecho.
Astrología de máximos y astrología de mínimos
A través de estas diferentes posturas, podemos discernir una cierta tensión dialéctica entre lo que podríamos denominar una astrología de máximos y una astrología de mínimos, en función de lo que se espera de ella o se considera que está en condiciones de ofrecer. Estas dos posibilidades son extremas y muy pocos astrólogos se identificarían plenamente con ninguna de las dos, pero la primera es la que ejerce una mayor fascinación tanto para los profesionales de esta disciplina como para su clientela.
Una astrología de máximos es aquella que se presenta como un sistema de conocimiento capaz de proporcionar todas las respuestas, como una Ciencia Sagrada, de inspiración divina, que merece un respeto reverencial. El astrólogo es el sacerdote que oficia de intermediario con la divinidad, el depositario de ancestrales secretos que encierran la quintaesencia del universo y de nuestra conexión con él, el ser humano más próximo a la omnisciencia. Si sus observaciones son poco acertadas o sus predicciones no se cumplen, jamás se cuestionan por ello ni sus métodos ni su ciencia, sino que todo se atribuye a una distracción ocasional o a una pericia insuficiente del astrólogo. La Ciencia Sagrada en sí misma es intocable y queda salvaguardada una y otra vez de sus eventuales fracasos bajo el paraguas de la frase "falló el astrólogo, no la astrología".
Una astrología de mínimos, por el contrario, es aquella que es consciente de sus limitaciones y se presenta únicamente como un sistema de hipótesis de modesto alcance. No promete certezas, sino estimaciones de probabilidad. No se pretende inspirada por los dioses, sino que se presenta como obra enteramente humana. Asume la responsabilidad de sus errores y la posibilidad de que sus fallos se deban a insuficiencias de la ciencia misma, de modo que ésta no es intocable, sino que admite todo tipo de reformas; se la puede "podar" de lo que no funciona o "injertarle" nuevos brotes. Admite el progreso, como consecuencia natural de la investigación. Participa de la actitud de humildad que más arriba hemos asociado al genuino espíritu científico. El astrólogo no es un sacerdote dogmático, sino un investigador que se atiene a los hechos. Cualquier esquema heredado de la astrología tradicional puede y debe ser sometido a controles experimentales siempre que sea posible y se debe estar dispuesto a abandonarlo o, al menos, ponerlo en cuarentena, si no supera con éxito estos controles. Si se adoptan controles muy exigentes y no se admite nada que no los supere, la astrología puede quedar reducida a su mínima expresión: unos pocos resultados estadísticos sobre algunos detalles, que sólo permitirán hacer estimaciones de probabilidad sobre el comportamiento de poblaciones, nunca sobre individuos. De este modo, las consultas privadas serían inviables y resultaría muy difícil proporcionar un marco teórico dentro del cual todos los datos experimentales cobraran sentido.
Un astrólogo del primer tipo -de máximos- no se sentirá muy inclinado a la investigación, pero si emprende alguna sólo pretenderá demostrar que la astrología tradicional estaba en lo cierto. Un astrólogo del segundo tipo -de mínimos- investigará todo lo que pueda, no con la intención de demostrar nada en particular, sino con la intención de descubrir lo que quiera que haya, sea una confirmación de planteamientos tradicionales, una refutación de los mismos o la emergencia de algo completamente nuevo. El investigador del primer tipo sólo desea apuntalar la antigua versión de la astrología, mientras que un investigador del segundo tipo aspira a construir sobre bases firmes una nueva versión.
Es preciso admitir que una astrología de mínimos nunca será popular. El subconsciente de las personas que participan en sesiones de consultas astrológicas, ya sea en el rol de cliente o en el de astrólogo, se halla dominado por una imagen muy cercana a la que he definido aquí como una astrología de máximos. El astrólogo puede llegar a sentirse muy cómodo y halagado adoptando el papel de sabelotodo y, si no es así, será el propio cliente el que le presione una y otra vez con sus preguntas para que lo adopte. Una astrología de mínimos no se prestaría a este juego, el astrólogo sería demasiado parco en palabras y comedido en sus declaraciones y el cliente se sentiría profundamente decepcionado.
A pesar de ello, sólo una astrología de mínimos tiene la posibilidad de avanzar hacia la categoría de ciencia en sentido estricto. Requiere mucho tiempo y esfuerzo, paciencia y disciplina, trabajo metódico y sistemático, acopio de datos, procesamiento de la información, talento para diseñar las pruebas, prudencia para valorar los resultados, pero si va acumulando pequeños o grandes éxitos será lo bastante consistente, confiable y contrastada como para poder constituirse poco a poco en una ciencia madura que pueda presentarse sin complejos ante la comunidad científica. Sólo de este modo, la astrología podrá llamar de nuevo a las puertas de la universidad con alguna esperanza de ser bien recibida.
Es posible, como algunos opinan, que tratar de enfundar la astrología dentro del corsé del método científico sea una forma de extenuarla y anularla en lo que tiene de más valioso, que despojarse de la túnica sacerdotal para vestirse con la bata del científico suponga algún género de degradación más o menos sacrílega. Están en su derecho de verlo así, pero en ese caso deben crear y sostener sus propios templos, sus propios espacios, sus propias escuelas. Es cuando menos ingenuo presentarse ante las puertas de la universidad contemporánea vestido con la túnica del sacerdote caldeo o egipcio y pretender ser tomado en serio y recibido con los brazos abiertos.
© 2012, Julián García Vara
Desgraciadamente esta reclusión no fue completa. El intelectualismo de los científicos no se contenta con renunciar a la construcción metafísica; subrepticiamente se ha ido él también haciendo dogmático. Como los métodos que emplea son fructíferos cuando se aplican a los objetos convenientes, ha ido formándose la creencia de que son aplicables a todos los objetos, y más generalmente, de que son los únicos posibles de aplicar. El intelecto, no sólo se ha recluido en el laboratorio, sino que ha pretendido recluir en él también al espíritu todo. El modo de pensar científico aspiraba a extenderse a la vida entera y sujetar a sus procedimientos toda la actividad humana. Tal es la esencia del positivismo: la inteligencia renuncia al absoluto, pero es para recabar un dominio despótico sobre todo lo humano. [Op. cít., p.26]Esta recaída en el dogmatismo no es propia del espíritu científico en cuanto tal, sino solamente de ciertas debilidades de la naturaleza humana de algunos científicos o de personas que, sin tener ellas mismas formación científica, se adhieren al cientifismo dogmático como sustituto de una religión o de una metafísica en retirada. Admite, por tanto, una explicación meramente psicológica y ya Nietzsche nos proporcionó una de este estilo. Para Nietzsche, el culto a la ciencia -del que él mismo participó en su etapa positivista- sería una de las diversas formas que adopta la rebelión de los esclavos en la moral. El científico ostentaría una falsa modestia, mediante la cual no pretendería rebajarse a sí mismo a una condición más humilde, sino, al contrario, buscaría la humillación de los espíritus más elevados, la imposición de su propio sistema de restricciones metodológicas a los intelectos capaces de volar por encima del suyo, para que ninguno sobresalga.
Lo que plantea Nietzsche puede ser cierto respecto de algunos científicos o de todos ellos o de ninguno en absoluto. En cualquier caso, la ciencia tiene un valor intrínseco que es totalmente independiente de las motivaciones que empujaron a ciertos hombres a desarrollarla, sean cuales fueren. Por otra parte, la humildad que es característica del espíritu científico se basa en el reconocimiento de las limitaciones propias de la condición humana y, en particular, de su intelecto y sus sistemas sensoriales, para alcanzar conocimiento confiable, no en la imposición de tales limitaciones. Además, intenta sacar el máximo partido de todo lo que sea posible alcanzar dentro de esos límites naturales.
Es un hecho, en cualquier caso, que los científicos gozan, hoy en día, de un alto grado de reconocimiento público y de respaldo institucional. Ostentan una posición de privilegio en las universidades y, dado el alto grado de especialización que han alcanzado las disciplinas científicas particulares, cada uno de ellos se constituye en autoridad en una materia determinada. Por lo que se refiere a esa materia, los profanos se ven obligados a aceptar los puntos de vista de los especialistas con la misma sumisión acrítica que el vulgo medieval profesaba hacia las autoridades religiosas. Es verdad que el científico puede dar las razones de lo que afirma y no escudarse dogmáticamente en una revelación, pero, como el profano no suele estar en condiciones de entender sus razones, en la práctica la situación se atiene al principio de autoridad.
Astrología y Ciencia
La posición de los astrólogos respecto del valor científico de su propia disciplina no es unánime, sino que se halla sujeta a ciertas ambigüedades. Aunque ningún astrólogo con un mínimo de formación cultural se atreve a sostener que el edificio de la astrología fue construido sobre la base del método científico, sí que se alzan voces entre ellos que sostienen que, con todo, la astrología es una ciencia. A continuación introducen ciertos matices o calificativos con la intención de aclarar que se trata, en todo caso, de una ciencia muy peculiar, distinta a las otras, y válida por motivos diferentes de los que sirven para sustentar como tal a la física, la química o la biología. Nos dicen, por ejemplo, que la astrología es una "ciencia sagrada" o una "ciencia clásica", pero no es fácil comprender lo que se quiere decir con esto. Si sólo se trata de afirmar que la astrología contiene conocimientos válidos obtenidos por métodos diferentes de los que emplea la ciencia de nuestros días, puedo estar de acuerdo con ello. Pero si con el añadido de esos calificativos se pretende presentar la astrología como un sistema de conocimiento superior, incuestionable, completo, al que nada se puede añadir ni restar, como si hubiera surgido acabado y perfecto todo entero de una vez, y al que no se le puede reclamar que dé razón de sí mismo, entonces no puedo ver en esas etiquetas otra cosa que una maniobra para restablecer el caduco Principio de Autoridad como base última de la astrología, a falta de una sustentación más legítima y racional.
Otros astrólogos, no necesariamente más modestos, pero probablemente más realistas, admiten que la astrología no es una ciencia, aunque esto no implica, por supuesto, que no contenga nada de valor. Se la define, entonces, como "un arte conjetural", basado en la observación cuidadosa de los cielos y en la experiencia acumulada de muchas generaciones durante milenios, en el pensamiento analógico, en la intuición, en ciertas cadenas de razonamiento o en algunos principios místicos. Pero aún podemos distinguir dos actitudes diferentes dentro de este grupo de astrólogos que no reivindican para el estado actual de la astrología la categoría de ciencia rigurosa, en el sentido moderno del término.
En primer lugar están aquellos astrólogos que no solamente estiman que la categoría de "ciencia" no es apropiada para definir el tipo de saber condensado en la astrología, sino que, además, parecen estar orgullosos de ello. Participan, en general, de cierto desprecio por las ciencias y por los métodos estadísticos que, según ellos, ponen equivocadamente el acento en los aspectos cuantitativos y en los datos aislados. La astrología, por el contrario, es y debe ser holística y centrada en los aspectos cualitativos. Para alcanzar una visión de conjunto y significativa de una carta astral es necesario apoyarse en la intuición y usar métodos más flexibles que los que pueden dar buenos resultados en las ciencias positivas.
En segundo lugar tenemos un grupo de astrólogos, más bien reducido, que considera que, si bien la astrología no ha alcanzado hasta ahora la suficiente claridad, precisión, rigor, verificabilidad y solvencia predictiva como para merecer un puesto al lado de las ciencias admitidas como tales en los círculos universitarios, sería, sin embargo, deseable que avanzara en esa dirección. Para ellos, la astrología contiene, al menos, el germen de una ciencia y es posible y hasta urgente definir el proyecto de una nueva astrología científica de pleno derecho.
Astrología de máximos y astrología de mínimos
A través de estas diferentes posturas, podemos discernir una cierta tensión dialéctica entre lo que podríamos denominar una astrología de máximos y una astrología de mínimos, en función de lo que se espera de ella o se considera que está en condiciones de ofrecer. Estas dos posibilidades son extremas y muy pocos astrólogos se identificarían plenamente con ninguna de las dos, pero la primera es la que ejerce una mayor fascinación tanto para los profesionales de esta disciplina como para su clientela.
Una astrología de máximos es aquella que se presenta como un sistema de conocimiento capaz de proporcionar todas las respuestas, como una Ciencia Sagrada, de inspiración divina, que merece un respeto reverencial. El astrólogo es el sacerdote que oficia de intermediario con la divinidad, el depositario de ancestrales secretos que encierran la quintaesencia del universo y de nuestra conexión con él, el ser humano más próximo a la omnisciencia. Si sus observaciones son poco acertadas o sus predicciones no se cumplen, jamás se cuestionan por ello ni sus métodos ni su ciencia, sino que todo se atribuye a una distracción ocasional o a una pericia insuficiente del astrólogo. La Ciencia Sagrada en sí misma es intocable y queda salvaguardada una y otra vez de sus eventuales fracasos bajo el paraguas de la frase "falló el astrólogo, no la astrología".
Una astrología de mínimos, por el contrario, es aquella que es consciente de sus limitaciones y se presenta únicamente como un sistema de hipótesis de modesto alcance. No promete certezas, sino estimaciones de probabilidad. No se pretende inspirada por los dioses, sino que se presenta como obra enteramente humana. Asume la responsabilidad de sus errores y la posibilidad de que sus fallos se deban a insuficiencias de la ciencia misma, de modo que ésta no es intocable, sino que admite todo tipo de reformas; se la puede "podar" de lo que no funciona o "injertarle" nuevos brotes. Admite el progreso, como consecuencia natural de la investigación. Participa de la actitud de humildad que más arriba hemos asociado al genuino espíritu científico. El astrólogo no es un sacerdote dogmático, sino un investigador que se atiene a los hechos. Cualquier esquema heredado de la astrología tradicional puede y debe ser sometido a controles experimentales siempre que sea posible y se debe estar dispuesto a abandonarlo o, al menos, ponerlo en cuarentena, si no supera con éxito estos controles. Si se adoptan controles muy exigentes y no se admite nada que no los supere, la astrología puede quedar reducida a su mínima expresión: unos pocos resultados estadísticos sobre algunos detalles, que sólo permitirán hacer estimaciones de probabilidad sobre el comportamiento de poblaciones, nunca sobre individuos. De este modo, las consultas privadas serían inviables y resultaría muy difícil proporcionar un marco teórico dentro del cual todos los datos experimentales cobraran sentido.
Un astrólogo del primer tipo -de máximos- no se sentirá muy inclinado a la investigación, pero si emprende alguna sólo pretenderá demostrar que la astrología tradicional estaba en lo cierto. Un astrólogo del segundo tipo -de mínimos- investigará todo lo que pueda, no con la intención de demostrar nada en particular, sino con la intención de descubrir lo que quiera que haya, sea una confirmación de planteamientos tradicionales, una refutación de los mismos o la emergencia de algo completamente nuevo. El investigador del primer tipo sólo desea apuntalar la antigua versión de la astrología, mientras que un investigador del segundo tipo aspira a construir sobre bases firmes una nueva versión.
Es preciso admitir que una astrología de mínimos nunca será popular. El subconsciente de las personas que participan en sesiones de consultas astrológicas, ya sea en el rol de cliente o en el de astrólogo, se halla dominado por una imagen muy cercana a la que he definido aquí como una astrología de máximos. El astrólogo puede llegar a sentirse muy cómodo y halagado adoptando el papel de sabelotodo y, si no es así, será el propio cliente el que le presione una y otra vez con sus preguntas para que lo adopte. Una astrología de mínimos no se prestaría a este juego, el astrólogo sería demasiado parco en palabras y comedido en sus declaraciones y el cliente se sentiría profundamente decepcionado.
A pesar de ello, sólo una astrología de mínimos tiene la posibilidad de avanzar hacia la categoría de ciencia en sentido estricto. Requiere mucho tiempo y esfuerzo, paciencia y disciplina, trabajo metódico y sistemático, acopio de datos, procesamiento de la información, talento para diseñar las pruebas, prudencia para valorar los resultados, pero si va acumulando pequeños o grandes éxitos será lo bastante consistente, confiable y contrastada como para poder constituirse poco a poco en una ciencia madura que pueda presentarse sin complejos ante la comunidad científica. Sólo de este modo, la astrología podrá llamar de nuevo a las puertas de la universidad con alguna esperanza de ser bien recibida.
Es posible, como algunos opinan, que tratar de enfundar la astrología dentro del corsé del método científico sea una forma de extenuarla y anularla en lo que tiene de más valioso, que despojarse de la túnica sacerdotal para vestirse con la bata del científico suponga algún género de degradación más o menos sacrílega. Están en su derecho de verlo así, pero en ese caso deben crear y sostener sus propios templos, sus propios espacios, sus propias escuelas. Es cuando menos ingenuo presentarse ante las puertas de la universidad contemporánea vestido con la túnica del sacerdote caldeo o egipcio y pretender ser tomado en serio y recibido con los brazos abiertos.
© 2012, Julián García Vara