domingo, 3 de junio de 2012

El Rádix Dinámico

Direcciones simbólicas, V



Las expresiones "carta natal", "carta radical" y "rádix" son intercambiables y se refieren al mapa del cielo del instante del nacimiento de una persona o de cualquier entidad natural o jurídica susceptible de ser tratada como sujeto de un análisis de tipo astrológico. Normalmente se entiende que una carta de este tipo es una referencia estable, inalterable, permanente, que precisamente por ello describe los aspectos más constantes del modo de ser y del comportamiento del sujeto que nace con ella. Frente a esta carta estática tenemos un amplio conjunto de cartas alternativas que se calculan para estudiar los aspectos transitorios, ocasionales o provisionales que pueden afectar al sujeto de una carta natal en períodos específicos de su vida. Son todas aquellas definidas por las diferentes técnicas de predicción: direcciones, progresiones, revoluciones y tránsitos, fundamentalmente. Puesto que estas cartas complementarias están centradas en los procesos de cambio, podemos denominarlas en conjunto cartas dinámicas. Desde este punto de vista, la expresión "rádix dinámico" que da título a este artículo parece una contradicción en los términos y reclama, por tanto, una explicación. Desde aquí hasta el final intentaré satisfacer esa exigencia.

En el artículo anterior he denominado "Direcciones de Clave Armónica" a todas las direcciones simbólicas cuya medida de movimiento se define a partir de la división del círculo por un número entero. Por lo general, esta medida de movimiento se asocia a un período anual, pero esto no es obligatorio; mi programa Direcciones simbólicas de clave armónica permite experimentar con otros periodos. Si tomamos el año como periodo de referencia, el número entero que divide al círculo en cada una de las claves será, al mismo tiempo, el número de años que necesita un punto cualquiera del rádix para retornar a su lugar de origen; nos indica, por tanto, la duración en años del ciclo asociado a cada clave. Cuanto más dura ese ciclo tanto menor es el desplazamiento anual de los planetas dirigidos. La clave armónica 21600, por ejemplo, produce un movimiento de un minuto de arco anual o un grado cada 60 años y le corresponden 72 armodinas (divisores). Con claves mucho más altas el movimiento anual sería imperceptible y la carga de armodinas mucho mayor, lo que se traduciría en una carta dirigida muy potente pero, a la vez, prácticamente indistinguible de la carta natal.


Una especulación de este tipo permite pensar en la carta radical como algo no estrictamente permanente en modo alguno, algo que no es fijo ni estático, que no se conserva más allá del instante en que ese cielo se dio, ni siquiera como una huella en el nativo. Lo que queda, lo que sigue actuando, lo que creemos reconocer y confundimos con la carta radical, son estos ciclos direccionales tan lentos y cargados de armodinas que, en la práctica, no llegan a moverse lo suficiente como para que podamos discernirlos del rádix  ni admiten competencia de los ciclos rápidos con muchas menos armodinas.

Puede parecer ociosa una puntualización como ésta que, a fin de cuentas, carece de repercusiones observables. Si una carta radical inmóvil es indiscernible de otra con un movimiento menor que la unidad más pequeña que somos capaces de medir, entonces, a todos los efectos prácticos, ambas cartas son la misma. Sin embargo, desde un punto de vista teórico, el modelo dinámico vibracional de la carta radical puede explicar muchas cosas que, desde el modelo estático permanecen como misterios impenetrables. Una de ellas es la existencia misma de las direcciones simbólicas y su efectividad, incomprensible si pensamos en la carta radical como algo que sólo permanece en un estado, el inicial, pero perfectamente lógica si entendemos que el estado inicial es sólo el punto de origen de una serie de cadenas vibratorias que interactúan  entre sí. Dicho de otro modo, si la carta radical, contraviniendo todas las leyes de la naturaleza, permaneciera inalterable de una vez para siempre, entonces no podría girar ni desplazarse por la eclíptica a los ritmos marcados por las claves direccionales, ni de ninguna otra forma. No podría haber direcciones simbólicas. Pero una carta radical que sólo sea el impulso inicial de una serie de ciclos que se desplazan a través del tiempo de la misma manera que las ondas lo hacen a través del espacio o de un medio elástico, puede explicar a plena satisfacción la existencia simultánea de tantas réplicas desplazadas de la carta radical como claves direccionales haya. Y nótese que esa colección de variantes giradas de la carta radical ha de estar presente para que puedan establecerse aspectos entre ellas y que las direcciones simbólicas consisten, precisamente, en establecer esos aspectos. Si esta suposición es acertada, entonces las direcciones simbólicas no se aplican realmente sobre la carta radical, sino sobre otra carta dirigida a una velocidad tan lenta que la deja más cerca de la carta radical que la unidad de medida más pequeña que somos capaces de distinguir significativamente. Y si admitimos esto, es decir, que las direcciones simbólicas consisten en fenómenos de resonancia entre dos o más ciclos-onda, originados ambos en un mismo rádix, pero rigurosamente separados ya de él, entonces se sigue como consecuencia que dos claves direccionales cualesquiera pueden actuar la una sobre la otra, tal como postulamos al introducir el concepto de equivalencia de pares.

Otro de los profundos misterios que, desde el enfoque dinámico del rádix, puede empezar a dejar de serlo es el de cómo se explica que las cartas radicales sigan siendo eficaces mucho tiempo después de fallecida la persona con la cual nacieron. O cómo es que las cartas radicales de naciones siguen funcionando mucho después de que se haya extinguido el último de sus fundadores. Me refiero, en ambos casos, a que siguen respondiendo a tránsitos y otras técnicas de prognosis. Puede alegarse que precisamente esto encaja muy bien con un modelo estático, según el cual el radix permanece inalterado a través de los siglos. Pero ¿qué es lo que permanece y dónde permanece? Si decimos que la carta astral es una impronta o huella que el cielo natal deja sobre la persona, con la muerte de ésta se borraría esa huella. Si decimos que se conserva en la memoria de las gentes que conocieron al nativo, tal huella estaría profundamente distorsionada por las diferencias de opinión y las limitaciones de percepción de las distintas personas, además de que, de todas formas, sólo retrasaría su extinción una generación más. Lo que permanece, por tanto, no debe ser una simple huella, ni tampoco puede permanecer alojado en el organismo o la conciencia del nativo. Sólo algo más permanente que eso, como una conciencia universal o una malla cósmica, podría retener la vibración dinámica de ese impulso inicial. Cuando arrojamos una piedra a un estanque, el impacto genera una onda que mantendría su expansión aun cuando la piedra se desintegrase inmediatamente después. De forma análoga, una serie de ondas generadas en el universo por el nacimiento de alguien o de algo, sobrevivirían a su sujeto. Si algunas de estas ondas son de una amplitud tal que las involucra en procesos cíclicos extremadamente lentos, podrán participar en fenómenos de resonancia mucho tiempo después del evento que les dio origen, en una escala que supera ampliamente el ciclo vital de una persona o de una generación y, además, en una frecuencia muy similar a la propia del estado celeste inicial. Es decir, se comportarán prácticamente del mismo modo que lo haría una carta radical estática sensible a las variaciones del medio cósmico, pero sin ocasionar las perplejidades a que el modelo estático da lugar. La aparente estabilidad de la carta radical sería también comparable a la persistencia de algunas estrellas fijas después de su extinción. Una vez apagada una estrella, todavía la vemos en el cielo durante tanto tiempo como añoz-luz nos separaban de ella.

Estructura galáctica del rádix dinámico


Los planetas del sistema solar tienen periodos diferentes debido, fundamentalmente, al distinto radio de sus órbitas. Lo que hace que algunos planetas empleen bastante más tiempo que otros en completar una revolución en torno al Sol no es que sus velocidades sean más lentas, sino que tienen que recorrer un círculo más amplio. Así como la amplitud de una órbita planetaria determina su velocidad relativa, medida en grados, inversamente, a partir de su velocidad relativa podemos deducir el radio de su órbita.

Hemos visto que las direcciones simbólicas de clave armónica hacen girar la carta radical a velocidades distintas, según la clave de dirección de que se trate. Podemos entonces representar una secuencia de giros radicales, conforme a una serie de claves de dirección consecutivas, valiéndonos de diversas órbitas concéntricas. Es decir, puesto que la clave armónica 1 es la que mueve la carta a mayor velocidad, le corresponde la órbita de menor radio o más interna. Envolviendo a ésta, tendríamos las posiciones dirigidas de los planetas según la clave armónica 2, para un momento dado. Una tercera órbita albergaría las direcciones de clave armónica 3, y así indefinidamente.

Si nos atenemos estrictamente a las velocidades de giro, las distancias que separarían entre sí dos órbitas consecutivas de las más internas serían considerablemente mayores que en el caso de las órbitas más alejadas del centro. Estas últimas llegarían a estar prácticamente superpuestas, hasta diferenciarse muy poco o nada de la carta radical. No obstante, cuando ensayamos la tarea de representar gráficamente un elevado conjunto de estados direccionales simultáneos por el procedimiento de las órbitas concéntricas, resulta poco práctico y un desperdicio de espacio respetar la escala de las distancias orbitales. Por eso en la figura a hemos comprimido al máximo el espacio interorbital, manteniendo constantes las distancias. 


figura a

Lo que representa esta figura son las posiciones eclípticas de los diez planetas de un radix, tal como quedan situados por las 180 primeras claves armónicas de dirección, en órbitas concéntricas sucesivas. Naturalmente, no utilizamos los glifos habituales en astrología para simbolizar los planetas, dado que en un espacio ínfimo hemos de reunir 1800 posiciones planetarias por cada círculo. En su lugar, nos valemos de simples puntos. Tampoco se han dibujado las órbitas, para no enturbiar más la imagen.

La figura a recoge las direcciones simbólicas vigentes un año después de inaugurado el radix. Si se tratara del nacimiento de una persona, indicaría un año de edad. En ese tiempo, la más rápida de las claves consideradas, la 1, ha completado su primer giro, reproduciendo la situación del rádix. La siguiente, la clave armónica 2, sólo ha tenido tiempo de completar medio giro, dejando toda la carta en oposición a sus posiciones originales. La clave 3 ha completado un tercio de giro, la clave 4 un cuarto, etc. La diferencia entre dos claves consecutivas, como sabemos, va siendo cada vez menor. Desde la clave 1, que ha desplazado cada planeta 360 grados, hasta la clave 90, que sólo los ha desplazado 4 grados, hay una diferencia de 356. Pero desde la clave 90 hasta la 180 sólo hay una diferencia de 2 grados. Esta es la razón de que las aglomeraciones de puntos en las distintas órbitas se perciban prácticamente como líneas, en la mayor parte de la figura.



figura b

La figura b plasma la situación de los planetas dirigidos a una fecha 10 años posterior al rádix. Se observa como las líneas planetarias se van plegando hacia el interior de la figura, al tiempo que se va formando una especie de nube de puntos en la zona central.


figura c

La figura c nos muestra la situación de las 180 disposiciones planetarias giradas por direcciones, al cabo de 100 años. Las líneas planetarias se han curvado ya claramente en forma de brazos de una espiral, semejando la estructura de cierto tipo de galaxias.


figura d

La figura d, correspondiente a 1000 años después del rádix, ha sido definitivamente conquistada por la expansión de la nube de puntos central. Sin embargo, si en esta última figura hubiésemos incluido 1800 claves armónicas, comprimidas en el mismo espacio, su apariencia sería la misma que la de la figura c. Y si hubiésemos contado con 18.000 claves, tendría el mismo aspecto que la figura b. Finalmente, con 180.000 claves resultaría indistinguible de la figura a.

Lo interesante de estas figuras es que destacan a la vez el carácter dinámico y cambiante de la carta radical, por un lado, y su terca persistencia, por el otro, valiéndose de un único modelo teórico para explicar ambas cosas.



© 2009, 2012, Julián García Vara

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