martes, 29 de julio de 2014

Trauma de nacimiento, cesáreas y astrología



Casi todo en astrología gravita en torno al momento del nacimiento de las personas, pero, a pesar de eso, la mayoría de los astrólogos dedican poco o ningún tiempo a reflexionar sobre la naturaleza de este hecho tan excepcional y las circunstancias que lo rodean en cada caso. En la práctica, los que calculamos cartas natales, sea por afición, por profesión o por curiosidad investigadora, tratamos el nacimiento de cada persona como si fuese exactamente igual al de cualquier otra y sólo se diferenciaran por las distintas configuraciones de los planetas que los acompañan. Sin embargo, el nacimiento es uno de los extremos de la vida y así como, en relación con el otro extremo, sucede que no todo el mundo muere de la misma manera, tampoco todo el mundo nace del mismo modo. Solemos distinguir entre muerte naturales y muertes violentas y entendemos, por lo general, que las víctimas de muertes violentas abandonan este mundo "antes de tiempo", forzadas de modo abrupto y antinatural a interrumpir su ciclo de vida cuando todavía no estaba completo. Los que están convencidos de que la muerte no es el fin de todo sino sólo una transición a otro estado de conciencia, nos advierten de las dificultades que debe experimentar el alma para entender lo que le ha sucedido cuando la muerte sobreviene por un accidente inesperado o una agresión homicida. Se supone que esto causa un daño adicional, un trauma que el alma arrastrará consigo a su próxima encarnación. Está claro, por lo demás, que si no hay nada después de la muerte tampoco puede haber trauma alguno. Pero ¿qué sucede con el nacimiento?, ¿vale también ahí la distinción entre natural y violento?, ¿puede haber nacimientos traumáticos y no traumáticos?

El único que merece el nombre de nacimiento natural es el que es producto de un parto vaginal espontáneo que se desarrolla más o menos sin complicaciones. Pero los partos inducidos y las cesáreas son cada vez más frecuentes. Estas últimas alcanzan en Europa y América cifras que oscilan entre el 20 y el 40 por ciento, según los países. Muchas de ellas son programadas y entonces se escoge la fecha y hora en función de la conveniencia del médico o de la madre. Una consecuencia de esto es que se ha observado una significativa disminución de nacimientos en días festivos, tales como el día de navidad o el de año nuevo o, en el caso de los Estados Unidos, el 4 de julio, festividad de la independencia (Amitabh Chandra, Las fechas de cumpleaños más y menos habituales del año). ¿Qué consecuencias tiene esto para el niño, por una parte, y para la astrología, por la otra? Como no soy ninguna autoridad en materia médica, biológica o psicológica, prefiero ceder la palabra a los que saben más que yo de esto y limitarme aquí, por tanto, a recomendar algunos artículos o trabajos, tales como el de Paco Traver, sobre El trauma del nacimiento, o el de William R. Emerson: El trauma del nacimiento: los efectos psicológicos de las intervenciones obstétricas.

Traver, por ejemplo, tras una presentación muy sucinta de las teorías de Otto Rank sobre el trauma del nacimiento, nos recuerda que tal concepto fue rechazado primero por Freud y la ortoxia psicoanalítica y después por la ciencia médica, en base a que
no existe memoria (cognitiva) de estos acontecimientos debido a la inmadurez del sistema nervioso del neonato. Si no hay recuerdo no puede haber trauma -concluyen- en la evidencia de que los primeros recuerdos de nuestra infancia suelen estar fechados entre los 3 o 4 años. Antes de eso no puede existir memoria traumática puesto que no hay memoria cognitiva para establecer etiquetas sobre los acontecimientos.
Emerson, sin embargo, asegura que los recuerdos del nacimiento están validados por la investigación clínica de la terapia de regresión
que muestra que los pacientes regresan al nacimiento de manera espontánea, tanto si reciben indicaciones de ello como si no, y desarrollan ciertos síntomas como resultado de esas regresiones. Miles de personas han “regresado” instintivamente y descubierto recuerdos de su temprana infancia, nacimiento y, en algunos casos, del período prenatal. Mucha gente ha tenido recuerdos de intervenciones obstétricas, lo que ha facilitado establecer la relación entre sus síntomas etológicos y los procedimientos obstétricos y, como resultado, experimentar la curación de sus síntomas (Emerson, 1996b). Otro punto de validez es la llamada “investigación de verificabilidad” (por ejemplo, la investigación que intenta comparar los recuerdos del nacimiento obtenidos por terapia de regresión con los datos objetivos de los historiales médicos, los informes de la gente presente en el nacimiento y/o los recuerdos de los parientes y los padres). Cuando se verifica con los informes oficiales o los recuerdos de los que estuvieron presentes en el parto, los recuerdos del nacimiento adquieren mayor precisión (Chamberlain, 1988). Especialmente impresionantes son los casos en los que los adultos recuerdan y luego confirman las intervenciones obstétricas a pesar de que habían recibido una información contraria (Emerson, 1996b).
La mayoría de los experimentos con técnicas de regresión son bastante cuestionables y es evidente que muchos de ellos no van más allá de meras sugestiones hipnóticas, pero basta con que algunos casos resistan bien los controles más rigurosos para dejar una puerta abierta a la posibilidad de que las circunstancias en que se desarrolló el nacimiento dejen una huella permanente en el psiquismo inconsciente. El problema es que no podemos preguntar directamente a un bebé de pocos meses si experimentó miedo al nacer, porque aún no ha desarrollado el lenguaje ni las estructuras cognitivas apropiadas para conceptualizar su propia experiencia y poder comunicarla o retenerla en la memoria. Es evidente que el niño ha de experimentar su propio nacimiento como una conmoción de gruesas proporciones, pero es poco probable que pueda dar algún sentido a lo que está sucediendo. El niño no sabe que está naciendo, porque, si hemos de creer a Piaget y a la Psicología Evolutiva, ni siquiera ha establecido todavía ninguna diferencia entre él y el mundo. Incluso si la hubiera establecido —que no parece que sea el caso— desde el punto de vista del niño el que estaría naciendo sería el mundo, porque él ya estaba allí mucho antes de que todos esos nuevos estímulos vinieran a molestarle. El niño no es dado a luz, sino que la luz es dada al niño. Y con esa luz y con el aire de la primera inspiración suponen los astrólogos que recibe el niño un informe completo y extremadamente preciso de las posiciones de los cuerpos celestes en ese mismo instante. No, claro está, de manera conceptual, ni tampoco de manera sensible. ¿Quién podría creer eso? Ocurre de manera sutil y misteriosa, lo que equivale a decir que no tenemos ni la menor idea de cómo ocurre.

Michel Gauquelin observó mediante estadísticas de comparaciones de cartas natales de padres e hijos que las posiciones de algunos planetas respecto del meridiano y el horizonte del lugar de nacimiento suelen ser las mismas en el nacimiento de un niño y en el de alguno de sus progenitores. Llamó a esto "la herencia astral" y advirtió que tal herencia no se apreciaba en los casos de niños nacidos por cesárea. Trató de hallar una explicación a esta diferencia y, para ello, postuló la existencia de "relojes biológicos" capaces de disparar el proceso del nacimiento mediante la oportuna liberación de mínimas cantidades de hormonas.
el niño, dentro de la matriz, está protegido contra violentos cambios exteriores. Vive allí en condiciones uniformes, protegido contra los "cronómetros" más obvios, como son la luz, la temperatura y la humedad. Estos factores son, para él, prácticamente invariables; el niño flota en completa oscuridad en el líquido amniótico a una temperatura constante de 37 grados centígrados. Pero el descubrimiento fundamental de Brown es que las cosas vivas no pueden vivir sin cronómetros. Si están situadas fuera del alcance de los cronómetros más "obvios" del ambiente, instintivamente encontrarán otros esquemas que les ayuden a regular sus ritmos biológicos, volviéndose más sensibles a la influencia de "sincronizadores sutiles" procedentes del espacio.
Ésta es la situación en que el niño se encuentra antes de nacer. Parece capaz de percibir cambios sumamente pequeños en el ambiente cósmico y, de esa forma, provocar el comienzo del parto, que ha sido preparado durante mucho tiempo con anticipación en los cuerpos de la madre y el niño. Cuando se acerca el momento, "una cantidad infinitesimal de hormonas en la sangre es suficiente para dar lugar al parto", como dice J. D. Ratcliff. Es posible que un estímulo cósmico, aunque sea de poquísima energía, pueda producir tan diminuta secreción hormonal; el progreso de la medicina moderna hace plausible esta hipótesis. Recientemente, A. Csapo, del Instituto Rockefeller, de Nueva York, ha mostrado el papel de las hormonas placentarias en el parto. Como la placenta y el feto tienen su origen en la misma celda, el feto puede, por la placenta, influir en las contracciones uterinas de la madre.
Michel GauquelinLos relojes cósmicos
No se trata de una verdadera explicación, sino sólo de una hipótesis especulativa. Según ella, en todo caso, el organismo del niño o, más bien, la unidad orgánica madre-niño, tiene algún modo de distinguir cuándo se dan las condiciones cósmicas apropiadas para que se produzca el nacimiento. Si, de manera totalmente artificial, el nacimiento es programado por el médico en función de los huecos de su agenda, tales relojes biológicos no pueden ya intervenir ni sincronizarse con el cosmos. Entonces surgen varias preguntas ¿la ruptura de esta conexión cósmica invalida o restringe de alguna manera la eficacia de la correspondiente carta natal?, ¿podrá el niño, a pesar de todo, sintonizar con la que hubiera sido su carta natal de no haber sido adelantado artificialmente su nacimiento?, ¿la carta natal forzada por cesárea funciona realmente como una carta de nacimiento o como una carta de otra cosa?

Esta última pregunta es totalmente pertinente, porque no es en absoluto lo mismo nacer de manera natural que ser extraído del vientre de la madre de manera agresiva y artificial, como si se tratara de un tumor. En el primer caso podemos suponer, como hace Gauquelin, que el organismo del niño participa de alguna manera en la decisión de nacer y en la elección del momento oportuno y que, por tanto, el niño viene al mundo de manera activa siguiendo su propio impulso cuando está preparado para ello. En el segundo caso, el niño no nace, propiamente hablando, sino que es arrancado de su confortable habitáculo de un modo violento, antes de tiempo, y si bien en algunos aspectos esto puede ser más cómodo para el niño, ya que no tiene que hacer ningún esfuerzo para avanzar a través del cuello uterino, después tiene más dificultades para respirar y alimentarse, dado que está bajo los efectos inhibidores de los medicamentos administrados a la madre. Pero, sobre todo, se le ha privado de cualquier posibilidad de iniciativa respecto de su propio nacimiento, que ha dejado de ser un proceso activo para convertirse en "algo que ha sucedido" o "algo que le han hecho". ¿Es, entonces, la carta de ese algo una carta natal o es otra clase de carta? Se dice que el Ascendente de una carta natal representa, entre otras cosas, la manera de abrirse paso en la vida, de comenzar las cosas, de tomar iniciativas. ¿Representa también eso el Ascendente de una carta del momento en que se privó definitivamente al niño de la posibilidad de abrirse camino hacia la vida por sí mismo?

Los partidarios de enfoques kármicos de la astrología, basados en la idea de la Rueda de las Reencarnaciones, sostienen que el niño antes de nacer escoge su propia carta natal, sus padres, su lugar y circunstancias de nacimiento. Si esto fuera cierto ¿cómo habríamos de ver un parto por cesárea? ¿Como el modo de nacimiento que el niño eligió antes de nacer o como la alteración del destino que había elegido para sí y el correspondiente desenfoque de su misión y trastorno de su camino evolutivo?

Esta idea de que cada uno viene al mundo con una misión o una tarea de aprendizaje y que nace con la carta natal más adecuada para cumplir ese propósito no deja de ser una idea mística que tal vez se corresponda con la realidad o tal vez no, pero que, en cualquier caso, no puede ser validada por ninguna experiencia. Sin embargo, algo que sí puede observarse es la trama de relaciones personales a través de la estructura de las casas de la carta natal. En la carta natal de una persona hay múltiples referencias directas e indirectas a otras personas. Buscamos información sobre los padres en las casas 4 y 10, sobre los hermanos en la casa 3, sobre los hijos en la casa 5, sobre los amigos en la casa 11, sobre el cónyuge en la casa 7, sobre empleados o subordinados en la casa 6, etc. Y, en efecto, todo el que haya acumulado suficiente experiencia observando acontecimientos de su propia vida a través de los tránsitos y otras técnicas de prognosis habrá podido comprobar más de una vez con qué fidelidad se reflejan en la carta propia acontecimientos cuyos verdaderos protagonistas son otras personas del entorno. ¿Cómo es posible que lo que pasa a mi hermano, a mi esposa o a mi padre se refleje a veces incluso con más claridad en mi propia carta que en la de ellos? Evidentemente esto indica que hay vínculos entre todas las cartas y entonces la pregunta es ¿el nacimiento por cesárea rompe estos vínculos, los cancela o los transforma en otros?

Un vínculo que aparentemente debe quedar roto por una cesárea programada es el que existe entre la carta de la concepción -conocida también como Época- y la carta de nacimiento de una misma persona. Se ha sostenido desde la antigüedad que existen importantes conexiones entre los grados ocupados por la Luna y por el ascendente en la carta del momento de la concepción y en la carta del nacimiento y la investigación moderna ha venido a confirmarlo. Así, por ejemplo, escribe Juan Estadella (Técnicas avanzadas en astrología predictiva, p.36):
Definitivamente se ha comprobado que la posición en grados y minutos del ascendente o descendente natales corresponde siempre a la posición exacta de la Luna en la Época, con un orbe de máximo 8' de arco, siendo la media general de 2'. Unas veces corresponde a la posición del Ascendente natal y otras a la del Descendente, indistintamente. No obstante, en el grueso de Épocas rectificadas y autentificadas por varios autores desde hace algunos años, se observa un ligero predominio de coincidencias entre la Luna de la Época y el Ascendente natal; sin embargo, la desviación estadística observada, no es suficientemente significativa como para considerarla, pues tan sólo se han considerado cerca de cien casos.
Estadella no da más detalles respecto de la forma en que se ha comprobado esto y no menciona para nada si los nacimientos estudiados fueron todos naturales o también había casos de cesáreas programadas. Lo que sí dice es que "hay que desvincular totalmente el horóscopo de la concepción de la fecha o momento en que tuvo lugar el coito, pues hay que entender que la concepción propiamente dicha, acontece ordinariamente dentro de los dos o tres días posteriores al acto sexual, aunque en algunos casos excepcionales, se han hallado espermatozoides vivos en la trompa después de siete u ocho días." (p.33) Y dice también que "en las primeras ecografías realizadas inmediatamente después de que la mujer ha quedado embarazada, ya puede fijarse la fecha de la concepción con una semana como margen de error". (p.37) Pero en una semana la Luna recorre un cuarto del zodiaco. Con semejante grado de indeterminación ¿cómo se puede establecer una correspondencia tan exacta, dentro de minutos de arco, con el ascendente natal? Es evidente que no por observación directa de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, ya que esto es inviable. Lo que se ha hecho es rectificar simultáneamente la carta natal y la carta de la concepción hasta hacerlas encajar entre sí, por un lado, y con tránsitos, progresiones y direcciones de acontecimientos probados sobre ambas cartas, por el otro. Lamentablemente, por muy minucioso que pueda ser un trabajo de rectificación, con él no puede probarse nada, porque no deja de ser un trabajo especulativo. Pero si por estos procedimientos se obtienen cartas que "funcionan", en el sentido que dan los astrólogos a esta palabra, podemos concederles como mínimo el beneficio de la duda y asumir que es muy probable que estas correlaciones sean reales. Si esto es así, y dado que el ascendente cambia de grado en sólo cuatro minutos, es evidente que un nacimiento programado de manera artificial ha de desgarrar necesariamente esta unidad natural entre la carta de la concepción y la carta natal.

@ 2014, Julián García Vara