jueves, 23 de febrero de 2012

Nuevas ideas sobre revoluciones, tránsitos y otros métodos de prognosis



Tanto si se aspira a formular predicciones como si se prefiere comprender el desarrollo de las potencialidades de una persona, es esencial el conocimiento de los conceptos básicos sobre los que se asientan las técnicas usadas en astrología para investigar los procesos de cambio. Aunque existe una gran variedad de técnicas, la mayoría de ellas se guían por unos pocos principios comunes. Reteniendo estos principios en lugar de una lista desordenada de procedimientos podremos adaptar las herramientas de prognosis a nuestras necesidades específicas con mayor libertad y eficiencia.

Articulación de revoluciones y tránsitos

El punto del zodiaco ocupado por el Sol en el momento del nacimiento de una persona es su posición radical o natal. Lo que quiera que signifique este Sol radical según el signo y la casa que ocupa y sus aspectos con los demás planetas se aplica a toda la vida de la persona. Después del nacimiento, el Sol continúa su deambular por el zodiaco, pasando de un signo a otro, y en su camino va formando nuevos aspectos, tanto con los demás planetas en movimiento como con los lugares que los planetas ocupaban en la carta natal. Estos nuevos aspectos que tanto el Sol como los demás planetas en movimiento van formando con los planetas natales se conocen con el nombre de tránsitos, porque son transitorios, a diferencia de los aspectos radicales o natales que son permanentes. Los aspectos natales no tienen por qué ser exactos para que se admita su existencia y actividad, sino que es suficiente con que el ángulo formado por dos planetas no se aleje del punto de aspecto exacto más allá de un cierto número de grados. Este margen de variación es lo que se conoce como el orbe del aspecto; la magnitud de estos orbes puede variar en función del tipo de aspecto, de los planetas que participan y de si el aspecto se está formando (en cuyo caso se le llama aspecto aplicativo) o se está deshaciendo (en cuyo caso se denomina aspecto separativo). En el caso de los aspectos que se forman por tránsitos, los orbes permiten definir el periodo durante el cual permanecerán activos. La mayoría de los astrólogos considera que los tránsitos son débiles cuando el planeta en movimiento apenas acaba de traspasar el umbral del orbe de un aspecto a un planeta radical; después los efectos del tránsito se van haciendo progresivamente más intensos a medida que la distancia al punto de aspecto exacto disminuye, hasta alcanzar su punto álgido cuando el aspecto es exacto (en cuyo caso se denomina aspecto partil). Una vez traspasado ese punto del aspecto exacto, se inicia la fase separativa y se supone que la actividad del tránsito decae paulatinamente hasta desaparecer.

Cuando el Sol en tránsito completa una vuelta a través de todo el zodiaco alcanza de nuevo su propia posición radical, formando una conjunción con el Sol natal. El instante en que esta conjunción del Sol en tránsito sobre su propia posición radical es totalmente exacta se utiliza para levantar una nueva carta astral completa que recibe el nombre de "revolución solar". Después, el Sol continúa otra vez su camino a través del zodiaco y va haciendo todos los aspectos posibles con todos los planetas o puntos sensibles de la carta natal en el curso de un año.

Aunque, tal como la he presentado aquí, una revolución solar no es más que un caso especial de tránsito, lo cierto es que recibe un tratamiento muy diferente al de los otros tránsitos por parte de los astrólogos que las utilizan. Una revolución solar es concebida como una carta independiente que se superpone a la carta natal y la acompaña durante un año, hasta que una nueva revolución solar la sustituya por otra. No se entiende, pues, que empiece a funcionar cuando el Sol en tránsito alcanza el umbral del orbe de una conjunción con el Sol natal (algo que sucede unos días antes del cumpleaños), como se hace con cualquier otro tránsito, sino que no entra en vigor hasta que la conjunción es exacta. Tampoco pierde rápidamente influencia al entrar el Sol en tránsito en la fase separativa del aspecto, ni se disuelve al abandonar la zona comprendida entre los límites de su orbe (lo cual tiene lugar pocos días después del cumpleaños), sino que permanece activa por todo un año completo.

Puesto que una revolución solar es, como hemos dicho, un caso especial de tránsito, podemos preguntarnos si no resultaría eficaz dar también a otros tránsitos un tratamiento semejante al que se otorga a las revoluciones solares. En realidad esto se ha hecho ya con otros tránsitos del Sol sobre su propia posición radical, especialmente con la oposición y las cuadraturas, pero también con todos los demás aspectos múltiplos de 30 grados. La carta levantada para el momento en que el Sol en tránsito se sitúa en exacta oposición a su emplazamiento radical puede describirse como una "demi-revolución solar" y se le asigna una vigencia de seis meses, es decir, hasta la siguiente revolución solar. La carta levantada para uno de los momentos en que el Sol en tránsito se sitúa en cuadratura exacta a su propia posición radical se puede denominar "cuarti-revolución solar" y se le asigna una vigencia de tres meses, es decir, hasta la siguiente demi-revolución solar o revolución solar, según se trate de la cuadratura inferior o de la superior.*
* Sobre este tema puede consultarse el libro de Silvina Simonovich, Técnicas de predicción. Astrología del devenir, Buenos Aires, 2004. Las expresiones "revolución demi-solar" y "revolución cuarti-solar" que se emplean en este libro no son muy afortunadas, porque "revolución demi-solar" significa literalmente "una revolución completa de la mitad del Sol", pero obviamente no se trata de eso, sino de la mitad de una revolución del Sol completo. 
La legitimidad de este proceder queda reforzada por la razón de que una oposición del Sol en tránsito a su posición radical es, al mismo tiempo, directamente una revolución solar en el armónico 2, y una cuadratura es, al mismo tiempo, directamente una revolución solar en el armónico 4. Y lo mismo sucederá con cualquier otro aspecto en relación con el armónico que le corresponda. Si esto funciona con el Sol, puede funcionar perfectamente con cualquier otro planeta o incluso con combinaciones de dos planetas diferentes.

A la inversa, podemos también preguntarnos si no se derivaría alguna ventaja o información útil al aplicar directamente a las revoluciones criterios similares a los que se usan normalmente en el tratamiento de los tránsitos. En la práctica, esto se traduciría en mirar una carta de revolución solar (o cualquier otra variante de revolución) no como el comienzo sino como el centro de su correspondiente periodo de vigencia. Aunque no tengo noticias de que ningún astrólogo utilice así las cartas de revoluciones, sí que he escuchado en boca de más de uno la observación de que las manifestaciones propias de una determinada revolución solar son ya claramente distinguibles en la vida de la persona desde algún tiempo antes del cumpleaños que, en teoría, las pondría en marcha, y mi propia experiencia confirma esa misma impresión.

Parece que cualquier tránsito puede ser abordado como si de una revolución se tratara y cualquier revolución puede comportarse como si se tratara de un tránsito. Esta doble capacidad de manifestación de los movimientos planetarios recuerda, en cierto modo, la dualidad onda-partícula que gobierna el comportamiento de la luz. Puede observarse tanto en la relación entre tránsitos y revoluciones como en la relación entre aspectos y signos. Si tomamos el Sol radical como referencia, el Sol en tránsito formará con él un aspecto de la serie del 12 cada vez que avance 30 grados. En el interior del armónico 12 cada uno de estos aspectos aparecerá como una conjunción y, por tanto, como una revolución solar. Considerado como tránsito, cada aspecto tendrá una fase de formación gradual (aplicación) una cumbre (aspecto partil) y una fase de disolución gradual (separación) y todo el proceso puede representarse gráficamente en forma de onda mediante una campana de Gauss. Pero si levantamos una carta para cada vez que el Sol avanza 30 grados (como si se tratara de una revolución) habremos dividido el tiempo del año en doce partes distintas, con límites definidos, de tal manera que la transición de cada una de estas partes a la siguiente será abrupta y no gradual, exactamente igual que si se tratara de los signos del zodiaco.


Modalidades continuas y discretas de diversas técnicas de prognosis

Desde otro punto de vista, podemos comparar el movimiento continuo de los planetas en tránsito con una película, mientras que los estados del cielo detenidos en una carta de revolución se parecerían más a una fotografía o a un fotograma aislado de la misma película. Una serie de revoluciones sucesivas divide el flujo continuo del tiempo en un número discreto de partes, efectuando, por así decir, cortes a intervalos regulares en la línea del tiempo. Siguiendo este criterio, podemos distinguir en cada técnica de prognosis dos modalidades: discreta y continua. 

Los tránsitos y las revoluciones naturales podemos englobarlos conjuntamente en la categoría de progresiones de manifestación instantánea, es decir, de aquellos movimientos de los planetas posteriores al nacimiento que se relacionan directamente con sucesos que ocurren en la vida de la persona aproximadamente al mismo tiempo que ellos forman ciertos ángulos significativos con respecto a la carta natal. La modalidad discreta de las progresiones de manifestación instantánea son las cartas de revolución; la modalidad continua son los tránsitos.

Las progresiones secundarias y terciarias son, por el contrario, progresiones de manifestación diferida, porque sus "efectos" o sucesos relacionados tienen lugar mucho tiempo después del momento en que se forman los aspectos en el cielo.

En el caso de las progresiones secundarias, la modalidad discreta consiste en la serie de cartas calculadas a intervalos de 24 horas a partir del momento del nacimiento, con una vigencia de un año para cada una. La modalidad continua cubre todo el tiempo comprendido entre dos cartas discretas consecutivas, aplicándose cada momento del día a la parte proporcional del año correspondiente.

En las progresiones terciarias (o direcciones terciarias I) la modalidad discreta es la misma serie de cartas que se usan para las progresiones secundarias discretas, pero con una vigencia de un mes lunar trópico para cada una. La modalidad continua cubre todo el tiempo comprendido entre dos cartas discretas consecutivas, aplicándose cada momento del día a la parte proporcional del mes lunar trópico correspondiente.

En las progresiones terciarias II (o direcciones terciarias II o terciarias minor) la modalidad discreta es la serie de revoluciones lunares contadas desde el nacimiento, con una vigencia de un año para cada una. La modalidad continua cubre todo el tiempo comprendido entre dos cartas discretas consecutivas, aplicándose cada momento del mes lunar trópico a la parte proporcional del año correspondiente.

En los armónicos de la edad, la modalidad discreta son los armónicos enteros, con vigencia de un año, y la modalidad continua son los armónicos fraccionarios comprendidos entre dos armónicos enteros consecutivos y aplicados a la parte proporcional del año correspondiente.

Estas distinciones, como sucede casi siempre que el intelecto trata de delimitar y separar las cosas en categorías definidas, no dejan de tener un elemento de artificialidad. Entre lo discreto y lo continuo no media un abismo insalvable, porque, a fin de cuentas, una película está hecha a partir de fotogramas. Una revolución solar es, en efecto, una carta "congelada" o inmovilizada por todo un año, mientras que el Sol en tránsito se mueve de manera continua por todo el zodiaco en el mismo periodo. Pero si admitimos cartas fijas para la mitad del tiempo de una revolución, para un tercio, un cuarto, un quinto, etcétera, llegará un momento en que tengamos un número de cartas de revolución tan alto que si las hacemos pasar una tras otra rápidamente delante de nuestros ojos nos parecerá estar viendo los tránsitos. Cada vez que avanzamos hacia un armónico más alto y, en consecuencia, aumentamos la frecuencia de las revoluciones, se nos hace accesible una capa más fina de la situación.

© 2012, Julian García Vara

martes, 21 de febrero de 2012

Sistemas de progresión. Nuestro túnel del tiempo.


Carta natal y formación del carácter

Cualquiera que haya tenido algún contacto con la astrología sabe que una carta natal es un mapa que registra de una manera esquemática las posiciones del Sol, la Luna y los planetas del sistema solar en el instante del nacimiento de una persona y en referencia a su lugar de nacimiento. Pero en astrología casi nunca se piensa en esa carta como en un mapa del cielo, sino que se ve en ella más bien un mapa de la persona, de su modo de ser y de su destino. Es la carta de alguien, es mi carta, la que me informa de dónde está mi Sol, mi Luna, mi ascendente. Más que mi carta, soy yo. Por eso decimos "soy Aries", en lugar de "nací cuando el Sol estaba en el signo de Aries".

Probablemente llevamos demasiado lejos esta identificación de la persona con su carta natal en la forma en que comúnmente nos expresamos en el lenguaje de la astrología. Si quisiéramos incluir al recién nacido en el dibujo mismo de su carta natal, no sería más que un punto diminuto en el centro de la carta. Todo lo demás es el estado del universo al que acaba de llegar, su mundo, su entorno cósmico. Pero de alguna manera profundamente misteriosa parece como si el niño se enfundara este entorno cósmico haciendo de él su segunda piel y manteniéndolo adherido a sí mismo y aparentemente inmutable por todo el resto de su existencia.

La experiencia del nacimiento representa una conmoción tan intensa que no es de extrañar que deje una huella imborrable, aunque no pueda ser recordada conscientemente ni expresada verbalmente porque el niño no ha desarrollado todavía un sistema de conceptos y un lenguaje que le permitan asimilar lo que experimenta y fijarlo en la memoria de una forma definida. Esa intensidad no se disuelve como por encanto un segundo después de haber nacido, sino que se mantiene en las primeras horas, días, semanas, meses e incluso años, aunque, como es lógico, vaya perdiendo gradualmente fuerza a medida que el infante se va familiarizando con su mundo. Por eso, además de la configuración de los planetas registrada en la carta natal, los astrólogos se han interesado especialmente por lo que sucede en el cielo en esas primeras horas, días, semanas, meses y aun años, como una posible fuente de información de las pautas de comportamiento que desarrollará el niño en su vida adulta y los acontecimientos que le tocará experimentar.

La psicología evolutiva y el psicoanálisis coinciden en subrayar la importancia de estos primeros años en la formación del carácter. Sigmund Freud elaboró su conocida teoría del desarrollo sexual infantil a través de la fase oral (desde el nacimiento hasta los 12 ó 18 meses), la fase anal (12 meses - 3 años) y la fase fálica (3 - 6 años), que son las más determinantes y van seguidas de un periodo de latencia (6 años - pubertad) y de una fase genital (pubertad - vida adulta). Alfred Adler, por su parte, formuló el Principio de la precocidad del carácter, que Jaime Bernstein nos resume así:
El proceso de formación del carácter se realiza durante los 4 ó 5 primeros años de la vida. En ese temprano período el individuo se construye un estilo de vida que casi siempre se mantiene idéntico, incambiado, durante su vida ulterior. Bien captado, el carácter que el niño muestra y forma en su hogar y en el jardín de infantes, en sus actitudes y relaciones frente a sus compañeros, frente a los mayores, frente a las obligaciones, frente a las cosas, y, en fin, frente a sí mismo, anticipa el que mostrará más tarde, en sus diferentes etapas evolutivas, frente a los hombres y las mujeres de su contorno, frente al trabajo, el amor y la sociabilidad. Los mismos patrones de pensamiento y de la conducta infantiles se van aplicando de modo semejante a las situaciones equivalentes de la adultez, y si dan resultados diferentes sólo lo serán en su nivel de complejidad aparente, pero el esquema esencial, básico se conserva siempre idéntico. (Alfred Adler, El carácter neurótico, pp. 16-17, Barcelona, 1993).

Articulación de los principales sistemas de progresión

En la década de los cincuenta, Edmund Herbert Troinski (1910-1982) introdujo dos nuevos métodos de predicción y análisis de sucesos a través de la astrología basados precisamente en el estudio de los movimientos de los planetas en estos primeros años de la formación del carácter. El primero de ellos, denominado Direcciones Terciarias I (DTI), establece una correspondencia simbólica entre cada día solar medio posterior al nacimiento y cada mes lunar trópico medio posterior al nacimiento. Un día solar medio es el tiempo comprendido entre dos pasos consecutivos del Sol por el meridiano de un lugar, que asciende, por término medio, a 24 horas y equivale a una rotación de la Tierra sobre su propio eje. Un mes lunar trópico es el tiempo comprendido entre dos pasos consecutivos de la Luna por un mismo grado del zodiaco tropical, que en promedio asciende a 27,321582 días. Como la Luna emplea el mismo tiempo en girar sobre su propio eje que en completar un giro en torno a la Tierra, el mes lunar trópico es también la medida temporal de la rotación de la Luna. Por tanto, el sistema de las Direcciones Terciarias I pone en correspondencia cada una de las rotaciones terrestres posteriores al nacimiento con cada una de las rotaciones lunares posteriores al nacimiento.

El año trópico medio es el tiempo comprendido entre dos pasos sucesivos del Sol por el mismo grado del zodiaco tropical (365,242199074 días solares, por término medio) y equivale al movimiento de traslación de la Tierra en torno al Sol. El sistema de las Direcciones Terciarias II o Terciarias minor (DTII) pone en correspondencia cada mes lunar trópico posterior al nacimiento con cada año trópico posterior al nacimiento. Es decir, cada revolución lunar, además de su propio periodo de vigencia, se refleja también a otra escala en el periodo de vigencia de la revolución solar del mismo número.

Aplicando la ley transitiva, si un día es igual a un mes (DTI) y un mes es igual a un año (DTII) entonces un día es igual a un año (Progresiones Secundarias). Esta integración de los tres sistemas que acabamos de mencionar se hace posible gracias a la intermediación de los ciclos de la Luna con los de la Tierra y el Sol. En el caso de la Luna, en efecto, un día es literalmente igual a un año (ambos duran 27,321582 días solares), mientras que la ecuación de un día solar con un año que define la técnica de las Progresiones Secundarias es meramente simbólica.

Llevando un poco más lejos este juego de correspondencias, si un día es igual a un año (PS) y el Sol recorre en promedio poco menos de un grado por día, entonces poco menos de un grado es igual a un año. Esta ecuación se utiliza en las llamadas Direcciones de arco solar, que mueven los planetas de la carta natal a razón de poco menos de un grado por año, por término medio (medida conocida como arco de Naibod). Las Direcciones simbólicas grado-año son otra técnica muy semejante a la anterior que desplaza los planetas un grado exacto por año de vida. No se trata de un simple redondeo o aproximación a las direcciones de arco solar, sino que la medida de un grado está avalada por ciertas propiedades armónicas de la división del círculo.

Ahora bien, si la porción del zodiaco que cruza el meridiano o el horizonte de un lugar en aproximadamente 4 minutos mide alrededor de un grado (o un arco de Naibod) y un grado (o un arco de Naibod) es igual a un año, entonces 4 minutos se corresponden con un año. Esta ecuación es la base de las llamadas Direcciones Primarias. Sin embargo, en este sistema los movimientos de los planetas no se miden en el zodiaco, sino en la esfera local o en el ecuador.

Suponiendo que la vida de una persona se extendiera por un plazo de 90 años, las primeras 6 horas de su vida definirían sus direcciones primarias, los primeros tres meses de su vida determinarían sus progresiones secundarias, los primeros 3,3 años de su vida contendrían sus direcciones terciarias I, y los primeros 6,7 años de su vida sus direcciones terciarias II o terciarias minor.

Los periodos asociados con las direcciones terciarias se ajustan bastante bien a los años que la psicología considera decisivos para la formación del carácter. Por esta razón, es de esperar que un seguimiento en profundidad de las configuraciones planetarias que se van sucediendo por este sistema de direcciones pueda arrojar bastante luz sobre la constitución del carácter a través de las diferentes fases del desarrollo de la infancia y sobre las raíces de las situaciones interpersonales y acontecimientos en los que se vea envuelta la persona en su vida adulta. Además, dada la peculiar manera en que están interconectados los diferentes sistemas de progresión, podemos relacionar directamente fechas diferentes de la vida de una persona en las cuales una misma carta estaba activa. Las posiciones de los planetas en el día 81 de la vida de una persona, por ejemplo, actuarán primero como tránsitos en ese mismo día, después como DTII poco antes de cumplir 3 años, más tarde como DTI poco después de cumplir 6 años y de nuevo a la edad de 81 años por progresiones secundarias. De esta forma, si sabemos que una persona sufrió una situación traumática en su infancia cuando tenía, por ejemplo, tres años y vemos que, en efecto, los tránsitos para esa edad eran muy complicados, podemos esperar que a los 40 años se presente, quizás, una crisis de ansiedad o una reedición de la situación traumática a otro nivel, y de nuevo algo parecido hacia los 80 años, porque los tránsitos activos a la edad de 3 años configuran las DTII de los 40 años y las DTI de los 80.

Aunque no dispongamos de un túnel del tiempo que nos permita viajar a otras épocas, parece que el tiempo mismo sí dispone de un sistema que le permite viajar a través de nosotros por estos mecanismos de proyección de unos ciclos en otros. Sin embargo. aunque una misma carta pueda estar activa en fechas diferentes por los distintos métodos de progresión, no vuelve a ser totalmente la misma, porque la velocidad de movimiento de los planetas es distinta en cada caso y porque en cada ocasión está en competencia (o en colaboración, según queramos verlo) con tránsitos diferentes.


Cómo calcular las progresiones

Los métodos proporcionales que ponen en correspondencia un día con un mes, un mes con un año o un día con un año son extremadamente simples y claros en sus conceptos básicos y su cálculo puede resolverse con sencillas reglas de tres. A pesar de ello y por increíble que parezca la mayor parte de los programas que incluyen progresiones secundarias y terciarias calculan mal el Ascendente y las cúspides de las casas progresadas. He explicado qué es lo que hacen mal y por qué lo hacen así en el artículo siguiente:


En ese mismo artículo se incluye una utilidad que facilita el cálculo correcto de estas cartas. El tema de las direcciones terciarias sólo lo comento ahí de pasada y creo que merece una consideración más detenida, porque las razones de las incoherencias en el tratamiento de la domificación de las cartas progresadas terciarias son algo diferentes que en el caso de las secundarias. Pero para agotar esta cuestión tendría que introducir algunos conceptos adicionales, tales como la diferencia entre el enfoque discreto y continuo de progresiones y direcciones y sus variantes conversas, temas que, por ahora, prefiero dejar para un próximo artículo.

© 2012, Julián García Vara


jueves, 16 de febrero de 2012

Existencia auténtica e inauténtica y astrología



El filósofo alemán G. W. F. Hegel (1770 - 1831) escribió lo siguiente:
"Si llamamos saber al concepto, y esencia o verdad al ente o al objeto, entonces la prueba consiste en examinar si el concepto se corresponde con el objeto. Pero si denominamos esencia o el en-sí del objeto al concepto, (...) entonces la prueba consiste en averiguar si el objeto corresponde a su concepto."
La primera parte del texto citado se aproxima a la teoría de la verdad como correspondencia, anticipada por Aristóteles y desarrollada en el siglo XX por Austin y Tarski, entre otros. Cuando alguien escucha por primera vez la famosa fórmula de Tarski:
(1) 'la nieve es blanca' es una proposición verdadera si y sólo si la nieve es blanca
puede que le cueste decidir si se trata de una broma, una perogrullada o una pedantería. Esto parece tan obvio para quien enfoca las cosas con "sentido común" que parece totalmente innecesario decirlo, hasta el punto de que da la impresión de que Tarski no ha dicho absolutamente nada. Da esa impresión porque tendemos a perder de vista las comillas, a leer
(2) la nieve es blanca si la nieve es blanca
lo cual es, en efecto, una tautología. Pero lo que Tarski está tratando de mostrar es que para que podamos considerar verdadero un enunciado tiene que haber en el mundo algo que se corresponda con su significado, que el término 'nieve' debe nombrar con precisión un objeto de nuestra experiencia sensorial y que ese objeto debe aparecer ante nosotros como algo de color blanco. El discurso verdadero debe mantener una relación de adecuación material con su correspondiente objeto en el mundo. Las cosas, los objetos, los hechos, los sucesos, lo dado, deben constituir el referente principal que guíe un discurso verdadero. El mundo es como es y quien busque la verdad debe limitarse a describirlo tal como se lo encuentra.

La segunda parte de la cita de Hegel nos muestra, sin embargo, un enfoque alternativo. No es el concepto el que debe adecuarse al objeto, sino, al contrario, el objeto el que debe esforzarse en realizar el concepto. Este punto de vista supone la culminación de la Teoría platónica de las Ideas, según la cual sólo las Ideas son verdaderamente reales, mientras que los objetos de nuestra experiencia sensorial no son más que sombras o copias imperfectas de las Ideas que les sirven de modelo. Describir el mundo tal como se nos aparece es describir apariencias engañosas. Quien busque la verdad debe guiarse por la luz de la razón, no por los sentidos; debe contemplar las Ideas perfectas, eternas, inmutables, el Ser en sí, el Bien en sí, la Belleza en sí, la Verdad en sí, no los hechos cambiantes y confusos, ni los objetos imperfectos y corruptibles, ni los seres naturales vacilantes y perecederos.

El primer punto de vista es básicamente conservador, rutinario, burócrata. El segundo punto de vista encierra un potencial creativo y revolucionario; es el que Marx, hegeliano de izquierdas, adoptó cuando escribió en sus Once tesis sobre Feuerbach:
Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo.
Es, también, el que, desde posiciones políticas muy alejadas del marxismo, preconizaron Nietzsche y Heidegger; el primero al sostener que verdadero es todo aquello que contribuye a reafirmar la vida y el sentimiento de poder y que el superhombre es un creador de valores; el segundo con su teoría del arte como "puesta por obra de la verdad" y su defensa de una existencia auténtica, en la que el hombre se toma a sí mismo como punto de partida, frente a una existencia inauténtica que se limita a acomodarse al mundo.

Desde la perspectiva de Heidegger, lo que John Frawley ha calificado de "verdadera astrología" (básicamente la astrología clásica predictiva) sería una astrologia al servicio de una existencia inauténtica, porque se limita a la consideración de los hechos exteriores a cuya merced queda el individuo; por el contrario, una astrología al servicio de una existencia auténtica sería aquella que tratara de estimular las posibilidades creativas de la persona, que la ayudara a encontrarse a sí misma para, a partir de ahí, forjar conscientemente su propio destino. Esto último es lo que, con mayor o menor profundidad o acierto, tratan de hacer las diversas escuelas de corrientes humanistas en la astrología moderna.

Robert Hand comenzó estudiando estos enfoques humanistas y psicológicos de la astrología hasta que, más tarde, descubrió la astrología más tradicional y modificó profundamente sus hábitos de trabajo. Dice Hand:
El lenguaje de la astrología moderna del siglo XX está tan depauperado que no puede decir las cosas claramente. Es confuso, desenfocado y simplista. (...) Podrá ser correcto o no, pero desde la perspectiva de la astrología como lenguaje, el lenguaje de la astrología tradicional es más articulado, más preciso y claro. La prueba es que en la astrología moderna, como la practica mucha gente, ni siquiera se puede decir si algo funciona o no. Se podría decir algo, pero no claramente. En la astrología medieval se puede ser preciso. (Entrevista a Robert Hand, en The Mountain Astrologer, nº 140, 2008)
En efecto, los textos clásicos de astrología presentan contornos más claramente definidos, son más coloristas, más pintorescos, más vívidos, más concretos. En cierto modo, se parecen a edificios antiguos que, comparados con una construcción moderna, resultan más hermosos, más señoriales, más grandes, más artísticos, mejor diseñados y adornados. Pero, a pesar de ello, no siempre son más fáciles de entender. A menudo contienen multitud de reglas arbitrarias difíciles de integrar y aplicar, contradicciones entre diferentes autores, justificaciones confusas o ausentes y afirmaciones dogmáticas que no resisten la más ligera comprobación empírica. La tradición astrológica no es venerable simplemente por ser antigua, porque hay errores muy viejos y persistentes y porque la astrología que ahora es moderna será antigua -aunque no necesariamente clásica- con el simple paso del tiempo. Por otra parte, la astrología moderna no se opone a la antigua, de la que depende en sus elementos esenciales; la astrología moderna quedaría en nada si la despojáramos por completo de los recursos básicos que ha tomado de la astrología tradicional (signos, casas, aspectos, dignidades, revoluciones, progresiones, tránsitos).

Posiblemente algunos textos modernos de astrología psicológica y humanista adolecen de los defectos que les señala Hand, pero en su intención está ayudar a crecer o a realizarse como persona, mientras que un enfoque fatalista de la astrología tiene, más bien, el efecto contrario de empequeñecer o anular a la persona, llevándola, en casos extremos, a desarrollar sentimientos de auténtico terror ante la perspectiva de la intervención sin control de planetas maléficos y aspectos nefastos en su vida en un futuro próximo.

Retomando las dos partes de la cita de Hegel, podemos preguntarnos en qué consiste una lectura verdadera de una carta natal. Desde el primer punto de vista, una interpretación será verdadera si se ajusta a la realidad de la persona, si describe correctamente su aspecto físico, su temperamento o estilo de comportamiento, sus preferencias, sus inclinaciones, etcétera, y si los acontecimientos más destacados de su biografía son localizados adecuadamente en el tiempo y según su naturaleza. Si no es así, aunque la interpretación sea correcta desde el punto de vista de la ortodoxia formal, la lectura será falsa, porque los hechos -que aquí tienen la última palabra- no la corroboran. Desde el segundo punto de vista, el hecho de que la realidad actual y pretérita de la persona se ajuste más o menos al patrón de la carta natal es secundario. Lo importante es la idealidad que su carta natal representa. En ella podemos rastrear las líneas maestras de lo que puede conducir a la persona a llevar una existencia auténtica, a realizar lo que interiormente está llamada a ser, a participar en la configuración de su propio destino, de forma que no sea vivido como fatalidad ciega y cruel impuesta desde fuera por potencias extrañas, sino como el desarrollo natural de aquellas tendencias que habitan en su interior y que la harán feliz al desplegarlas consciente y voluntariamente, porque responden a sus verdaderas necesidades internas. Si no es así, si la persona se siente más confusa o desdichada como consecuencia de nuestra lectura, más incapaz de hacerse cargo de su propia existencia, más a merced del mundo que la rodea, nuestra interpretación se habrá asociado a las fuerzas que contribuyen a diseñar una existencia inauténtica.

© 2012, Julián García Vara

jueves, 9 de febrero de 2012

Armónicos radicales


El viejo principio de Anaxágoras "en cada parte está el todo" es la idea básica que sustenta la construcción de una carta astral armónica. El círculo zodiacal, concebido como un todo, es dividido en un número cualquiera de partes iguales y, posteriormente, se incluye un zodiaco completo en cada una de las partes. Esto se ilustra en la figura mostrada más arriba que representa en cuatro círculos concéntricos la forma en que queda dividido el círculo zodiacal en los armónicos 1, 2, 3 y 4 respectivamente (de dentro a afuera).

Con ayuda de esta figura podemos comprender fácilmente que un planeta situado, por ejemplo, en el primer grado de Géminis en el armónico 1 quedará en Leo en el armónico 2, en Libra en el 3 y en Sagitario en el 4, mientras que otro planeta situado en el primer grado de Cáncer en el armónico 1 quedará en Libra en el armónico 2, en Capricornio en el 3 y en Aries en el 4. Pero a medida que ascendemos hacia armónicos más altos los signos llegan a ser tan pequeños que es imposible dibujarlos. Por esta razón y porque incluso en los armónicos bajos las configuraciones de aspectos resultan muy confusas si se mantiene este formato Addey ideó una manera de plegar las cartas armónicas que facilita la visión de su contenido.


Construcción de una carta armónica.
Explicación visual

Tomemos como ejemplo la siguiente carta natal:


Para calcular el armónico 2 de esta carta debemos dividir el círculo en dos partes iguales, desde cero de Aries, y después incluir un zodiaco completo en cada parte. El procedimiento matemático para saber cuál será exactamente la nueva posición de los planetas en el armónico 2 consiste en traducir primero las posiciones originales de los planetas a grados absolutos (es decir, a la distancia en grados desde cero de Aries hasta su posición), después multiplicarlas por 2 (si el resultado excede de 360 se resta 360) y finalmente volver a traducirlas a posiciones relativas a signos. Pero ahora vamos a visualizar gráficamente el proceso de construcción de la correspondiente carta armónica para que se comprenda perfectamente de una forma más intuitiva.

A) ARMÓNICO 1. El zodíaco etiquetado con la letra A, junto con los planetas y cúspides de casas inscritos en él, es una representación lineal de la carta astral mostrada más arriba: el armónico 1 ó carta natal en formato extendido.


B) CLONACIÓN ZODIACAL. El zodiaco se duplica y aloja las dos copias de sí mismo proporcionalmente dentro del espacio disponible. En este caso se duplica porque estamos trabajando con el armónico 2. La norma general es que se multiplica por el número del armónico. Los planetas y cúspides de casas mantienen sus posiciones relativas entre sí, pero cambian su ubicación zodiacal.


C) FRAGMENTACIÓN. La carta queda seccionada en tantos fragmentos como subzodiacos contenga. Cada fragmento retiene una parte de los planetas y cúspides de casas y pierde contacto con los demás.


D) ACOPLAMIENTO. Los distintos fragmentos se desplazan (giran) unos sobre otros hasta coincidir en su origen zodiacal, emparejando todos y cada uno de sus microgrados equivalentes.


E) FUSIÓN. Todos los subzodíacos se funden en uno solo. Los planetas y cúspides de casas mantienen las posiciones zodiacales que tenían en sus respectivos fragmentos. Se recupera el contacto entre todos los elementos. La carta resultante es el armónico 2.


Se observará que en este armónico 2 el Ascendente y el Descendente ocupan el mismo lugar, así como también el Medio Cielo y el Fondo Cielo y todos los demás pares de cúspides opuestas. Este detalle rompe la estructura de las casas e impide que una carta armónica tenga la misma apariencia que una carta astral normal. Addey propuso salvar esta dificultad imponiendo a las cartas armónicas un sistema de casas iguales partiendo de la nueva posición del Ascendente o de la del Medio Cielo. Otros astrólogos, conscientes de que esa "solución" es demasiado arbitraria y difícil de justificar, prefieren ignorar la estructura de casas o bien incorporar las nuevas cúspides donde caigan y tratarlas como puntos aislados y no como comienzo de sectores. Otros, finalmente, prefieren mantener a través de todas las cartas armónicas la misma estructura de casas de la carta natal original.


Familias de armónicos

Una vez establecida una carta armónica cualquiera puede ser utilizada, a su vez, como punto de partida para calcular otro armónico. Si calculamos, por ejemplo, el armónico 3 del armónico 2 obtendremos el armónico 6. Como estrategia de cálculo no resulta muy interesante y puede dar lugar a confusiones, pero pensar en esta posibilidad nos permite darnos cuenta de que ciertos armónicos están relacionados entre sí y pueden formar "familias". En particular, todas las cadenas de múltiplos participan de la naturaleza del primer número de la serie y de manera aún más aguda se supone que debe suceder esto con las cadenas de potencias.

A este respecto, David Hamblin escribió lo siguiente:
La carta del tercer armónico (A3) está relacionada con el principio de la Trinidad en un nivel simple y básico. (...) Esencialmente es una carta de placer, puesto que el principio de Trinidad está relacionado con placer y alegría en la toma de conciencia de que uno encaja en el propio entorno o armoniza con él. Aunque yo no uso la carta A3, creo que puede ser valiosa para la interpretación, y puede tener ventajas sobre la carta A9, la cual muestra placer a un nivel más refinado y más difícil de alcanzar. Sin embargo, la carta A3 no contiene aspectos que no se reflejen en la carta radical o en la carta A9: así, las conjunciones en la carta A3 son visibles como trígonos en la carta radical, y los trígonos en la carta A3 son visibles como conjunciones en la carta A9. Si seguimos la secuencia 3, 32, 33..., avanzamos primero hasta la carta A9 y después hasta la carta A27, que representa un tipo de placer muy puro (felicidad o éxtasis). Sobre la base de mi experiencia con la carta A9 (en la que las conjunciones de la carta A27 aparecen como trígonos) no creo que la carta A27 sea de gran valor para la interpretación, salvo quizás para aquellas personas excepcionales que han alcanzado un alto nivel de iluminación.
El armónico 9 es el armónico 3 del armónico 3 (32) y el armónico 27 es el armónico 3 del armónico 9 (33), de modo que si existe alguna cualidad vinculada al número tres como principio pitagórico, tal como defiende Hamblin siguiendo a Addey, entonces esa cualidad se irá refinando al multiplicarse por sí misma. Podemos representar esta situación en forma de árbol genealógico de la siguiente manera:

Aunque el 1 no es raíz de 3 ni el 9 es raíz de 27, en este esquema el 1 es al 3 lo que el 3 al 9 y lo que el 9 al 27. En ese sentido forman una familia de cuatro generaciones. Enfocado de este modo, el 1 es el Gran Patriarca, el padre de todas las familias de cadenas de potencias, aunque no sea raíz de ningún número, salvo de sí mismo.

Así como elevando un número entero cualquiera a sus sucesivas potencias podemos encontrar todos los miembros de su familia, también podemos, a la inversa, explorar todas las familias de las cuales es miembro un número calculando la serie de sus raíces: cuadrada, cúbica, cuarta, quinta, etcétera. Sin embargo, en la mayoría de los casos esto nos conducirá a números fraccionarios. La eficacia de las transformaciones de arcos de Williamsen, los armónicos planetarios de Greig y los armónicos dinámicos continuos prueban que el uso de números fraccionarios para el cálculo de cartas armónicas es viable y útil, aunque pueda parecer poco elegante desde un punto de vista formal. Podemos, entonces, experimentar con las raíces de diferentes números enteros, especialmente las de aquellos que, por alguna razón, ostentan una relevancia especial. Uno de estos números privilegiados es el 360, que es el número de grados que contiene el círculo. Este número permite dividir el círculo en partes iguales de un número entero de grados de 23 maneras diferentes, lo que implica un alto poder de resonancia con un gran número de ciclos armónicos. 

La raíz cuadrada de 360 es 18,97367 y ya he dedicado un par de artículos al armónico del mismo número. En el primero de ellos me referí a él como el armónico de la mayoría de edad, debido a que por la técnica de armónicos de la edad y más aún por su alternativa (armónicos de la edad + 1) se activa especialmente muy cerca del momento en que la ley establece la entrada en la mayoría de edad en casi todos los países. Pero habiendo constatado que este armónico parece ser importante desde mucho tiempo antes, preferí llamarlo el ARC360 (abreviatura de Armónico Raíz Cuadrada de 360) en un artículo posterior. Más adelante estuve experimentando con otras raíces y encontré también muy útil el Armónico Raíz Cúbica de 360. Por desgracia, este nombre de armónico tiene las mismas iniciales que el anterior, por lo que no puede ser abreviado también a ARC360 sin causar confusión. Una solución puede ser sustituir la inicial de "Cuadrada" o "Cúbica" por el número del índice correspondiente y separarlo del radicando con un guión. Así, AR2-360 significará "armónico raíz cuadrada de 360", AR3-360 será el "armónico raíz cúbica de 360", AR2-12 será el "armónico raíz cuadrada de 12", y así sucesivamente. 

Ante la perspectiva de continuar incrementando el número de cartas armónicas a explorar, es natural exclamar algo del tipo de: "¡como si no tuviéramos bastante con los armónicos enteros, que son infinitos..! ¿ahora también sus raíces?". A esto se añade el problema de que no sabemos si cada uno de estos armónicos radicales debe ser interpretado de un modo diferente en función de su índice y/o de su radicando.

Puede que sea muy prematuro dar publicidad a este concepto, teniendo en cuenta el poco tiempo que he tenido para experimentar con él y lo superficial que es todavía mi comprensión de su posible significado y alcance, pero voy a aducir al menos las dos razones principales que he tenido para prestarles atención. La primera es de tipo especulativo. El juego de raíces, potencias y árboles genealógicos del tipo que he mostrado más arriba realiza de la manera más perfecta el principio de Anaxágoras de que cada parte contiene al todo, incluso ratificado a través de varias "generaciones". Esto le da, por ejemplo, a una raíz cúbica un relieve del que carece un armónico común. La segunda es de tipo empírico. He observado contactos muy llamativos al comparar estos armónicos de personas conectadas por vínculos de amistad o de pareja. 


Un pequeño experimento

Para cuantificar de algún modo esta impresión subjetiva reuní medio centenar de cartas natales correspondientes a las personas que han tenido más relevancia en mi vida de relación, mis mejores amigos y parejas más duraderas, siempre personas cuya relación conmigo fue producto de la libre elección y no vino impuesta por vínculos familiares o laborales. Hice con ellas un experimento sencillo y rápido. Tomé como primera referencia la posición del Sol en todas estas cartas en el AR2-360. Las clasifiqué en función del signo del zodiaco que ocupaba el Sol en este armónico, observando también el grado. La mayor acumulación de soles se produjo en el signo de Cáncer, signo en el cual no se encuentra ninguno de los planetas de mi carta natal, ni tampoco ninguno de los ángulos ni la cúspide de ninguna de las casas de relación. Sin embargo, en mi propio AR2-360 el Sol se encuentra también en el signo de Cáncer. La probabilidad de que mi propio Sol estuviera en el mismo signo con mayor acumulación de soles de mis amigos es, aproximadamente, 1 entre 12. Digo "aproximadamente" porque en el armónico 18,97367 uno de los zodiacos está ligeramente truncado, lo que hace que la probabilidad de acumulaciones en el signo de piscis sea muy ligeramente inferior a la de otros signos. Después repetí el experimento con el AR3-360. En esta ocasión, la mayor acumulación de soles se produjo en el signo de Acuario y también en este caso mi propio Sol queda en Acuario en el AR3-360. La probabilidad de que se den ambas coincidencias al mismo tiempo se acerca a 1 entre 144. En tercer lugar, probé con el armónico raíz cuadrada de 12, que es el número de los signos y el que se usa para definir los principales aspectos. En el AR2-12 la mayor acumulación de soles se produjo en el signo de Leo, y también aquí mi propio Sol queda en el signo de Leo. La probabilidad de que se den estas tres coincidencias al mismo tiempo se acerca ya a 1 entre 1728. La cuarta prueba la hice con un armónico más rebuscado: el cuadrado de la raíz cúbica de 360 (el armónico 50,60596), que pertenece al mismo árbol genealógico que 360 y su raíz cúbica (7,11379), pero en esta ocasión no funcionó. Se produjo, no obstante, una curiosa acumulación de soles en torno al grado de mi ascendente natal.

No se trata sólo de que hubiera coincidencias de signos, sino también de que entre las personas con las que se daban estas coincidencias estaban las que habían tenido un peso específico mayor en mi mundo de relación dentro del grupo investigado. Además, en dos de los tres armónicos con coincidencias de soles el Sol de mis amigos más íntimos se encuentra a una distancia inferior a dos grados en relación al mío. Uno de ellos coincide en dos armónicos a la vez. Nada parecido sucede si tomo los soles natales (es decir, los del armónico 1) como referencia.


Un poco más de heterodoxia

La Teoría Armónica aplicada a la astrología prohibía, en sus comienzos, el uso de armónicos fraccionarios, pero esta limitación fue pronto cuestionada, como he indicado más arriba. Sin embargo, todavía quedan "puristas" que sólo admiten los armónicos enteros. Otra norma de la Teoría Armónica "ortodoxa" es que no se deben mezclar ni comparar cartas de armónicos diferentes. Pocos se han dado cuenta, sin embargo, de que los atacires, profecciones y direcciones simbólicas usan armónicos fraccionarios y comparan armónicos diferentes al mismo tiempo. Si muevo, por ejemplo, el Sol de una carta natal a razón de un signo por año estoy utilizando la ecuación "un ciclo armónico del Sol = 12 años". Para un Sol, digamos, a 24 de Leo, su ciclo armónico es 2,5, así que sustituyendo nos queda "2,5 armónicos = 12 años". Esos dos armónicos y medio los recorre el Sol progresivamente a lo largo de 12 años, pasando por toda la gama de armónicos fraccionarios que separa cada par de armónicos enteros consecutivos. Al tener en cuenta los aspectos que este desplazamiento del Sol va generando con los puntos sensibles de la carta natal estamos comparando dos armónicos distintos: el armónico progresado (que casi siempre será un armónico fraccionario) y el armónico 1 (que es la carta natal). 

No hay razón para proscribir lo que lleva tanto tiempo dando buenos resultados, ni tampoco para no trasladar al terreno de la sinastría lo que funciona bien en el campo de la prognosis. A fin de cuentas, todo método de prognosis que conserve una referencia a la carta natal está practicando una suerte de sinastría con otra carta progresada, dirigida, revolucionaria, de tránsitos, etcétera. Podemos, por tanto, comparar sin miedo cartas de diferentes armónicos, tal como ya hemos hecho, por ejemplo, en el caso de los Príncipes de Asturias, al mostrar las similitudes entre el AR2-360 de Leticia y el A1 de Felipe:


Una de las semejanzas constatadas es que el Sol y el Ascendente de Leticia en el AR2-360 quedan en el mismo signo que el Ascendente de Felipe en el A1, a unos cinco o seis grados de distancia. Pues bien, al calcular el armónico raíz cúbica de 360 (AR3-360) de Felipe nos encontramos con que su Sol queda a 12º 47' de Tauro, mucho más cerca todavía del Sol y del Ascendente de Leticia en el AR2-360. Y al calcular el armónico raíz cuadrada de 12 (AR2-12), el Ascendente de Leticia que a 15º 03' de Tauro, reincidiendo una vez más sobre la misma zona. En este mismo armónico, el Sol de Felipe queda a 22º de Piscis, en exacta oposición al Sol natal de Leticia (22º de Virgo) y su Ascendente en Virgo, signo solar de Leticia.

Muy probablemente las coincidencias de posiciones entre dos cartas de armónicos diferentes no signifiquen lo mismo que las coincidencias de posiciones entre dos cartas del mismo armónico, pero parece evidente que facilitan la formación de un vínculo. 

© 2012, Julián García Vara


domingo, 5 de febrero de 2012

La inversión cosmológica de Descartes y sus consecuencias para la astrología


Desde la mentalidad occidental de nuestros días la idea de que los planetas pueden condicionar de alguna manera el comportamiento de los seres humanos -más allá de lo verosímil o inverosímil que a cada cual le pueda resultar- parece a algunos una forma de degradar la dignidad del hombre, de rebajar las manifestaciones más exquisitas del espíritu humano a la condición de simples prolongaciones de los movimientos mecánicos y ciegos de las grandes masas de los cuerpos celestes. Si un planeta no es más que un pedrusco lejano que se desplaza por el espacio, no podemos pretender que intervenga decisivamente en los episodios cotidianos, particulares y concretos de una persona determinada, porque esos episodios, como dijera Descartes, son fundamentalmente “pensamientos”, y la piedra en el espacio es, en lenguaje cartesiano, “extensión”. Al mentar a Descartes ponemos, ciertamente, el dedo en la llaga, pues con él se radicalizó la separación e incomunicabilidad entre todo género de vida consciente e interior (la sustancia pensante -res cogitans) y el mundo de los cuerpos físicos externos, tangibles y medibles (la sustancia extensa -res extensa), y además contribuyó del modo más decisivo a instaurar en la cultura europea una visión puramente mecanicista del universo y la naturaleza. Desde la perspectiva de Descartes, la astrología es un imposible metafísico. La materia y el espíritu son, para él, habitantes de dos mundos estrictamente separados, ninguno de los cuales afecta al otro. Los planetas, como cuerpos extensos que son, se mueven en uno de los mundos. Las experiencias humanas, hechas de la sustancia del pensamiento, viven en el otro. Nada más descabellado que buscar en el mundo de la extensión la explicación de lo que acontece en el mundo del pensamiento. ¿Estuvo realmente acertado Descartes al ver las cosas de este modo? Antes de responder a esta pregunta haremos una digresión astrológica, para volver después sobre la cuestión con nuevos elementos de juicio.

Descartes había nacido el 31 de marzo de 1596, con el Sol a 10º del signo de Aries y Neptuno a 16º de Leo, ambas posiciones referidas al zodíaco tropical. Murió el 11 de febrero de 1650, cuando Neptuno había alcanzado el grado 16 de Sagitario. De 16º de Leo a 16º de Sagitario media una distancia de 120º, justamente un trígono por tránsito , pero no es esto lo que nos interesa ahora. La cuestión es que en toda la vida de Descartes Neptuno recorrió tan sólo un tercio del zodíaco. No tuvo tiempo de alcanzar el grado 10 de Aries, que hubiera supuesto un tránsito de conjunción al Sol, el contacto más poderoso que entre los dos planetas podía darse por tránsito. Después de la conjunción, el aspecto más potente es la oposición. Ésta sí que se dio en vida de Descartes y ocurrió, naturalmente, cuando Neptuno alcanzó el grado 10 de Libra, es decir, en el mes de Noviembre de 1619. Hablamos desde un punto de vista geocéntrico, pero no debemos olvidar que, cuando se trata del Sol, las oposiciones geocéntricas a éste coinciden con conjunciones heliocéntricas a la Tierra. Por tanto, tenemos también un aspecto de conjunción en este caso y podemos afirmar que, desde el punto de vista de los tránsitos, en ningún otro momento de su vida podía hacerse presente con más intensidad la vibración específica de Neptuno, en los términos en que ésta ha sido definida por los astrólogos actuales (inspiración, experiencias místicas, sueños, visiones, revelaciones, sentimientos religiosos, trascendencia, etc.) ¿Sucedió algo especial en la vida de Descartes en noviembre de 1619, algo que tuviera que ver con el tipo de cosas que los astrólogos vinculan con este planeta?

Sabemos por un documento fechado por el propio Descartes el 10 de Noviembre de 1619 que precisamente entonces experimentó una suerte de revelación mística, por medio de una cadena de sueños repetidos, donde se le instaba -según su propia interpretación- a dedicarse a la filosofía y se le manifestaban las líneas maestras del que habría de ser su célebre método para alcanzar la verdad. Lleno de excitación, afirma haber obtenido de esa experiencia “los fundamentos de una ciencia maravillosa” y llevado de un fervor religioso promete, en agradecimiento, acudir en peregrinación al santuario de la Virgen de Loreto, en Italia.



Todo esto sucedía durante un periodo de aislamiento en Neuburg, donde “pasaba todo el día solo y encerrado, junto a una estufa” ensimismado en sus pensamientos. No cabe duda de que fue un momento decisivo en su vida y en su trayectoria intelectual. Bastante sorprendente, además, que una filosofía como el Racionalismo tuviese aquí su punto de arranque, en una experiencia con tantos ingredientes de aparente irracionalidad. Y también, que de los sueños de esos días naciese un sistema, el de la duda metódica cartesiana, uno de cuyos principales objetivos era ponerse a cubierto del engaño que podríamos sufrir al tomar por real el contenido de un sueño.

Cualquiera que esté familiarizado con la astrología sabe perfectamente que a Neptuno se le asocia con casi todo lo que acabamos de describir: la inspiración, los sueños, la mística, la religión, el aislamiento, el ensimismamiento, las revelaciones. Por tanto, las expectativas que la astrología contempla para un tránsito de Neptuno como el que le tocó vivir a Descartes en noviembre de 1619 no quedan en absoluto defraudadas por lo que él mismo nos cuenta sobre lo que experimentó entonces. Por supuesto, esto puede atribuirse a la casualidad y aunque presentáramos un millar de casos similares a éste quien se obstine en negar toda posible conexión entre una cosa y otra no verá más que un millar de casualidades. Pero quien esté dispuesto a dar una oportunidad a la hipótesis de que puede existir algún tipo de relación significativa entre la posición que Neptuno ocupaba en ese momento respecto del Sol natal de Descartes y la experiencia cumbre que protagonizó nuestro filósofo, no podrá por menos que hacerse la siguiente pregunta: "Si realmente ambas cosas están conectadas, entonces ¿qué ha sucedido aquí? ¿qué significaría eso?". Al parecer, el planeta Neptuno, el cuerpo extenso, de cuya existencia no se tendría noticia hasta más de dos siglos después, habría osado traspasar la barrera entre los mundos y se habría manifestado como pensamiento. Este misterio no es tan grande confrontado con la filosofía del otro gigante del Racionalismo, Baruch Spinoza. Aunque se vale de la misma terminología que Descartes, la afirmación de Spinoza de que hay una sola sustancia, con dos atributos, el pensamiento y la extensión, hace perfectamente comprensible que un mismo ente pueda manifestarse de cualquiera de estas dos maneras: como cuerpo y como espíritu . Sin embargo, el panteísmo de Spinoza, entendido por las ortodoxias cristianas como una forma de ateísmo, propició el rechazo de su filosofía, en favor de la cartesiana, menos sospechosa de heterodoxia.

Para quien ha pasado mucho tiempo confrontando los tránsitos de los planetas sobre las cartas natales de numerosas personas con los sucesos que les acaecieron la conclusión es clara: por los anchos espacios que recorren los planetas circulan pensamientos, ideas, imágenes, impulsos emocionales o emocionantes, estructuras simbólicas, diseños racionales, mensajes con significado. Sea que los cuerpos planetarios tienen una dimensión espiritual, capaz de producir o albergar todo eso, sea que están habitados por seres espirituales que, voluntaria o involuntariamente, transmiten pensamientos a distancia, sea que el espíritu de algún ser superior, o acaso el nuestro, se refleja de alguna forma en ellos o que el propio sistema solar piense, imagine y sueñe, alguna de estas cosas es preciso admitir si queremos integrar la experiencia astrológica en un esquema significativo. Y aunque, en los tiempos que corren, afirmaciones de este calibre suenen excesivas o disparatadas, debido a lo profundamente asimilado que aún llevamos el cartesianismo bajo nuestra piel cultural, lo cierto es que durante muchos siglos y en muchos lugares han sido mayoritariamente aceptadas. La llamada filosofía presocrática, que aún desconoce la diferencia entre espíritu y materia, atribuye el Logos a la naturaleza. Platón aseguraba que las Ideas habitaban el topos ouranos –literalmente, los lugares del cielo. Los estoicos veían en el universo un animal viviente, un ser espiritual y consciente. Giordano Bruno pensaría lo mismo. Y los grandes idealistas alemanes y teóricos del romanticismo, de una manera u otra, reconocieron la cualidad espiritual que atraviesa todo lo existente.

El Sol ha sido adorado como un dios, y lo mismo la Luna y los planetas, por antiguas civilizaciones del viejo y nuevo mundo: mayas, egipcios, caldeos, sumerios, griegos, romanos; y por todos los pueblos primitivos. El hombre culto occidental esboza una sonrisa condescendiente para con esas antiguas creencias irracionales, basadas en la ignorancia y el atraso de la ciencia de aquellos tiempos. Y en su feliz autosuficiencia, ni sospecha siquiera que en vez de trocar ignorancia por conocimiento, en lo que respecta a nuestra relación esencial con el universo, el progreso científico ha instaurado una inmaculada y docta ignorancia donde antes había una visión acertada en lo fundamental, por más que, en algunos casos, se manifestara de forma inmadura, fantaseada y desviada en los detalles. Y de nuevo llegamos a Descartes, tirando del hilo que produjo esta inversión. Pero retrocedamos aún veinte siglos más, hasta la época de Aristóteles, y recordemos la cosmología que el estagirita había diseñado.

Aristóteles concibe el universo como un sistema de esferas cristalinas concéntricas, en cuyo centro se halla la Tierra. Cada una de estas esferas tiene incrustado en ella al menos uno de los astros que circundan el firmamento. La esfera más interna de cuantas rodean a la Tierra es la de la Luna y la más externa la de las estrellas fijas.


Todo cuanto se halla y sucede en el interior de la esfera de la Luna, constituye el llamado mundo sublunar, el cual está habitado por seres que nacen y mueren, naturalezas corruptibles e imperfectas. Por el contrario, envolviendo a la esfera de la Luna, se halla el mundo supralunar, sede de los seres perfectos y divinos, inteligencias que mueven las esferas planetarias, inmutables, incorruptibles. Y la más excelsa de estas inteligencias, el motor inmóvil, mantiene todo en movimiento, sin ocupar realmente ningún lugar, pues no tiene materia, sino que es pura forma, y su forma consiste en un puro pensarse a sí mismo, lo que le proporciona una felicidad completa y eterna. Este modelo, perfeccionado por Ptolomeo, es asumido por todo el mundo occidental y mantenido por la escolástica, hasta que Copérnico, Galileo, Kepler y el propio Descartes quebraran las esferas cristalinas con la revolución heliocéntrica. Con ello, no se sustituía simplemente una hipótesis astronómica por otra más plausible: se conmovía toda una cosmovisión, con implicaciones metafísicas, antropológicas y religiosas. El hombre era expulsado del centro del universo, al tiempo que se profanaba la divinidad de los cielos. Rota la esfera de la Luna, ya nada separa nuestro mundo corruptible de la celestial morada de las divinas inteligencias. Los dioses planetarios han perdido su inmortalidad y, con ella, su divinidad, su inteligencia y su espiritualidad. El mundo ya no está dividido en dos. Pero he aquí que justo entonces Descartes levanta otra especie de esfera cristalina para aislar la sustancia pensante de la sustancia extensa, y lo divide todo de nuevo de una manera mucho más radical, de modo que, más que el mundo dividido en dos, tenemos ahora dos mundos. Se declara a sí mismo una cosa que piensa, y, en cuanto tal, capaz de existir separadamente del cuerpo y de todo cuanto participa de la extensión, un alma inextensa, incorpórea, no sometida a la generación y corrupción de las cosas naturales, y, por tanto, inmortal. Por el contrario, el universo con todos sus cuerpos planetarios, es relegado al mundo de la extensión, siendo ahora éste el reino de lo corruptible. La inversión de la cosmología aristotélica ha sido completada. Descartes es Aristóteles puesto del revés. El alma humana, que Aristóteles concebía como mortal, en consonancia con su naturaleza sublunar, es en Descartes inmortal. El universo, sede de las inteligencias divinas y activas de Aristóteles, es ahora una maquina pasivamente sometida a leyes naturales.

Por eso, alguien tan profundamente aristotélico como fuera Tomás de Aquino pudo aceptar la astrología con  toda naturalidad, pues estar en conexión con las supremas inteligencias del Mundo Supralunar no suponía menoscabo alguno para el hombre. Pero después de que Descartes culminara el desmantelamiento del modelo aristotélico-ptolemaico del Cosmos y arrojara al exterior del mundo sublunar la caja de Pandora destapada, para horror de los dioses celestiales, nada noble quedó ya en el cosmos visible, de modo que toda dependencia de él resulta ahora humillante para el hombre.


Del cajón de papeles inéditos
© 2009, Julián García Vara



viernes, 3 de febrero de 2012

El Universo Viviente. Filosofía y Astrología.


Un ejemplo descriptivo de la radical diferencia entre el antiguo oriente y el moderno occidente lo tenemos en el uso que en uno y otro lugar se hace de la noción de “meditación”. Descartes tituló una de sus principales obras Meditationes de Prima Philosophia. Su trabajo original es, en principio, breve y relativamente claro. Sin embargo, antes de publicarlo, decidió enviar algunas copias de la obra a las principales personalidades del mundo intelectual de su entorno, con objeto de que le hiciesen llegar su valoración y las dificultades que hubiesen podido encontrar en el escrito. Todas y cada una de ellas, entre las que figuraban nombres de la talla de Hobbes o Gassendi, plantearon una serie de importantes objeciones a las teorías cartesianas, a su supuesta demostración de la inmortalidad del alma y de la existencia de Dios, entre otras cuestiones. Esto indujo a Descartes a responder a cada una de esas objeciones, de modo que toda la polémica fue incorporada al libro y éste se hinchó considerablemente, además de alargar su título con el añadido “con objeciones y respuestas”. Todavía hubo una segunda serie de objeciones y respuestas. El propio Descartes había escrito que cuando dos hombres no se ponen de acuerdo sobre una cuestión es necesario que al menos uno de ellos esté en el error. Y acto seguido observa que tampoco el que está en lo cierto se halla realmente en posesión de la verdad, a no ser por azar y sin plena conciencia de ello, pues si tuviera clara conciencia de la verdad que sostiene no tendría ninguna dificultad en convencer al otro con las mismas razones que le persuadieron a él. Lo cierto es que Descartes no logró persuadir a sus objetores, ni éstos a Descartes, por lo que, de conformidad con el propio filósofo, hemos de extraer la conclusión de que el resultado de esas largas y prolijas meditaciones no fue otro que el de dejar a todos en el error y la oscuridad.

En Occidente, pues, meditar es llenar la mente de pensamientos. En Oriente, por el contrario, meditar es ejercitarse en prácticas de yoga cuya finalidad es vaciar la mente. Las meditaciones occidentales inducen a la mente a enredarse en contradicciones y problemas que conducen a nuevos problemas y nuevas contradicciones, de modo que cada vez se aleja uno más de la comprensión que pretendía alcanzar. La meditación oriental ayuda a la mente a desembarazarse de errores aprendidos, a limpiarse de prejuicios y de distracciones inútiles, y la deja dispuesta, receptiva, lista para obtener una comprensión directa, no mediada conceptualmente, del universo que habita y su lugar en él.

El camino de la razón no siempre nos conduce a un progresivo enriquecimiento espiritual, a una maduración real, a una conciencia más clara de las cosas, a un acortamiento de la distancia que nos separa de la piel de la verdad. Muy bien puede suceder todo lo contrario. Y pensemos que los niños pequeños y los pueblos primitivos tienen, por su escaso trato con la racionalidad compulsiva, más oportunidades que los adultos y los “civilizados” de tomar contacto con verdades esenciales similares a aquellas que las prácticas de meditación oriental intentan recuperar. La presión cultural oculta más de lo que desvela, nos hace olvidar más de lo que nos hace aprender, reprime más de lo que libera. ¿No será el llamado animismo infantil y primitivo la expresión, acaso tosca, pero certera, de una de esas verdades esenciales sacrificadas en el altar de la cultura? Una verdad que no es otra que la circulación universal de la corriente de la Vida. Una vida que no es otra cosa que Espíritu en diversos grados de conciencia. Una vida espiritual que atraviesa todo cuanto existe: hombres y animales, plantas y piedras, ríos y montañas, planetas y estrellas. No disponemos en Occidente de una palabra que englobe en sí misma a un tiempo la dimensión espiritual y la material, pero hay varios términos orientales que pueden ser adoptados para expresar semejante unidad; así, el prana hindú o el qui o chi chino. También las nociones de Yin y Yang, como los dos grandes principios cósmicos configuradores de todo cuanto existe, quedan unificadas por la idea de que cada uno de los dos extremos de la polaridad  incluye en sí mismo al otro. El Yin se halla en todo lo femenino, nocturno, pasivo, material, negativo, oscuro, horizontal, sinuoso, etc. Lo Yang representa lo masculino, diurno, activo, espiritual, positivo, luminoso, vertical, directo, etc.




El Yang contiene la semilla del Yin y éste la del Yang, como se muestra en la imagen superior por medio del punto negro dentro del área blanca y viceversa. En otros términos, podríamos decir que la materia no es sino espíritu en su estado de actividad más bajo o reducido a su mínima expresión y el espíritu no es sino materia en su estado más sutil, sin que esto suponga la reducción de ninguno de ellos al otro, sino, en todo caso, la de ambos a un tercero, del tipo del prana, el qui, o la Sustancia Única de Spinoza. 

Con un presupuesto semejante, hacer intervenir a los planetas o al estado general del sistema solar, en la explicación de las manifestaciones espirituales observadas en una parte de ese mismo sistema –es decir, al Cielo en la Tierra- no es, ni mucho menos, tan disparatado. Formamos parte de un sistema espiritual, al cual somos sensibles por comunidad de naturaleza, más aún, por identidad. Sólo porque el sistema solar está vivo, nos da la vida y la sostiene. Sólo porque es una entidad espiritual interviene en nuestros actos espirituales, que son también los suyos. Así lo entendieron también, además de las principales religiones o filosofías orientales, todos aquellos filósofos occidentales que admitieron en su filosofía de la naturaleza un lugar para el anima mundi, la armonía de las esferas, la analogía entre el microcomos y el macrocosmos y otras ideas similares, desde los presocráticos, pitagóricos, platónicos y neoplatónicos, hasta los románticos alemanes (especialmente Schelling), pasando por los estoicos, Posidonio, Bruno, Paracelso o Agripa. Este último, por ejemplo, se expresa del siguiente modo en su De oculta philosophia (1510):
“Sería absurdo que el cielo, los astros y los elementos, que son la fuente de vida y los animadores de todos los seres concretos, careciesen por su parte de ella; que cualquier planta o cualquier árbol participasen de un destino más noble y más elevado que los astros y los elementos, creadores naturales de ellos. (...) Existe, por tanto, un alma universal, una vida única y común que lo llena y lo invade todo, que todo lo une en sí y lo mantiene en cohesión, convirtiendo en unidad a la máquina del universo entero. (...) Así como en el cuerpo humano el movimiento de un miembro provoca el de otro y como, al pulsar una cuerda del laúd, vibran todas las demás, así también cualquier movimiento de una parte del universo es percibido e imitado por las otras”. (Citado por E. Cassirer, El problema del conocimiento, I, pp. 229-230, FCE, México, 1953).
Las explicaciones míticas, las religiones politeístas o animistas, apuntan, a su modo, a una verdad de la que la ciencia se ha desentendido, condenándose así esta última a no entender nada de lo que realmente importa. Y si esta visión de las cosas, a estas alturas, parece romántica o ingenua, debe reconocérsele, al menos, un poder explicativo sobre lo que podríamos denominar hechos astrológicos del que carecen las propuestas fisicalistas en términos de causas o influencias.

(Del cajón de papeles inéditos)
© 2009, Julián García Vara





jueves, 2 de febrero de 2012

La cualidad espiritual del tiempo



La Astrología resiste. A través de los siglos y de las culturas, de las variaciones socio-económicas e ideológicas, de los desarrollos científicos y las mutaciones religiosas. El “arte conjetural” de Ptolomeo, que fascinó a Kepler y atrajo a Newton, resiste dos milenios después de la publicación del Astronomicon y el Tetrabiblos, resiste las condenas y prohibiciones oficiales, los sarcasmos y las burlas de quienes nunca la estudiaron. Y hasta se atreve a penetrar de nuevo en los recintos universitarios, de los que fue expulsada dos centurias atrás. En los albores del siglo XXI, asistimos en España, Francia y otros países, a la admisión de tesis doctorales de temática astrológica , a la inclusión de asignaturas de historia de la astrología en los programas universitarios , a la publicación de estudios astrológicos firmados por catedráticos de impecable trayectoria y reconocida solvencia científica y cultural .


La Astrología resiste, pero nadie sabe muy bien en qué consiste. No se trata ya de la vieja cuestión acerca de su estatuto epistemológico, de si puede o no acomodarse en la mesa de las ciencias o si su lugar está más bien en otra parte, entre las artes adivinatorias, entre las religiones o con los sistemas simbólicos que ofrecen modos de aproximarse a aspectos de la realidad sólo accesibles a los vislumbres de la fantasía o de la intuición. Se trata, sobre todo, de que ni sus contenidos ni sus límites están claramente definidos, de que nadie sabe a ciencia cierta el origen exacto o la justificación teórica que puede darse a la mayor parte de sus prácticas. Se trata de que, aunque “se percibe” una poderosa estructura subyacente, una especie de fuerza de cohesión entre los elementos de la astrología, sus presupuestos, signos, símbolos, ciclos y aparato matemático, no está, sin embargo, expresada explícitamente en ninguna parte la naturaleza o la forma precisa de esa organización. De manera que, además del profundo, principal misterio que envuelve la posibilidad misma de la Astrología, están los misterios internos, domésticos, de cómo se articulan entre sí las explicaciones mitológicas con los cálculos astronómicos, las figuras de aspectos con los sucesos que se les correlacionan, los antiguos sistemas de dignidades planetarias con los nuevos miembros del sistema solar progresivamente detectados, los signos con las constelaciones, los aspectos con los signos, las divisiones espaciales con los desarrollos temporales, los ritmos cíclicos con la estricta irrepetibilidad de cada una de las configuraciones.

Sin contar con que la astrología que ahora tenemos, para bien o para mal, no es la misma que conocieron en Mesopotamia o en India, ni la que reelaboraron los griegos y los árabes y de toda la cual se conservan tan sólo retazos incompletos. No sabemos realmente lo que otros pueblos en otras épocas alcanzaron a conocer, pero hemos heredado lo suficiente como para poder entrever algunos de los principales hilos con que fue tejida esta malla, a la vez omnicomprensiva y esquiva, que pretende registrar los vínculos secretos de cuanto en el universo se mueve. Entre lo que perdió y lo que ha ido incorporando la astrología ha cambiado su faz. Nuevos cuerpos celestes catalogados en nuestro sistema solar -planetas, asteroides, centauros, cometas, planetoides-, nuevas técnicas de prognosis, un enfoque más humanista y psicológico, medios de cálculo mucho más precisos, exhaustivos y rápidos, modos de intercambio y comunicación entre astrólogos auténticamente vertiginosos. Y, a pesar de todo ello, en lo esencial nos hemos desviado muy poco de las directrices más clásicas. Casi todo lo que se añade se inspira en modelos anteriores. Pero seguimos sin tener clara conciencia de los principios que sustentan este precioso edificio, de la estructura arquitectónica que da unidad y consistencia a la abigarrada diversidad de elementos del sistema astrológico.

Es esencial abordar la tarea de mostrar que las prácticas astrológicas no son un conglomerado arbitrario y caprichoso de técnicas deslavazadas. Sólo si el sistema demuestra solidez interna puede aspirar a integrarse en esquemas culturales más amplios, menos controvertidos, más racionales y asimilables por el sentido común. Sin embargo, si bien un cierto grado de coherencia es exigible, demasiada coherencia sería sospechosa. Una de las virtudes que no hay que escatimarle a la astrología es la de dejar suficiente espacio libre para los movimientos del espíritu, de manera que éste pueda aproximarse a los más intrincados misterios siguiendo impulsos propios, sin consignas preestablecidas, que es el único modo de toparse de frente con algo radicalmente nuevo, de hacer un verdadero descubrimiento. Por otra parte, no ha de buscarse a toda costa la convergencia de planteamientos y de resultados con las ciencias generalmente admitidas, pues si existe algo a lo que podamos llamar “la verdad” no hemos de esperar que radique en el acuerdo entre investigadores, sino en la conformidad con la realidad. Además de que sería una torpeza esforzarse en hacer hablar a la astrología el lenguaje de la física o de lo que hoy entendemos por ciencia, siendo aquella mucho más venerable y antigua que éstas y habiéndolas precedido no sólo en el tiempo, sino también en el impulso a la observación sistemática y a la investigación del que, a la postre, terminarían por derivarse primero la filosofía y, finalmente, las ciencias experimentales.

Se dice que Tales de Mileto fue el primer filósofo occidental; la suya, como la de sus sucesores inmediatos, fue una filosofía de la naturaleza; con esta denominación se conoció a la física hasta los tiempos de Newton, que fue el último que dijo de sí mismo “soy un filósofo de la naturaleza”. Pero sabemos que Tales de Mileto era también astrólogo y Newton alquimista. Y que los principales impulsores de lo que acabaría constituyéndose en el método experimental más fecundo de la historia de la ciencia –hasta el punto de que algunos entienden que ésta empieza con él- estuvieron prácticamente todos imbuidos de ideas mágicas, alquímicas, místicas o astrológicas.  No se trata de que emergieran heroicamente del fango de la superstición medieval, elevándose por su esfuerzo hasta la claridad racional de la ciencia. Se trata, más bien, de que el mismo impulso al conocimiento les llevó a lo uno y a lo otro, y que de no haber habido hombres deseosos de atisbar los misterios ocultos en la naturaleza tampoco habrían existido nunca ni la magia, ni la astrología, ni la ciencia.



Pero la física presocrática, al igual que la platónica y la aristotélica, no estaba reñida ni con la poesía ni con la mística, y se desarrolló a partir del supuesto de que la naturaleza contiene en sí misma principios racionales de organización, conciencia y propósito y de que los cielos están habitados y movidos por supremas inteligencias. Si los antiguos taoístas tenían razón al afirmar que el mundo es una sustancia espiritual, tal como sostuvieron también los estoicos, Spinoza o Hegel, entonces la astrología anda menos desorientada que la ciencia experimental de corte materialista, tan extendida todavía en nuestros días. Ya que es de la ligazón espiritual entre los entes que habitan nuestro sistema solar de lo que trata, principalmente, la astrología. El movimiento armónico del espíritu cósmico es su tema. La astrología estudia la cualidad espiritual del tiempo. Por ello, si en algún sentido cabe llamarla ciencia, aunque sea tan sólo en el sentido de que aspira a ser tomada en serio cuando pretende describir ciertos aspectos de la realidad o ciertas conexiones insospechadas entre los hechos, se tratará, en todo caso, de una ciencia poética. En efecto, el Astronomicon de Manilius, uno de los textos astrológicos más antiguos que conservamos, no es formalmente otra cosa que un extenso poema. Hasta la fecha no ha abandonado del todo su lenguaje mítico, y buena parte de lo que se escribe en su nombre hay que admitir que lleva el sello del pensamiento mágico. Dicho sea de paso, y sin ánimo de polémica, tampoco la física se ha desprendido por completo de esto. El empeño por unificar las cuatro fuerzas que, según los físicos, gobiernan la naturaleza (gravitación, electromagnetismo, nuclear fuerte y débil), se asemeja al interés religioso por reconducir el politeísmo hacia el monoteísmo. De hecho, el concepto de fuerza es mítico o, a lo sumo, funcional, pero no científico. El propio Newton advirtió que, al hablar de fuerza de la gravedad, no pretendía afirmar la existencia de una fuerza que existiese al lado de los fenómenos gravitatorios, como precediéndolos o causándolos, sino que con esa expresión se refería simplemente, de modo condensado y cómodo, al conjunto de la totalidad de esos fenómenos gravitatorios y sus relaciones mutuas. Pero quienes piensan en esas fuerzas de la naturaleza del mismo modo que los griegos pensaban en el poder de los dioses homéricos o ciertas sociedades primitivas en poderes telúricos, permanecen anclados en una suerte de pensamiento mítico desustanciado, ya que a estas fuerzas de la naturaleza no cabe ofrecerles sacrificios propiciatorios ni dirigirles plegarias.  Sólo cabe tratar de domeñarlas con el concurso de la técnica. En el fondo, se trata de lo mismo y no hemos de ver como más elevadas las intenciones de los  ancestrales practicantes de ritos propiciatorios. Se trata siempre de poner a nuestro favor las fuerzas de la naturaleza, ya sean concebidas como voluntades espirituales (dioses) o como impulsos ciegos naturales (energías). Por eso, el tecnificado intelecto de nuestros días pierde la paciencia al no hallar por ninguna parte los resortes materiales que podrían permitir algún género de “explotación” de las energías astrológicas, si es que algo semejante a eso existiera.

Pero en vano buscaremos explicaciones completas de hechos astrológicos en términos de fuerzas gravitacionales o electromagnéticas. Ni siquiera la teoría armónica, entendida como un capítulo especial de la física ondulatoria, tiene gran cosa que aportar a nuestro asunto. Todas estas potencias naturales intervienen de un modo decisivo en el ritmo mecánico con que se sucede la danza cósmica de los cuerpos planetarios. A su vez, esta danza marca tiempos, espacios y oportunidades para la manifestación  de las potencias espirituales que de alguna forma ignota residen en ellas o se mueven a su compás. Porque Naturaleza y Espíritu no son dos sustancias separadas, sino, según fórmula de Spinoza, dos atributos o modos de expresión de una misma sustancia. Cuando esta sustancia duerme, reposa o se desliza sin resistencia aparente en un movimiento inercial, le damos el nombre de “materia”. Cuando esta sustancia despierta, se expresa enérgicamente, con movimientos espontáneos y signos de autodeterminación, reconocemos en ella una voluntad y le damos el nombre de “espíritu”. Pero fue espíritu todo el tiempo. Incluso cuando duerme, sueña. Y su sueño se difunde por todo su ser, de modo semejante a la transmisión de pensamientos en los fenómenos telepáticos. Y todo su ser no conoce otros límites que los del universo.

(Del cajón de papeles inéditos)
© 2009, Julián García Vara