jueves, 25 de octubre de 2012

Plutón y "la Medida de la muerte" de Carter


Contribución a la investigación sobre la muerte bosquejada por Charles E. O. Carter en 1929

La investigación astrológica que Charles E. O. Carter realizó en 1929 sobre la muerte a la luz de las direcciones simbólicas se encuentra ya publicada en este blog desde el pasado mes de julio (véase La predicción de la muerte)  y mis nuevos criterios para la clasificación de los datos y la ampliación de su estudio se dieron en la última entrada (véase Circunstancias de muerte y Astrología). Paso ahora a exponer detalles más concretos del método que he seguido para añadir alguna información nueva a la que Carter ofreció en su día en su trabajo con direcciones simbólicas. Como el número de claves de dirección presuntamente operativas es exageradamente amplio, me he centrado sólo en tres de ellas.

En primer lugar, he tomado la clave de 0º 15' por año que con tanta convicción y algo de apresuramiento había asociado Carter con la muerte en el trabajo citado más arriba y que fue incorporada por Carlos Raitzin a la serie Spicasc de sus multiclaves. Esta clave es el resultado de la división del círculo por 1440.

En segundo lugar, he aplicado la clave de un grado por año que Carter consideraba "la madre de todas las claves" -algo con lo que no puedo estar del todo de acuerdo por las razones que ya he explicado antes en este blog (véase Las mejores claves de dirección) y que Raitzin tomó también como una de las dos piedras angulares a partir de las cuales construyó toda su serie Spicasc. Esta clave es el resultado de la división del círculo por 360. Se recordará que la otra clave tradicional que, junto con ésta, tomó Raitzin como punto de partida para su búsqueda de nuevas claves válidas es la clave duodenaria, de 2º 30' por año, que resulta de la división del círculo por 144. La primera clave que Raitzin añadió a estas dos fue la media armónica de ambas, que divide al círculo por 252 y tiene un avance anual de 1º 25' 43". Aunque, por ahora, no he hecho uso de esta última clave en la investigación de la muerte, sí que he utilizado otra que guarda con ella una peculiar relación. La división del círculo por 840 produce una clave con un movimiento anual de 0º 25' 43". La diferencia entre las claves 252 y 840 es exactamente de un grado por año, de modo que la clave 252 se mueve respecto de la 840 a la misma velocidad que la 360 respecto de la carta natal. Constituyen, así, dos pares equivalentes, puesto que toda dirección observada por la clave de un grado por año respecto de la natal se dará al mismo tiempo por la clave 252 respecto de la 840.

La clave 840 no forma parte de los sistemas de claves de Carter ni de Raitzin ni de ningún otro autor ni tradición de los que yo tenga conocimiento, pero sí ocupa uno de los lugares destacados en mi sistema de direcciones de clave armónica, explicado aquí en el artículo del mismo título (véase Direcciones de clave armónica). Como este último sistema es un superconjunto de los dos anteriores, incluye dentro de sí las tres claves seleccionadas, pero les añade algo que en los sistemas de Carter y Raitzin no tenían: una valoración apriorística del peso relativo de cada una, a partir de cadenas de submúltiplos y equivalencia de pares.



Pesos estimados de las claves armónicas 360, 840 y 1440

Esta estimación está basada en ciertas razones lógicas y matemáticas, pero en astrología los argumentos lógicos tienen sólo un valor relativo. Pueden utilizarse como pistas para construir hipótesis, pero de nada valen si la experiencia no las ratifica. Esto mismo sucede en cualquier ciencia natural y experimental. El astrólogo, sin embargo, suele invocar la experiencia de un modo diferente a como lo haría un físico. Dice "de acuerdo con mi experiencia, esto es así", pero añade pocos o ningún detalle del contenido concreto de esa experiencia, de los criterios que ha usado para juzgar y de la magnitud cuantitativa de sus observaciones. Si estimamos que se trata de una persona capaz y honesta nos sentimos inclinados a creer en él, pero si aceptamos sus afirmaciones sin comprenderlas del todo ni comprobarlas por nosotros mismos, la astrología se va convirtiendo poco a poco en una cuestión de fe. Puede, entonces, irrumpir en escena otro astrólogo, a quien también consideramos capaz y honesto, y sorprendernos diciendo "pues de acuerdo con mi experiencia es todo lo contrario". ¿A quién creemos entonces?, ¿cómo ponderar el valor de la experiencia de cada uno? El problema es que la experiencia invocada por el astrólogo suele ser una experiencia privada, mientras que la del físico es una experiencia pública. Por eso la del astrólogo no sirve, en términos generales, para fundar sobre ella una ciencia experimental rigurosa, aunque sus testimonios no dejen de tener cierto valor.

Carter nos dice en el capítulo 4 de su Symbolic Directions in Modern Astrology que ha basado sus conclusiones acerca de la muerte en la investigación de alrededor de un centenar de casos, aunque en el libro sólo nos muestra media docena. Un centenar de casos puede parecer una cifra respetable, pero apenas alcanza para obtener de ella ningún dato estadístico relevante. A pesar de eso, Carter nos sorprende con una declaración asombrosa acerca de Júpiter y Neptuno:
En todos mis casos, salvo solamente dos excepciones, he hallado que hay un aspecto entre estos dos planetas en el momento de la muerte, calculada por la medida de un-grado.
Para hacernos una idea más exacta de la magnitud de esta observación necesitamos saber qué aspectos se han tenido en cuenta y qué orbe se les ha concedido y enseguida Carter nos informa sobre esto:
Se debe observar que los aspectos aquí indicados son de todas clases. He usado tanto aspectos menores como mayores, tanto los llamados buenos como los calificados malos. Los orbes, en la muerte, se han mantenido muy cerrados, excepto con las conjunciones y oposiciones que algunas veces llegan a los 7º. Las cuadraturas y los trígonos no van más allá de tres grados, como norma, y los aspectos menores no pasan de 2º. También he hallado que un aspecto de exactamente 100º ocurre frecuentemente, pero con un orbe no superior a 1º. Alrededor de un tercio de toda la lista es exacto por debajo de 1º.
Con estos orbes, la conjunción y la oposición cubren 14 grados del círculo cada una (siete a cada lado del punto de aspecto exacto), la cuadratura y el trígono 12 grados cada una (tres a cada lado de cada uno de los dos puntos de aspecto exacto) y los aspectos menores 8 grados cada uno (dos a cada lado de cada uno de los dos puntos de aspecto exacto). Carter no hace explícita la lista de aspectos menores que toma en consideración, pero en sus ejemplos menciona sextiles, semicuadraturas, sesquicuadraturas, quincuncios y quintiles, además del aspecto de 100º, que representa 5/18 partes del círculo. Es muy posible que también usara semisextiles y biquintiles. Con estos aspectos y orbes el área total del círculo desde la cual Júpiter dirigido puede formar un aspecto con Neptuno radical asciende a 112 grados, un 31% del círculo. Otro tanto vale para las direcciones de Neptuno sobre Júpiter natal. En estas condiciones, la probabilidad de que uno cualquiera de los dos planetas esté formando un aspecto con el otro por dirección de un-grado en un momento cualquiera supera el 50 por ciento. Sabiendo esto, la declaración de Carter resulta un poco menos impresionante. Por otra parte, Carter era muy poco sistemático en su modo de investigar, cambiaba de criterios sobre la marcha, estiraba o encogía los orbes a conveniencia, unas veces incluía aspectos menores y otras los excluía, saltaba de unas claves a otras, se fijaba en lo que ocasionalmente le iba llamando la atención sin llevar un registro metódico de los datos y prácticamente nunca ofrece cifras concretas, sino que se contenta con meras estimaciones más o menos vagas. Tampoco incluye en su libro un listado completo de las fechas de nacimiento y muerte de los casos que dice haber investigado -algo que sí que hace, por cierto, José Antonio González Casanova en La muerte y el horóscopo (Barcelona, 1999).

Por todo ello he sentido la necesidad de comprobar por mí mismo el verdadero alcance de algunas de las declaraciones de Carter, así como explorar ciertos detalles que él pasó por alto. Me he visto obligado a aprovisionarme de datos por mi cuenta, ya que Carter no comparte los suyos. Los de González Casanova tienen el inconveniente de no incluir la hora de nacimiento, lo que no representa un obstáculo demasiado serio para su investigación, limitada a tránsitos planetarios, pero los invalida para el estudio de las direcciones.

En total he reunido 320 casos, una cifra que a pesar de ser superior a las manejadas por Carter o por Casanova sigue siendo realmente muy precaria para propósitos estadísticos. De todas maneras, mis intenciones son más modestas. Sólo pretendo completar un poco la investigación de Carter con algunas observaciones sobre un conjunto más amplio de casos, algunos cambios de perspectiva, alguna clave nueva y, sobre todo, datos más precisos. La mayor parte de las fechas proceden de la base de datos de Astrodienst, aunque algunas son de mis ficheros privados. He descartado todos los casos en los que la hora de nacimiento está catalogada como dudosa en la clasificación de Rodden, pero incluso los que aparecen como datos muy seguros (AA), basados en certificados de nacimiento o registrados por la familia, muestran casi siempre horas en punto o redondeadas que no bastan para situar con suficiente exactitud el ascendente y las demás cúspides de las casas. Un error de sólo cuatro minutos en la hora de nacimiento supone un desplazamiento de alrededor de un grado en las cúspides de las casas, lo cual, en términos de fechas de cumplimiento de las direcciones, puede representar un desfase de varios años. Por esta razón, a efectos estadísticos he ignorado las direcciones de los planetas al Ascendente, el M.C. y las demás cúspides de las casas. Mi investigación se ha centrado en los aspectos que forman los planetas dirigidos sobre los planetas natales en la fecha de la muerte, por las tres claves seleccionadas. Los planetas incluidos son: Sol, Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón.

En la primera fase de la investigación he tomado en cuenta los siguientes aspectos: conjunción (0º), semisextil (30º), semicuadratura (45º), sextil (60º), quintil (72º), cuadratura (90º), trígono (120º), sesquicuadratura (135º), biquintil (144º), quincuncio (150º) y oposición (180º). El orbe aplicado a todos ellos ha sido el mismo, siempre medio grado (0º 30'), que en términos de tiempo se traduce en periodos que van desde seis meses antes o después de la dirección exacta (clave 360) hasta dos años (clave 1440).

Clave 1440 ("medida de la muerte" de Carter, 0º 15' por año)

Las razones que aduce Carter para relacionar la medida de 0º 15' por año con la muerte son dos, una de carácter especulativo y otra de tipo empírico. Nos expone la primera muy sucintamente con las siguientes palabras:
(la Medida de la Muerte) es, realmente, la simplicidad misma. Consiste en una progresión uniforme de 1º cada cuatro años, o 15' por año. Cuatro es el número de la manifestación; bajo su influencia tomamos y abandonamos nuestro cuerpo físico. (...) Así parece que el número Cuatro (como esperaría cualquier estudiante de la ciencia arcana) es una guía completa para el problema de la Muerte.
La relación que encuentra Carter entre esta clave de dirección y el número 4 es que se requieren cuatro años para completar un grado o, lo que es lo mismo, cuatro veces esta medida es igual a un grado. Pero un grado sólo es 1/360 del círculo y su cuarta parte es 1/1440. Esta medida se deriva de la división del círculo por un número (1440) que ciertamente es múltiplo de 4, pero también lo es de 2, de 3, de 5, de 6, de 8, de 9, de 10, de 12 y de muchos más. Por tanto, debe combinar dentro de sí la naturaleza de muchos armónicos distintos, no sólo del 4, que sólo es uno más dentro de una larga lista. Por otra parte, es difícil comprender a qué se refiere Carter cuando afirma que bajo la influencia del número 4 "tomamos nuestro cuerpo físico", porque no hay direcciones aplicables al nacimiento.

La segunda razón está basada en su experiencia, en parte ilustrada en el libro con media docena de ejemplos y en parte condensada en la declaración siguiente:
Todavía no he encontrado ningún caso en el que no hubiera por lo menos una aflicción severa, usualmente exacta dentro del margen de un grado o menos, por esta medida en el momento de la muerte. Normalmente la casa 8 está involucrada, y aquí no tenemos en cuenta los quintiles, deciles u otros aspectos menores o de planetas imaginarios, sino sólo aspectos mayores de un carácter violento. Sólo contemplo la excepción del quincuncio que, al menos en este contexto, es importante.
Si recordamos que Carter nos ha dicho más arriba que su investigación está basada en alrededor de un centenar de casos, podemos sentirnos bastante impresionados por el hecho de que haya encontrado una condición que, al parecer, se cumple con todos ellos. Y como todos los casos estudiados son  casos de muerte y la condición que se cumple en todos ellos se observa utilizando la medida de 0º 15' por año, parece que lo más natural es concluir que esto indica que tal medida está relacionada con la muerte. Y aún podemos quedar más convencidos de ello por el hecho de que los orbes se hayan reducido aquí a un grado y se hayan excluido tanto los aspectos menores como los "buenos" aspectos mayores.

Sin embargo, Carter no se tomó en ningún momento la molestia de calcular cuál es la probabilidad de encontrar en una fecha cualquiera una "aflicción severa" que cumpla todas las condiciones que él mismo estipuló  Tendremos que hacerlo nosotros, porque ese detalle es indispensable para valorar en su justa medida el alcance de su "descubrimiento".

Carter incluía en el cálculo de las direcciones para el momento de la muerte nueve planetas (Sol, Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno), el Ascendente, el Medio Cielo y la cúspide de la casa VIII. Dirige tanto los planetas como las cúspides de las casas. Por tanto, tenemos 12 puntos en movimiento que pueden combinarse con 12 puntos en reposo, haciendo un total de 144 combinaciones posibles, en principio, de punto dirigido sobre punto receptor. Ahora bien, a la velocidad de 0º 15' por año ningún planeta tiene tiempo de hacer una dirección a su propia posición radical en el lapso normal de una vida humana, por lo que debemos eliminar las 12 combinaciones en las que el punto dirigido y el receptor son el mismo. Tampoco debemos tener en cuenta las combinaciones entre dos cúspides diferentes, porque Carter dirigía planetas sobre cúspides o cúspides sobre planetas, pero nunca menciona una dirección de una cúspide sobre otra. Esto supone prescindir de otras seis combinaciones. De momento nos quedan 126 combinaciones, aunque aún habremos de hacer alguna restricción más. Pero antes hemos de concretar la información relativa a aspectos y orbes.

¿Qué entiende Carter por "aflicción severa"? No lo aclara explícitamente, de modo que debemos deducirlo de sus ejemplos. En ellos menciona, como era de esperar, cuadraturas y oposiciones, pero también quincuncios y conjunciones. Con un  grado de orbe, el área total desde la cual un punto dirigido puede formar alguno de esos aspectos sobre un punto radical es de 12 grados. La probabilidad de que en un momento cualquiera un punto dirigido se encuentre dentro de esos 12 grados es 12/360 = 0,033. Pero esto sólo es aplicable a pares de factores libres, que son aquellos que pueden estar en una carta natal a cualquier distancia uno del otro. Las combinaciones de pares de planetas interiores a la órbita de la Tierra (Sol, Mercurio y Venus) no cumplen esta condición, porque la elongación máxima de Mercurio respecto del Sol es de 28 grados y la de Venus de 48. Esto hace imposible que entre estos planetas se formen direcciones de oposición o de quincuncio. Tampoco hallaremos cuadraturas entre el Sol y Mercurio ni entre el Sol y Venus. La cuadratura entre Mercurio y Venus no es imposible, pero muy raramente veremos una, porque requiere condiciones muy excepcionales. Así pues, la única "aflicción" que normalmente encontraremos entre dos cualesquiera de estos tres planetas es la conjunción; pero esta limitación no se traduce en una disminución muy drástica del número de contactos de estos planetas en comparación con los demás, porque, a cambio de los aspectos que no pueden hacer, la probabilidad de que se produzcan conjunciones entre ellos es aproximadamente seis veces mayor que la de que se produzcan conjunciones entre dos factores libres. A pesar de eso, vamos a prescindir también de las seis combinaciones posibles entre estos tres planetas, de modo que nos quedan 120 combinaciones posibles entre factores libres.

Multiplicando 0,033 por 120 obtenemos el número de aspectos considerados por Carter como "aflicciones severas" que es más probable encontrar en un momento cualquiera, el cual asciende a 4. Esto significa que encontrar 4 "aflicciones severas" en cualquier fecha para la cual calculemos direcciones por la medida de 0º 15' es algo perfectamente normal. Tampoco tiene nada de extraordinario que en una muestra de un centenar de casos no se encuentre ninguno que no presente al menos uno de estos aspectos, sobre todo si se tiene en cuenta que aunque Carter afirma haber hallado siempre al menos uno de ellos, no dice que siempre estuvieran dentro del orbe de un grado, sino que dice que lo están usualmente. En los seis ejemplos de muerte que aporta Carter, el número de "aflicciones severas" halladas es de 4, 6, 1, 3, 5 y 2, respectivamente, con una media de 3,5 por caso. De hecho, Carter contabiliza alguna más, porque no siempre respeta sus propias normas. En el ejemplo nº 4 incluye una oposición de Urano al Sol que excede el grado de orbe y lo justifica alegando que "tanto el Sol como la oposición admiten un orbe más amplio". En ese mismo ejemplo, tras constatar la presencia mayoritaria de "aspectos buenos" añade: "Pero Saturno, que se opone al grado ascendente, parece haber transformado todo esto en malo." Y en otro ejemplo, donde también encuentra "buenos aspectos" comenta: "al parecer en esta medida las buenas direcciones no hacen mucho. La naturaleza maléfica de la medida anula la naturaleza benéfica de la dirección; tal vez incluso la supera".

Es evidente que Carter construyó un laberinto mental y se extravió en él. Primero decidió que la medida estaba relacionada con la muerte porque la omisión del cálculo de probabilidades le llevó a tomar lo normal por excepcional. Después juzgó que la medida era maléfica, porque ya antes había decidido que estaba relacionada con la muerte y porque había enfocado su mirada en los "aspectos malos" que halló en ella. Engrosó el número de aspectos malos haciendo excepciones con los orbes y convirtiendo aspectos buenos en malos por el simple hecho de coincidir en el tiempo con uno malo o incluso por aparecer dentro de una medida "tan mala que anula o supera la bondad del aspecto". Ya el prejuicio contra la medida estaba tan arraigado que, llegado a este punto, cualquier cosa que encontrara no podía más que confirmar su posición.

En los 320 casos que yo he investigado, aunque con criterios algo diferentes, no he podido encontrar que los aspectos que Carter consideraba "aflicciones severas" se presenten con una frecuencia superior a lo normal por esta medida. Con los planetas, aspectos y orbes que yo he utilizado, cabía esperar que en 320 casos se hallarían cerca de 1600 contactos por esta medida, una media de 5 contactos por caso. El número realmente hallado es 1592, una cifra absolutamente normal. Si esta medida tuviera una relación especial con la muerte, debería mostrar una mayor actividad que se reflejara en un número de aspectos significativamente mayor que el esperado, pero no solamente no es este el caso sino que cualquiera de las otras dos medidas que he investigado la supera en esto. El hecho de que este dato, considerado aisladamente, no proporcione ningún respaldo a la validez de esta medida de dirección no significa, ni mucho menos, que hayamos demostrado que no funciona. Significa que, por ahora, no hemos obtenido ninguna evidencia de que la medida en sí misma guarde relación con la muerte. Esto puede deberse a que no la tiene, pero también a que la tiene de un modo que no se transparenta en la suma total de un conjunto de aspectos de naturaleza diferente, cuyos diferentes tipos habría que considerar por separado. Si, por ejemplo, un planeta participa en un 25% de direcciones más de lo normal y otro lo hace en un 25% menos de lo normal, al contabilizar el número total de direcciones de ambos planetas obtendremos un número normal, porque las dos desviaciones se cancelan mutuamente. De ese modo, dos tipos diferentes de reacción de cierta intensidad pueden pasar desapercibidos para una medición estadística que ha obviado las pertinentes distinciones. Por eso hemos de tener mucho cuidado de no leer nunca un "no se ha detectado tal cosa" como sinónimo de "se ha detectado que no hay tal cosa".

Evidentemente, una investigación estadística puede resultar tanto más reveladora cuanto más específica es la variable investigada y tanto más significativa cuanto más amplia es la muestra sobre la cual se investiga. Pero, por lo general, cuanto más se avanza en una de estas dos direcciones tanto más se retrocede en la otra. Los 320 casos de la investigación que nos ocupa están integrados por 138 muertes naturales, 39 accidentes fatales, 103 suicidios y 40 víctimas de homicidios. Al estudiar estas categorías por separado, una muestra ya en sí pequeña se fragmenta en cuatro muestras aún más pequeñas, donde cualquier desviación observada tendrá mucho menos valor que si se hubiera detectado en una muestra considerablemente más amplia. Al fundir las cuatro categorías en una estamos mezclando situaciones y comportamientos completamente diferentes y hasta opuestos, cuyas desviaciones pueden contrarrestarse y permanecer de ese modo ocultas. Por esta razón, jugaremos un poco con los cambios de perspectiva, partiendo de lo más general y avanzando hacia lo más particular o viceversa.

Como en cada una de las 1592 direcciones halladas intervienen dos planetas, el número total de posiciones planetarias consideradas es 3184, repartidas entre los diez planetas de la forma que se muestra en el siguiente gráfico:


Puesto que los planetas son diez, es fácil calcular que la media de direcciones por planeta es de 318,4. Los valores obtenidos para cada uno de los planetas, en general, no se apartan mucho de la media; oscilan entre las 16 direcciones por debajo de la media en el caso del Sol hasta las 25 por encima de la media en el caso de Plutón, valores que expresados en porcentajes representan una desviación negativa del 5% para el Sol y una desviación positiva del 8% para Plutón. Plutón es, por tanto, el planeta que participa en mayor número de direcciones y en segundo lugar va Venus, aunque éste sólo obtiene un incremento del 3% sobre la media. Los planetas que participan en menor número de direcciones son el Sol y Neptuno, con valores negativos del 5% y 4% respectivamente.

En esta primera relación de datos sólo se comprueba si el planeta participa en una dirección, pero no se tiene en cuenta si lo hace como punto en movimiento (factor dirigido) o como punto en reposo (factor radical). Esta diferencia puede ser importante y el resultado de tomarla en consideración se muestra en este otro gráfico:



Aquí los datos están dados directamente en porcentajes. El cilindro correspondiente a cada uno de los planetas se divide en dos secciones, una roja y otra azul. La sección roja representa el grado de desviación respecto de la media en las direcciones formadas por el planeta en movimiento; la sección azul representa lo mismo respecto de los planetas en reposo, es decir, los planetas natales que reciben la dirección.

Al hacerlo de esta forma, Plutón sigue siendo el planeta con mayor desviación positiva, pero ahora podemos comprobar que lo que le ha permitido destacarse son casi exclusivamente las direcciones en las cuales Plutón era el factor dirigido o planeta en movimiento. En esta posición, la desviación alcanza un 15%, mientras que como planeta radical o en reposo apenas excede en un 1% el valor de la media.

Como planeta activo o en movimiento, Marte ocupa el segundo lugar (+7%), siendo Júpiter y Urano (-8%) los que menos direcciones forman. Como planeta receptivo o en reposo, Júpiter ocupa el primer lugar (+9%) y Urano el segundo (+6%), siendo Marte el último (-6%). Por tanto, Júpiter y Urano son al mismo tiempo los dos planetas que más direcciones reciben y los dos planetas que menos direcciones forman, todo lo contrario que Marte, que es el planeta que menos direcciones recibe y uno de los dos que más direcciones forman. Si atendemos a la longitud total de los cilindros, haciendo abstracción de sus secciones internas, vemos que estos tres planetas son, junto con Plutón, los cuatro que muestran mayores desviaciones. Al sumar estas desviaciones sin signo Júpiter alcanza 17 puntos, Plutón 16, Urano 14 y Marte 13, pero si las sumamos con signo Plutón queda con +16, Júpiter y Marte con +1 y Urano con -2. Dicho de otra manera, cuando no tenemos en cuenta si el planeta en cuestión está formando o recibiendo la dirección, parece que Plutón es el único de estos cuatro planetas que muestra actividad dentro de esta medida, pero cuando sí tenemos eso en cuenta Júpiter, Urano y Marte se suman a la fiesta. En principio estos tres habían pasado desapercibidos porque sus dos modos de reacción tienen valores opuestos que se contrarrestan.

¿Qué sentido pueden tener estos datos? Puesto que el fenómeno común a todos los casos es la muerte, podemos suponer que los planetas que obtienen valores altos (mayores desviaciones positivas) como factor en movimiento tienen el poder de causar algún desajuste o alteración en el funcionamiento normal de las operaciones propias del planeta radical contactado. Los que obtienen valores altos (mayores desviaciones positivas) como factor en reposo serían aquellos que representan condiciones orgánicas o psicológicas más esenciales para el mantenimiento de la vida, que pueden ser perturbadas por la energía del planeta en movimiento. En cuanto a las desviaciones negativas, que nos informan sobre aquellos contactos que se producen con una frecuencia por debajo de lo normal, son algo más difíciles de interpretar. Pero podemos razonar que si, por ejemplo, muere más gente cuando Júpiter hace menos direcciones de lo normal entonces es que muere menos gente cuando Júpiter hace más direcciones; esto indicaría que Júpiter formando activamente direcciones por esta medida representaría un elemento de protección de la vida -quizás una inyección de optimismo- que al ausentarse o debilitarse nos dejaría más a merced de las circunstancias. Por último, los planetas natales que reciben menos direcciones de lo normal por esta medida en el momento de la muerte señalan que la muerte es menos probable cuando esas direcciones están presentes.

El protagonismo mostrado por Plutón en esta medida parece conforme con el sentir de muchos astrólogos contemporáneos que relacionan a Plutón con la muerte. Pero debemos advertir que, si bien es cierto que en el cómputo general Plutón ocupa el primer puesto en cuanto a número de direcciones en las que participa, no sucede lo mismo si consideramos por separado las cuatro categorías de muerte definidas más arriba. En la categoría de muertes naturales, sin tener en cuenta si el planeta forma la dirección o la recibe, Plutón ocupa el cuarto lugar, por detrás de Mercurio, Venus y Júpiter. En la categoría de accidentes fatales, Plutón ocupa el segundo puesto, pero es ampliamente superado por Marte. Y en la categoría de víctimas de homicidio Plutón cae hasta el último lugar. Es sólo en la categoría de suicidios donde Plutón ostenta la primera posición, debido, sobre todo, a las direcciones en las que juega el papel activo (planeta en movimiento), porque como planeta receptor queda aquí relegado al séptimo lugar. Si nos concentramos únicamente en las direcciones que forma Plutón como planeta en movimiento sobre los puntos ocupados por los planetas natales, encontramos las magnitudes de desviación que se detallan en el gráfico siguiente:


Direcciones de Plutón como planeta en movimiento

En la categoría de muertes naturales, la media de direcciones por planeta en posición activa es de 70, pero en el caso de Plutón encontramos 78, un excedente de 8 casos que representa un 11% por encima de la media. En la categoría de accidentes, la media es de 19 y el valor de Plutón es 22, una desviación absoluta de 3 casos respecto de la media, que representa un 15% de desviación relativa positiva. En los suicidios la media por planeta es de 53 direcciones, pero Plutón presenta 73, lo que equivale a una desviación positiva del 37 por ciento. En las víctimas de accidentes, la media es 17, pero Plutón sólo alcanza 10, que en términos relativos equivale a una desviación negativa del 40 por ciento.

Desviaciones del 37 ó del 40 por ciento serían muy respetables si estuviéramos hablando de varios miles de direcciones, pero si la referencia es de unas pocas decenas, como sucede aquí, no representan gran cosa. Por tanto, es muy arriesgado tratar de sacar conclusiones definitivas a partir de tan pocos datos. Pero al menos nos pueden servir para estar más atentos a esta clase de direcciones cuando las encontremos en casos concretos de los que tengamos un conocimiento directo y observar así sobre el terreno las peculiaridades de su funcionamiento.

Por supuesto, aún quedan muchos detalles por comentar relacionados con esta medida, y no he dicho todavía nada de lo que he encontrado en las otras dos. Pero los datos estadísticos sólo pueden asimilarse en pequeñas dosis, por lo que creo oportuno hacer una pausa antes de compartir más información.

© 2012, Julián García Vara


jueves, 18 de octubre de 2012

Circunstancias de muerte y Astrología.



Si dejamos a un lado los ejercicios intelectuales con los que se entretienen algunos filósofos de orientación escéptica extrema, hay algo de lo que nadie puede seriamente dudar; no se trata tanto de la que Descartes tomó como su certeza fundamental, su célebre "pienso, luego existo", como de la previsible continuación y conclusión existencial de ese mismo enunciado: "...pero voy a dejar de existir". Esta prolongación que me he permitido añadir no formó nunca parte de los escritos de Descartes; al contrario, se esforzó tanto como pudo en demostrar que ese Yo que piensa es un alma simple, incorpórea y, por tanto, inmortal. Pero el hecho mismo de que pusiera tanta energía en eso muestra hasta qué punto le angustiaba la perspectiva de la muerte individual, la amenaza de la disolución del Yo aguardando en el horizonte, como conclusión natural de toda biografía.

La de Descartes es la certeza de nuestro presente, "experimento algo, siento, dudo, percibo, luego tengo que ser algo", pero en ella no se encuentra la garantía de que un algo o un alguien hayan de perdurar indefinidamente. Al contrario, la sabiduría popular ha repetido siempre que lo único de lo que podemos estar completamente seguros es de que vamos a morir. Esa es la certeza de nuestro futuro. Pero esta certeza, contundente donde las haya, es de un carácter extraño y paradójico, porque eso de lo que todos los mortales nos sentimos tan convencidos es algo sobre cuya naturaleza no sabemos nada a ciencia cierta, es la certidumbre de que nos aguarda la total incertidumbre.

La visión materialista que identifica a una persona con su cuerpo físico y vincula toda posibilidad de experiencia consciente al sistema nervioso entiende que con la descomposición de este último se extingue la primera. En consecuencia, no hay nada que temer ni nada que esperar, porque la muerte es la propia nada; pero no una nada experimentada como ausencia de un algo perdido, como un gran vacío que nos envuelve y angustia, ya que al perderse el alguien junto con todo algo nadie queda para experimentar nada. Por eso Epicuro trató de apaciguar el temor natural que inspira el pensamiento de nuestro previsible final personal con su lapidaria frase "Cuando la muerte está, nosotros no estamos. Cuando nosotros estamos, la muerte no está".

En efecto, de los presupuestos de la filosofía atomista y materialista que sostuvo Epicuro se sigue la imposibilidad de encontrarse frente a frente con la propia muerte, porque para encontrarse con ella tendríamos que estar vivos, lo que sería una contradicción. Pero con lo que sí nos podemos encontrar es con la experiencia de la propia agonía y de la propia decadencia; y también con la penosa experiencia de la muerte de los demás. Para estas cosas, la medicina de Epicuro no representa ningún remedio eficaz.

Hay otra visión, que es la dominante en los entornos "esotéricos" y se remonta a Pitágoras, Sócrates y Platón, según la cual la muerte es la liberación del alma de la cárcel del cuerpo, pasando a existir en otra dimensión, como ente espiritual autónomo. Desde este punto de vista, el encuentro con la propia muerte sí que es posible, pero entonces la muerte no es ya la propia extinción, sino una transformación de vastas proporciones que altera por completo todo nuestro habitual sistema de referencias. Podría decirse que si el alma persiste tras la muerte entonces el que muere es el mundo, el propio universo personal que nuestra conciencia construye para relacionarse con su entorno físico.

La astrología como tal no se adhiere necesariamente a una u otra visión de la naturaleza de la muerte, aunque hay ciertas escuelas u orientaciones astrológicas que se han decantado claramente por una de ellas. Los que buscan en los nodos de la Luna, en la carta dracónica o en alguna otra parte de la carta natal de una persona indicaciones sobre sus presuntas encarnaciones anteriores o futuras están asumiendo la teoría de la transmigración de las almas. A este tipo de especulaciones se le suele dar el título de "Astrología kármica", la cual concibe la sucesión de encarnaciones como un proceso de aprendizaje cuyo objetivo es el progresivo perfeccionamiento del alma o su purificación necesaria como paso previo para merecer la liberación de la rueda de las reencarnaciones.

Pero sean cuales sean las convicciones filosóficas o religiosas -o la falta de ellas- de cada escuela en particular, siempre se ha esperado que el astrólogo -por lo menos, el de orientación predictiva- tenga algo que decir sobre la muerte de la persona cuya carta estudia. Interesa el "cómo", pero sobre todo el "cuando", y para responder siquiera aproximadamente a esta segunda cuestión se elaboraron complejos métodos cuya explicación no cabe en los propósitos de este artículo (Determinación del Hyleg, el Afeta, el Anareta, tablas de años menores, medios y mayores de cada planeta, Almuten de la casa VIII, etcétera).

El astrólogo interesado en la predicción o el análisis de sucesos a partir de una carta natal y de los diferentes métodos de prognosis suele afrontar el estudio astrológico de la fecha de la muerte -conjeturada o constatada- como el de un acontecimiento más. Pero la muerte no es un acontecimiento cualquiera, podemos incluso dudar de que se trate de un acontecimiento. Desde la óptica de Epicuro, desde luego, es un acontecimiento imposible, porque sólo a los vivos les pueden suceder cosas. Y si lo que le sucede a un vivo es que muere, tal como lo entiende Epicuro, no le ha sucedido absolutamente nada; lo que tiene lugar ahí es, precisamente, la interrupción del flujo continuo de acontecimientos, el cese de todo acontecer, de todo hacer, de todo padecer, de todo tipo de experiencia. La muerte no es, entonces, algo que nos pueda suceder a cada uno de nosotros; lo único que nos puede suceder en relación con esto es que se nos muera alguien. Es la muerte de las personas que más nos importan la que podría estar reflejada como acontecimiento en nuestra propia carta, pero los indicios de nuestra propia muerte habría que buscarlos en las cartas de los allegados que nos sobrevivan. Esto es lo que hizo, por ejemplo, Charles E. O. Carter, quien predijo correctamente el año de su propia muerte (1968) en una carta privada que envió a John Addey en agosto de 1955, basándose, entre otras cosas, en que había observado "típicas direcciones de duelo" en las cartas de sus familiares para ese año. Pero es evidente que Carter no creía que los indicios de la muerte de alguien sólo puedan verse en las cartas de otras personas, porque todo el capítulo 4 de su Symbolic Directions in Modern Astrology (1929) está dedicado precisamente a la búsqueda de tales indicios a partir de las cartas natales de los propios fallecidos.

Si los métodos para conjeturar la fecha aproximada de la muerte de alguien a partir de su carta natal son eficaces, al menos en un porcentaje significativo de los casos, parece que podemos concluir al menos una de estas dos cosas:

1) La muerte, en realidad, sí que es un acontecimiento, porque la persona no se extingue con su muerte -como creía Epicuro- sino que lo más esencial de ella subsiste -como creía Platón- y puede ser consciente de lo que le está pasando al morir. En ese caso, el flujo de acontecimientos no se detiene, sino que únicamente se transforma, pasa a otro plano, pero entonces podemos preguntarnos si la carta natal puede seguir siendo un referente válido de lo que suceda a partir de ahí o si queda definitivamente cancelada.

2) Los indicios astrológicos de la muerte lo que marcan no es la muerte como tal, sino las condiciones que la propician o la hacen más probable, el tipo de situaciones -de las que la persona suele ser consciente- que pueden concluir en el colapso del organismo.

Esta segunda posibilidad no puede perderse de vista si la investigación astrológica de la muerte se hace con una herramienta como la que Carter utilizó en su obra citada más arriba. Carter mueve los planetas a partir de sus posiciones en la carta natal a diversas velocidades uniformes, pero relaciona especialmente con la muerte un avance de un cuarto de grado por año. Cuando este desplazamiento lleva a un planeta hasta un grado del zodiaco que forma aspecto con alguno de los planetas natales o con la cúspide de alguna casa se forma un contacto por dirección simbólica que puede traducirse en un acontecimiento acorde a los planetas o puntos que intervienen en él. Si no se les concede ningún orbe a los aspectos así formados, puede asignarse una fecha exacta a cada uno de ellos. Pero Carter no sólo usaba orbes, sino que tendía a ser excesivamente generoso en este punto. En ocasiones aplicaba a las direcciones simbólicas orbes casi tan amplios como los que se usan para una carta natal. Otras veces restringía el orbe de los aspectos hasta un grado antes o después del punto exacto. Incluso en su versión más restringida, este modo de usar los orbes mantiene en vigor cada aspecto por un periodo muy dilatado. Usando la que Carter llamaba "la medida de la muerte" (0º 15' por año) con un grado de orbe, cada aspecto se mantendría activo durante ocho años, cuatro antes y cuatro después de alcanzar el punto exacto. Pero la muerte sucede siempre en un día muy determinado, de modo que no puede ser explicada sólo por una condición que se mantiene ahí durante tantos años. Si Carter tiene razón al pretender que los aspectos que se forman por este método impregnan periodos tan amplios, entonces lo que cada uno de ellos puede indicar no es la muerte ni ningún otro acontecimiento puntual en el tiempo, sino alguna condición general que puede facilitar el desarrollo de cierto tipo de pensamientos, emociones, acciones y sucesos.

Desde este punto de vista, la investigación astrológica de la muerte se transforma en el estudio de las condiciones que la propician. Estas condiciones pueden ser muy diversas y es de esperar que cada una de ellas esté representada por alguna combinación diferente de planetas y aspectos. Por tanto, antes de abordar una investigación sobre este tema, ya sea por métodos estadísticos o por análisis detallado de casos concretos, se impone la tarea de tratar por separado a las víctimas de distintos tipos de muerte. Es verdad que, así como ninguna persona ni ninguna vida es igual a otra, tampoco ninguna muerte es igual a otra, pero pueden aislarse algunos rasgos comunes que permitan definir algunas categorías.

En primer lugar tenemos las que de una manera quizá no muy apropiada suelen denominarse "muertes naturales". Son consecuencia del desgaste natural del organismo por el paso del tiempo o de su incapacidad para sobreponerse a una enfermedad. Normalmente esto ocurre al margen de la voluntad de la persona o en contra de ella, aunque en algunos casos el enfermo se abandona a su suerte con cierta complacencia y no manifiesta ningún deseo de luchar por su vida. Esto último puede deberse a un estado depresivo o bien a la serena comprensión de que su ciclo vital está cumplido. Pero, por lo general, la mayoría de la gente que se ve en este trance preferiría seguir viviendo si se le diera la oportunidad. Podemos decir que en estos casos la muerte tiene un origen material interno.

En segundo lugar están los accidentes fatales. La muerte sobreviene de una forma totalmente inesperada, generalmente violenta y repentina, sin ser provocada deliberadamente por la víctima ni por ninguna otra persona, como consecuencia de una azarosa combinación de circunstancias desfavorables. Podemos decir que en estos casos la muerte tiene un origen material externo.

En tercer lugar están los suicidios, la forma de muerte más difícil de comprender. Aparentemente la muerte es querida y elegida por la persona, que actúa para procurársela. Pero esta elección no recae sobre nada positivo ni conocido, no se elige algo, sino que se rechaza todo. Normalmente esto implica un juicio muy duro, severísimo, que juzga intolerable el mundo, las circunstancias, el comportamiento de los demás o el de uno mismo y decreta la pena capital para todo eso al mismo tiempo. Podemos decir que en estos casos la muerte tiene un origen espiritual interno.

Por último tenemos las víctimas de homicidios. La muerte es decidida por otra persona, por las causas más heterogéneas: odio, rencor, ambición, codicia, venganza, miedo y un largo etcétera. Podemos decir que en estos casos la muerte tiene un origen espiritual externo.

Por supuesto, esta clasificación, como casi todas, tiene algo de artificialidad y no es raro encontrar casos que puedan caber a la vez en más de una categoría o que no encajen en ninguna de ellas. Algunos casos oficialmente catalogados como suicidios pueden haber sido en realidad homicidios, otros tomados como accidentes pueden haber sido suicidios u homicidios. Las catástrofes naturales pueden, hasta cierto punto, asimilarse a los accidentes, pero suelen afectar a colectividades más que a un individuo determinado. Las víctimas de un bombardeo pueden, hasta cierto punto, asimilarse a las víctimas de homicidio, pero la agresión no iba dirigida específicamente contra ésta o aquella persona sino contra el grupo social del que forman parte. A menudo, entre las víctimas de un bombardeo se encuentran también personas que pertenecen al mismo ejército que está bombardeando, en cuyo caso es posible que la categoría de muerte accidental convenga más. Por otra parte, cada una de estas categorías admite en principio un gran número de subcategorías cada vez más específicas.

He utilizado este marco de cuatro categorías para una investigación personal de 320 casos de muerte con ciertas variaciones de los métodos de Carter, pero en este artículo sólo quería aclarar algunos conceptos previos. Espero poder dar alguna información de los resultados en próximas entradas.


© 2012, Julián García Vara