El filósofo y escritor existencialista francés Jean Paul Sartre puso en boca de uno de los personajes de su obra Huis clos (A puerta cerrada (1944)) una frase que impactó a sus contemporáneos, aunque no fuera del todo bien comprendida: "El infierno son los otros". En la Europa de entonces, inmersa de lleno en los horrores de la Segunda Guerra Mundial, esto sonaba casi natural. La tesis de Sartre, sin embargo, no se restringe a situaciones históricas particularmente críticas o de extrema tensión, sino que se aplica a las relaciones humanas en general en toda época y lugar. No obstante, requiere algunas matizaciones, que podemos escuchar directamente en la voz del propio Sartre en el siguiente vídeo (en francés), cuyo texto en español se transcribe también más abajo.
Jean Paul Sartre nos explica su obra "A puerta cerrada" y en particular la frase "El infierno son los otros".
Cuando se escribe una obra siempre hay causas ocasionales y problemas profundos. La causa ocasional es que, en el momento en que "A puerta cerrada" fue escrita, a fines de 1943 y comienzos de 1944, yo quería que tres de mis amigos representaran una obra mía sin que ninguno le sacara ventaja a otro. Es decir, que los tres permanecieran en escena todo el tiempo, porque creía que en caso de que uno de ellos saliera desde ese momento iba a pensar que los otros tenían un papel mejor o de mayor protagonismo. Yo quería entonces mantenerlos juntos. Fue allí que me dije "¿Cómo se puede poner en escena a tres personas sin hacer jamás salir a una de ellas y mantenerlos en escena como si fuera por la eternidad?" Fue en ese momento que me vino la idea de ponerlos en el infierno y de hacer a cada uno el verdugo de los otros dos. Tal es la causa ocasional. Sin embargo tengo que decir que mis tres amigos no representaron la obra, sino que, como ustedes bien saben, fue representada por Michel Vitold, Tania Balachova y Gaby Sylvia. No obstante, en ese momento había preocupaciones más generales y quise expresar en la obra otra cosa, y no solamente la que la simple ocasión me diera. Quise plantear entonces que "el infierno son los otros". Pero "el infierno son los otros" ha sido siempre mal comprendido. Se creyó entonces que yo quise decir que nuestras relaciones están siempre envenenadas, que siempre eran relaciones infernales. Lo que yo quise decir es totalmente diferente. Yo quiero decir que si nuestros vínculos con el prójimo son retorcidos, viciados, el otro no puede ser otra cosa que el infierno. ¿Por qué? Porque los otros son, en el fondo, lo más importante que tenemos para nuestro propio conocimiento de nosotros mismos. Cuando nos detenemos a pensar acerca de nosotros, cuando tratamos de conocernos, en el fondo estamos utilizando la idea que los otros ya tienen de nosotros mismos; nos juzgamos con los medios que los otros tienen y de los cuales nos han provisto para juzgarnos a nosotros mismos. Lo que esto quiere decir es que si mis relaciones o vínculos son malos, yo me someto a una total dependencia del otro. Entonces, en efecto, estoy en el infierno. Y existe hoy en día en el mundo una gran cantidad de gente que está en el infierno porque son demasiado dependientes del juicio del otro. Pero eso no quiere decir que no se puedan sostener otro tipo de relaciones con los otros, eso marca simplemente la importancia capital de todos los otros para cada uno de nosotros.
La segunda cosa que quisiera aclarar es que estas personas no son semejantes a nosotros. Los tres personajes que tenemos en "A puerta cerrada" no se parecen a nosotros, por el simple hecho de que ellos están muertos y nosotros vivos. Obviamente entendemos que aquí "muertos" simboliza algo. Lo que quise decir precisamente es que en el mundo hay muchas personas que se refugian en una serie de hábitos y costumbres y determinados juicios de valor acerca de sí mismos, los cuales les hacen sufrir, pero que no buscan cambiar. Estas personas están muertas en el sentido de que no son capaces de romper el marco de sus penas, sus preocupaciones y sus costumbres, y permanecen de esa manera como víctimas de los juicios de valor que han puesto sobre ellas mismas. A partir de ahí es que se torna bien evidente que estas personas son cobardes o malas. Si han comenzado a ser cobardes nada va a cambiar el hecho de que lo sean. Por eso es que están muertos. Es por eso una manera de decir que es una "muerte viviente", la de estar aprisionados por penas eternas, juicios de valor y acciones que no queremos cambiar. De modo que como estamos vivos he querido mostrar por el absurdo la importancia para nosotros de la libertad, es decir, la importancia de cambiar unos actos por otros actos. Creo que somos totalmente libres de romper el círculo infernal que nos rodea y si las personas no lo rompen es porque permanecen voluntariamente allí todavía. De modo que ellos se meten a sí mismos en el infierno. Vean entonces que "el aprisionamiento", "los vínculos con los otros" y "la libertad" son los tres temas de la obra. Eso es lo que quisiera que se recuerde cada vez que se oiga decir "el infierno son los otros".
Para terminar, permítanme añadir que cuando asistí a la primera representación, hacia 1944, en ese tan feliz y a la vez raro momento para los dramaturgos en el que los personajes fueron tan bien encarnados por los tres actores y también por Chauffard, el mozo del infierno, que desde que la obra fue representada no puedo visualizarla en mi mente de otra manera que no sea la de la actuación de Michel Vitold, Gaby Sylvia, de Tania Balachova y de Chauffard, desde ese momento la obra ha sido vuelta a representar en numerosas ocasiones por otros actores y, en particular, debo decir que vi a Christiane Lenier, la excelente Inés que fue cuando actuó, a la cual admiré.
A pesar de los esfuerzos de Sartre por suavizar el alcance de su declaración sobre el carácter infernal de las relaciones humanas y limitarla a los vínculos viciados por el hecho de dar la espalda a la libertad, se desprende de sus textos que aun en la mejor de las relaciones persiste una especie de incomodidad procedente de la mirada del otro. Siempre que alguien nos mira nos juzga y nos cosifica, pasamos de ser sujeto a ser un objeto del mundo del otro. Lo que transforma a una persona de nuestro entorno en un otro (un sujeto como yo) no es el hecho de que podamos verla sino la clara conciencia que tenemos de que ella nos puede ver. Y su mirada puede ser tan profunda que penetre hasta la médula de nuestra interioridad, que nos refleje con mayor fidelidad que un espejo y ponga ante nosotros crudamente los aspectos más impresentables de nuestro ser y de nuestro actuar. En la habitación donde transcurre la acción de A puerta cerrada no hay espejos ni objetos reflectantes, sólo la mirada del otro puede informar a cada uno sobre su propio aspecto. Y cada cual cumple esta función del modo más inmisericorde e implacable, convirtiéndose en el verdugo moral de los otros dos.
Sartre nos dice que escribió A puerta cerrada entre finales de 1943 y principios de 1944. Si tomamos como fecha de referencia aproximada el 1 de enero de 1944, los tránsitos de los planetas lentos sobre la carta natal de Sartre para ese momento son los que se muestran en el mapa siguiente:
Destaca inmediatamente el tránsito de Saturno sobre el grado de su Plutón natal en la casa 7, que es la que más tiene que ver con la relación con el otro. Es difícil imaginar un tránsito más apropiado que éste para representar en el lenguaje simbólico de la astrología las tesis principales encarnadas en el diálogo de los actores de A puerta cerrada. Ya la presencia de Plutón en la casa 7 natal puede predisponer a vivir o a concebir las relaciones con el otro como luchas de poder o juegos sadomasoquistas de manipulación emocional, con cierta complacencia en el desenmascaramiento de los motivos ocultos y las maniobras destructivas ejercidas o sufridas por parte del otro. Hades (Plutón) es el dios de los infiernos en la mitología grecorromana, aunque para los griegos esto hace referencia a la morada de los muertos, de todos ellos, no sólo de los malvados como lo entendería después la dogmática cristiana. Los personajes de la obra de Sartre están muertos y son, además, culpables de diferentes maldades. Es Saturno, al pasar en tránsito sobre el grado ocupado por Plutón en la carta natal el que "pide cuentas a los muertos", el que les hace tomar conciencia de todas sus miserias y equivocaciones, sus actos de cobardía y de egoísmo, de crueldad y de falsedad, el que los confina en una habitación cerrada, sin escapatoria posible, hasta que confronten su más sórdida realidad.
La lectura directa de la obra que Sartre escribió durante este tránsito es una de las mejores maneras de comprender la naturaleza del mismo. La casa 7 natal de Sartre está poblada por cuatro planetas, Plutón, Mercurio, el Sol y Neptuno, lo que "explica" por una parte la importancia que concedió a las relaciones con el otro en el marco de su filosofía y, por otra parte, la multiplicidad de relaciones de pareja no formalizadas que mantuvo, tanto sucesiva como simultáneamente en su ajetreada vida sentimental.
El Sol en la casa 7 representa la mirada del otro. Dado que Sartre nació durante una conjunción del Sol con Plutón, focaliza su atención en lo que podríamos denominar una "mirada plutoniana". En palabras de Giovanni Reale:
Sartre analiza con magistral habilidad aquellas experiencias típicas de la mirada del otro, que son en general la experiencia de la inferioridad: la vergüenza, el pudor, la timidez. (...) La mirada del otro me fija y me paraliza, mientras que cuando el otro estaba ausente yo era libre, sujeto y no objeto. Cuando aparece el otro surge el conflicto. (...) Si estoy solo no me avergüenzo. Me avergüenzo cuando aparece otro que, con su presencia, me reduce a objeto (...) En este sentido "la vergüenza pura no es el sentimiento de ser este o aquel objeto reprensible, sino de ser un objeto en general, de reconocerme en este objeto degradado, dependiente y fijo, que soy yo para los demás. La vergüenza es el sentimiento de la caída original, no porque yo haya cometido esta o aquella culpa, sino únicamente porque caí en el mundo, en medio de las cosas". Y caigo en el mundo por obra de la mirada del otro. Por eso el conflicto es el sentido original del "ser para otro": los hombres tienden a someter para no ser sometidos. Esto es lo que ocurre también en el amor: "amar, en su esencia, es el proyecto de hacerse amar", es una revancha sobre aquel que quiere hacer de nosotros un instrumento suyo; es un tratar de convertir en prisionera la voluntad de otro, que trata de paralizarnos. Y si el amor es un proyecto cargado de egoísmo y dirigido a negar la libertad del otro, en el odio reconozco la libertad del otro, pero la reconozco opuesta a la mía y trato de negarla. [Giovanni Reale, Dario Antiseri, Historia del pensamiento filosófico y científico, vol. 3, p.541]Para Sartre, pues, estamos abocados a un conflicto básico en nuestras relaciones. Tenemos que elegir entre hacer del otro un objeto, para preservar así nuestra propia libertad, o dejar que el otro nos convierta en objeto suyo, para preservar así su libertad. Esta concepción reduce la totalidad de las relaciones humanas al esquema del sadismo y el masoquismo y el propio Sartre emplea estas palabras para caracterizar cada una de las dos alternativas. En las fantasías y en las prácticas sadomasoquistas explícitas estas tendencias se transparentan sin disfraz alguno. El sádico conduce a "su víctima" al rol de esclavo mediante una serie de rituales de despersonalización. Se acentúa la sensación de vulnerabilidad y de vergüenza mediante el desnudo o incluso el rapado y rasurado, para que todo quede bajo la mirada del que ejerce de dominante, sin poder ocultar nada. Se suprime o minimiza la mirada del sumiso prohibiéndole mirar directamente al dominante o mediante vendas o capuchas. Se instrumentaliza al sumiso usándolo como si se tratara de un objeto: una mesa, una silla, una percha, etcétera.
De esta manera, el otro deja de ser una amenaza, deja de estar en posición de juzgar o condicionar o imponer su propio proyecto al dominante. En la mayoría de los casos, por supuesto, las tendencias a degradar a los otros a la condición de objetos de nuestro mundo adoptan formas mucho más suaves o disimuladas, de las que ni siquiera somos conscientes. Pero, sigue diciendo Sartre, de todas maneras el conflicto es irresoluble, porque toda tentativa de suprimir la mirada del otro, su ser consciente de nosotros mismos, su posibilidad de pensar acerca de nosotros, está condenada al fracaso. El proyecto de reducir al sujeto como tal a la condición de objeto es irrealizable.
Utilizar la carta astral natal de Jean Paul Sartre y sus tránsitos como un instrumento que nos ayude por una parte a comprender sus puntos de vista y, por otra parte, a relativizarlos como propios de su microcosmos personal y, por tanto, no generalizables, nos sitúa en una posición muy peculiar en relación con algunas de las tesis centrales del pensamiento de Sartre: (1) que el hombre no tiene naturaleza o esencia o un modo de ser propio, sino que no es más que lo que va haciendo de sí mismo a través de sus actos libremente elegidos. (2) que el hombre está condenado a ser libre y que cualquier intento de eludir la total responsabilidad de sus acciones achacándolas a cualquier género de determinismo supone obrar de mala fe.
Toda tentativa de explicar el comportamiento de una persona como el resultado de ciertos condicionamientos mágico-astrales sería considerada por Sartre, muy probablemente, como un ejemplo más de mala fe, como una maniobra más de cosificación, que trata de presentar a la persona como un objeto en medio de la cadena de causas y efectos mecánicos que rigen los movimientos de los seres inertes sin conciencia de sí mismos y, por tanto, como el producto necesario de un proceso en el que no interviene ningún género de libertad. La astrología, sin embargo, no hace exactamente eso. Lo que nos muestra es que el tiempo tiene una dimensión espiritual, en virtud de la cual ningún instante es exactamente igual a otro, sino que cada momento es cualitativamente diferente. Cada uno de nosotros tiene la posibilidad de responder de muchas maneras diferentes a la cualidad de cada instante, pero lo que no podemos hacer es ignorarla. La libertad no se ejerce en el vacío, sino como respuesta a una situación. Sartre decidió libremente escribir A puerta cerrada cuando Saturno transitaba el grado de su Plutón, mientras que otras personas afectadas por el mismo tránsito tomaron decisiones diferentes, tal vez rompieron con su pareja o iniciaron una terapia psicoanalítica. Pero de un modo u otro tuvieron que canalizar, vivenciar o expresar la cualidad propia de ese instante. El genio de Sartre sacó partido de ese tránsito para poner de manifiesto algunos detalles importantes relacionados con los vínculos entre los seres humanos, sus rutinas o formas de muerte en vida y su libertad. Sin duda, el asunto es mucho más complejo y tiene más dimensiones que las abordadas por Sartre, pero será competencia de otros pensadores sacarlas a la luz en el momento oportuno.
© 2012, Julián García Vara
Hola!! Excelente nota. Esta obra teatral de Sartre es mágica y brinda mucho espacio para la reflexión, me gustó mucho.
ResponderEliminarJustamente también la recomendé en una nota en mi blog, donde también un análisis informal sobre algunos elementos, y sobre la visión de "el infierno según sartre".
Creo que Sartre encontré la definición perfecto del infierno con su metáfora de "la mirada de los otros", aquella que desnuda.
Te invito a leer mi nota y comentarla!!
http://www.viajarleyendo451.blogspot.com.ar/2013/05/a-puerta-cerrada-obra-dramatica-1944.html
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Luciano