jueves, 18 de octubre de 2012

Circunstancias de muerte y Astrología.



Si dejamos a un lado los ejercicios intelectuales con los que se entretienen algunos filósofos de orientación escéptica extrema, hay algo de lo que nadie puede seriamente dudar; no se trata tanto de la que Descartes tomó como su certeza fundamental, su célebre "pienso, luego existo", como de la previsible continuación y conclusión existencial de ese mismo enunciado: "...pero voy a dejar de existir". Esta prolongación que me he permitido añadir no formó nunca parte de los escritos de Descartes; al contrario, se esforzó tanto como pudo en demostrar que ese Yo que piensa es un alma simple, incorpórea y, por tanto, inmortal. Pero el hecho mismo de que pusiera tanta energía en eso muestra hasta qué punto le angustiaba la perspectiva de la muerte individual, la amenaza de la disolución del Yo aguardando en el horizonte, como conclusión natural de toda biografía.

La de Descartes es la certeza de nuestro presente, "experimento algo, siento, dudo, percibo, luego tengo que ser algo", pero en ella no se encuentra la garantía de que un algo o un alguien hayan de perdurar indefinidamente. Al contrario, la sabiduría popular ha repetido siempre que lo único de lo que podemos estar completamente seguros es de que vamos a morir. Esa es la certeza de nuestro futuro. Pero esta certeza, contundente donde las haya, es de un carácter extraño y paradójico, porque eso de lo que todos los mortales nos sentimos tan convencidos es algo sobre cuya naturaleza no sabemos nada a ciencia cierta, es la certidumbre de que nos aguarda la total incertidumbre.

La visión materialista que identifica a una persona con su cuerpo físico y vincula toda posibilidad de experiencia consciente al sistema nervioso entiende que con la descomposición de este último se extingue la primera. En consecuencia, no hay nada que temer ni nada que esperar, porque la muerte es la propia nada; pero no una nada experimentada como ausencia de un algo perdido, como un gran vacío que nos envuelve y angustia, ya que al perderse el alguien junto con todo algo nadie queda para experimentar nada. Por eso Epicuro trató de apaciguar el temor natural que inspira el pensamiento de nuestro previsible final personal con su lapidaria frase "Cuando la muerte está, nosotros no estamos. Cuando nosotros estamos, la muerte no está".

En efecto, de los presupuestos de la filosofía atomista y materialista que sostuvo Epicuro se sigue la imposibilidad de encontrarse frente a frente con la propia muerte, porque para encontrarse con ella tendríamos que estar vivos, lo que sería una contradicción. Pero con lo que sí nos podemos encontrar es con la experiencia de la propia agonía y de la propia decadencia; y también con la penosa experiencia de la muerte de los demás. Para estas cosas, la medicina de Epicuro no representa ningún remedio eficaz.

Hay otra visión, que es la dominante en los entornos "esotéricos" y se remonta a Pitágoras, Sócrates y Platón, según la cual la muerte es la liberación del alma de la cárcel del cuerpo, pasando a existir en otra dimensión, como ente espiritual autónomo. Desde este punto de vista, el encuentro con la propia muerte sí que es posible, pero entonces la muerte no es ya la propia extinción, sino una transformación de vastas proporciones que altera por completo todo nuestro habitual sistema de referencias. Podría decirse que si el alma persiste tras la muerte entonces el que muere es el mundo, el propio universo personal que nuestra conciencia construye para relacionarse con su entorno físico.

La astrología como tal no se adhiere necesariamente a una u otra visión de la naturaleza de la muerte, aunque hay ciertas escuelas u orientaciones astrológicas que se han decantado claramente por una de ellas. Los que buscan en los nodos de la Luna, en la carta dracónica o en alguna otra parte de la carta natal de una persona indicaciones sobre sus presuntas encarnaciones anteriores o futuras están asumiendo la teoría de la transmigración de las almas. A este tipo de especulaciones se le suele dar el título de "Astrología kármica", la cual concibe la sucesión de encarnaciones como un proceso de aprendizaje cuyo objetivo es el progresivo perfeccionamiento del alma o su purificación necesaria como paso previo para merecer la liberación de la rueda de las reencarnaciones.

Pero sean cuales sean las convicciones filosóficas o religiosas -o la falta de ellas- de cada escuela en particular, siempre se ha esperado que el astrólogo -por lo menos, el de orientación predictiva- tenga algo que decir sobre la muerte de la persona cuya carta estudia. Interesa el "cómo", pero sobre todo el "cuando", y para responder siquiera aproximadamente a esta segunda cuestión se elaboraron complejos métodos cuya explicación no cabe en los propósitos de este artículo (Determinación del Hyleg, el Afeta, el Anareta, tablas de años menores, medios y mayores de cada planeta, Almuten de la casa VIII, etcétera).

El astrólogo interesado en la predicción o el análisis de sucesos a partir de una carta natal y de los diferentes métodos de prognosis suele afrontar el estudio astrológico de la fecha de la muerte -conjeturada o constatada- como el de un acontecimiento más. Pero la muerte no es un acontecimiento cualquiera, podemos incluso dudar de que se trate de un acontecimiento. Desde la óptica de Epicuro, desde luego, es un acontecimiento imposible, porque sólo a los vivos les pueden suceder cosas. Y si lo que le sucede a un vivo es que muere, tal como lo entiende Epicuro, no le ha sucedido absolutamente nada; lo que tiene lugar ahí es, precisamente, la interrupción del flujo continuo de acontecimientos, el cese de todo acontecer, de todo hacer, de todo padecer, de todo tipo de experiencia. La muerte no es, entonces, algo que nos pueda suceder a cada uno de nosotros; lo único que nos puede suceder en relación con esto es que se nos muera alguien. Es la muerte de las personas que más nos importan la que podría estar reflejada como acontecimiento en nuestra propia carta, pero los indicios de nuestra propia muerte habría que buscarlos en las cartas de los allegados que nos sobrevivan. Esto es lo que hizo, por ejemplo, Charles E. O. Carter, quien predijo correctamente el año de su propia muerte (1968) en una carta privada que envió a John Addey en agosto de 1955, basándose, entre otras cosas, en que había observado "típicas direcciones de duelo" en las cartas de sus familiares para ese año. Pero es evidente que Carter no creía que los indicios de la muerte de alguien sólo puedan verse en las cartas de otras personas, porque todo el capítulo 4 de su Symbolic Directions in Modern Astrology (1929) está dedicado precisamente a la búsqueda de tales indicios a partir de las cartas natales de los propios fallecidos.

Si los métodos para conjeturar la fecha aproximada de la muerte de alguien a partir de su carta natal son eficaces, al menos en un porcentaje significativo de los casos, parece que podemos concluir al menos una de estas dos cosas:

1) La muerte, en realidad, sí que es un acontecimiento, porque la persona no se extingue con su muerte -como creía Epicuro- sino que lo más esencial de ella subsiste -como creía Platón- y puede ser consciente de lo que le está pasando al morir. En ese caso, el flujo de acontecimientos no se detiene, sino que únicamente se transforma, pasa a otro plano, pero entonces podemos preguntarnos si la carta natal puede seguir siendo un referente válido de lo que suceda a partir de ahí o si queda definitivamente cancelada.

2) Los indicios astrológicos de la muerte lo que marcan no es la muerte como tal, sino las condiciones que la propician o la hacen más probable, el tipo de situaciones -de las que la persona suele ser consciente- que pueden concluir en el colapso del organismo.

Esta segunda posibilidad no puede perderse de vista si la investigación astrológica de la muerte se hace con una herramienta como la que Carter utilizó en su obra citada más arriba. Carter mueve los planetas a partir de sus posiciones en la carta natal a diversas velocidades uniformes, pero relaciona especialmente con la muerte un avance de un cuarto de grado por año. Cuando este desplazamiento lleva a un planeta hasta un grado del zodiaco que forma aspecto con alguno de los planetas natales o con la cúspide de alguna casa se forma un contacto por dirección simbólica que puede traducirse en un acontecimiento acorde a los planetas o puntos que intervienen en él. Si no se les concede ningún orbe a los aspectos así formados, puede asignarse una fecha exacta a cada uno de ellos. Pero Carter no sólo usaba orbes, sino que tendía a ser excesivamente generoso en este punto. En ocasiones aplicaba a las direcciones simbólicas orbes casi tan amplios como los que se usan para una carta natal. Otras veces restringía el orbe de los aspectos hasta un grado antes o después del punto exacto. Incluso en su versión más restringida, este modo de usar los orbes mantiene en vigor cada aspecto por un periodo muy dilatado. Usando la que Carter llamaba "la medida de la muerte" (0º 15' por año) con un grado de orbe, cada aspecto se mantendría activo durante ocho años, cuatro antes y cuatro después de alcanzar el punto exacto. Pero la muerte sucede siempre en un día muy determinado, de modo que no puede ser explicada sólo por una condición que se mantiene ahí durante tantos años. Si Carter tiene razón al pretender que los aspectos que se forman por este método impregnan periodos tan amplios, entonces lo que cada uno de ellos puede indicar no es la muerte ni ningún otro acontecimiento puntual en el tiempo, sino alguna condición general que puede facilitar el desarrollo de cierto tipo de pensamientos, emociones, acciones y sucesos.

Desde este punto de vista, la investigación astrológica de la muerte se transforma en el estudio de las condiciones que la propician. Estas condiciones pueden ser muy diversas y es de esperar que cada una de ellas esté representada por alguna combinación diferente de planetas y aspectos. Por tanto, antes de abordar una investigación sobre este tema, ya sea por métodos estadísticos o por análisis detallado de casos concretos, se impone la tarea de tratar por separado a las víctimas de distintos tipos de muerte. Es verdad que, así como ninguna persona ni ninguna vida es igual a otra, tampoco ninguna muerte es igual a otra, pero pueden aislarse algunos rasgos comunes que permitan definir algunas categorías.

En primer lugar tenemos las que de una manera quizá no muy apropiada suelen denominarse "muertes naturales". Son consecuencia del desgaste natural del organismo por el paso del tiempo o de su incapacidad para sobreponerse a una enfermedad. Normalmente esto ocurre al margen de la voluntad de la persona o en contra de ella, aunque en algunos casos el enfermo se abandona a su suerte con cierta complacencia y no manifiesta ningún deseo de luchar por su vida. Esto último puede deberse a un estado depresivo o bien a la serena comprensión de que su ciclo vital está cumplido. Pero, por lo general, la mayoría de la gente que se ve en este trance preferiría seguir viviendo si se le diera la oportunidad. Podemos decir que en estos casos la muerte tiene un origen material interno.

En segundo lugar están los accidentes fatales. La muerte sobreviene de una forma totalmente inesperada, generalmente violenta y repentina, sin ser provocada deliberadamente por la víctima ni por ninguna otra persona, como consecuencia de una azarosa combinación de circunstancias desfavorables. Podemos decir que en estos casos la muerte tiene un origen material externo.

En tercer lugar están los suicidios, la forma de muerte más difícil de comprender. Aparentemente la muerte es querida y elegida por la persona, que actúa para procurársela. Pero esta elección no recae sobre nada positivo ni conocido, no se elige algo, sino que se rechaza todo. Normalmente esto implica un juicio muy duro, severísimo, que juzga intolerable el mundo, las circunstancias, el comportamiento de los demás o el de uno mismo y decreta la pena capital para todo eso al mismo tiempo. Podemos decir que en estos casos la muerte tiene un origen espiritual interno.

Por último tenemos las víctimas de homicidios. La muerte es decidida por otra persona, por las causas más heterogéneas: odio, rencor, ambición, codicia, venganza, miedo y un largo etcétera. Podemos decir que en estos casos la muerte tiene un origen espiritual externo.

Por supuesto, esta clasificación, como casi todas, tiene algo de artificialidad y no es raro encontrar casos que puedan caber a la vez en más de una categoría o que no encajen en ninguna de ellas. Algunos casos oficialmente catalogados como suicidios pueden haber sido en realidad homicidios, otros tomados como accidentes pueden haber sido suicidios u homicidios. Las catástrofes naturales pueden, hasta cierto punto, asimilarse a los accidentes, pero suelen afectar a colectividades más que a un individuo determinado. Las víctimas de un bombardeo pueden, hasta cierto punto, asimilarse a las víctimas de homicidio, pero la agresión no iba dirigida específicamente contra ésta o aquella persona sino contra el grupo social del que forman parte. A menudo, entre las víctimas de un bombardeo se encuentran también personas que pertenecen al mismo ejército que está bombardeando, en cuyo caso es posible que la categoría de muerte accidental convenga más. Por otra parte, cada una de estas categorías admite en principio un gran número de subcategorías cada vez más específicas.

He utilizado este marco de cuatro categorías para una investigación personal de 320 casos de muerte con ciertas variaciones de los métodos de Carter, pero en este artículo sólo quería aclarar algunos conceptos previos. Espero poder dar alguna información de los resultados en próximas entradas.


© 2012, Julián García Vara




2 comentarios:

  1. Hola Julian:
    Muchas, mucísimas felicidades por este Blog. Es de lo poco, poquísimo que hay en cuanto a ASTROLOGIA SERIA, CULTA, RACIONAL y CIENTIFICA de todo Internet. Sigue así, por favor.
    Josep Lluis Albareda

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  2. Hola Josep Lluis:
    Gracias por tu comentario, sin duda exagerado, aunque sí que intento, en la medida de mis posibilidades, ayudar a que la astrología se acerque un poco a todos esos adjetivos que empleas.
    Me alegra que te agrade el blog.

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