domingo, 20 de mayo de 2012

Direcciones simbólicas y armónicos

Direcciones simbólicas, I



Si hacemos avanzar en el zodíaco cada punto de una carta radical tantos grados como años de edad tenga en una fecha dada la persona nacida con esa carta, el resultado son las direcciones simbólicas clásicas para esa fecha. Esta operación consiste, simplemente, en convertir los años de edad en grados y girar la carta radical ese mismo número de grados. Debe entenderse aquí por ‘edad’ no el número entero con el que solemos responder cuando nos la preguntan, sino ese mismo número más la parte decimal correspondiente a la fracción proporcional de año transcurrida desde el último cumpleaños. En este sentido, la edad de una persona que ha vivido 18 años y tres meses será 18,25; y traducido a grados 18º 15’.

Para hablar con propiedad, las direcciones simbólicas son, más bien, los aspectos que se forman entre los puntos de la carta en movimiento simbólico a la velocidad de un grado por año y los puntos de la carta en reposo o radix. La distancia en grados que un planeta radical cualquiera debe recorrer para llegar al lugar desde el cual forme un aspecto significativo con otro planeta o punto de la carta es el arco de dirección. Si tenemos en la carta radical a Júpiter en el grado 19º de Libra y el Medio Cielo a 26º de Sagitario, el arco de dirección “Júpiter conjunción Medio Cielo” será de 67º grados. Este arco se transforma en tiempo contando los grados por años, según la clave más utilizada. Esta clave de un grado por año tiene una gran antigüedad, y es denominada a veces clave de Ptolomeo, si bien este autor del siglo I no la aplicaba a giros zodiacales sino a movimientos en ascensión recta; éstos dependen del movimiento de rotación de la tierra en torno a su propio eje y no se miden en el zodíaco, sino en el ecuador; son los que se tienen en cuenta en otras técnicas de prognosis más sofisticadas denominadas en conjunto direcciones primarias.

El adjetivo “simbólicas” se emplea como advertencia de que el movimiento al que son sometidos los planetas en virtud de esta técnica de direcciones no es un movimiento real o astronómico, sino, como diríamos en nuestros días, virtual o meramente simbólico. El empleo astrológico de semejante movimiento puramente matemático parece necesitado de alguna justificación. De hecho, algunos astrólogos se niegan incluso a hacer el menor intento de comprobación experimental de estas técnicas, por considerarlas tan irracionales y tan alejadas de los principios fundamentales de la astrología como para no merecer siquiera el beneficio de la duda. Proclaman que "sin base astronómica no hay astrología" y en eso no les falta razón. Pero sin contenido simbólico y marcos puramente matemáticos asociados a esa base astronómica, tampoco hay astrología que valga. Defienden que los tránsitos, por ejemplo, se basan en los movimientos reales de los planetas en el mismo momento en que "producen sus efectos" o, si se quiere evitar una interpretación causal, al mismo tiempo en que suceden acontecimientos afines a las configuraciones planetarias. Pero al decir esto parecen olvidar que los tránsitos sólo tienen sentido si se remiten a una carta radical y que esta última sólo tuvo existencia real en el instante del nacimiento; por tanto, en cualquier otro momento la carta radical es tan virtual como la simbólica, de modo que los tránsitos se apoyan en una base virtual. Por otra parte, ¿qué clase de afinidad existe entre el ángulo formado por dos planetas y un acontecimiento de la biografía de una persona? Ninguna en absoluto, a menos que hayamos revestido previamente a los planetas de un ropaje significativo de tipo mitológico y simbólico. Además, los tránsitos a las cúspides de las casas o los ingresos en signos sólo representan relaciones entre movimientos astronómicos y marcos puramente matemáticos que dividen artificialmente el cielo en partes iguales. La carga simbólica, abstracta y matemática que soportan los tránsitos es tan enorme y tan consustancial a su naturaleza que si prescindieran de ella se desvanecerían en la nada. Y si eso sucede con los tránsitos, mucho más todavía con el resto de las técnicas de prognosis calificadas de astronómicas, cuando se pretende demarcarlas de las simbólicas, porque, además de todo lo dicho, los sistemas de direcciones y progresiones primarias, secundarias y terciarias relacionan los acontecimientos con configuraciones planetarias habidas en el cielo muchos meses o años antes, incluso –en las modalidades inversas de estas técnicas- antes siquiera de que el nativo fuese concebido. Como dice Carter:
los métodos simbólicos no se presentan como antagónicos de los astronómicos, sino como diferentes. Y aun el partidario de los métodos de direcciones más estrictamente astronómicos tendrá que admitir que incluso en éstos subyacen consideraciones simbólicas, porque las medidas de 1º de A.R. por año, o de un día por año, son ciertamente de este carácter. [ Charles E.O. Carter, Symbolic Directions in Modern Astrology, cp.I. (traducción nuestra).]
Pero los partidarios de los métodos más estrechamente ligados a factores astronómicos, aun después de conceder que, ciertamente, no pueden prescindir ni de la imaginería mítica, conceptual y simbólica no astronómica, ni de marcos matemáticos como signos del zodíaco, decanatos o casas o, incluso, los aspectos, nos seguirán preguntando cuál es la base astronómica de las direcciones simbólicas. A primera vista, es preciso admitir que los fundamentos astronómicos de los métodos simbólicos parecen los más precarios dentro de toda la familia de técnicas astrológicas de prognosis. Por un lado tenemos la carta radical, que es un mapa astronómico; por otro lado tenemos una clave de movimiento medida en años, siendo los años ciclos astronómicos también. Pero ¿por qué un grado por año?. No se conoce ningún cuerpo astronómico que se desplace a esa velocidad, ni ciclo astronómico alguno de 360 años. El Sol tiene un movimiento diario cercano a un grado y sabemos que las progresiones secundarias se asientan sobre el supuesto de que un día equivale a un año o se refleja en él, por resonancia de ciclos. De aquí podríamos deducir con alguna legitimidad que un grado equivale a un año. Pero el Sol recorre los 360 grados del zodíaco en 365,2422 días, de modo que su avance medio diario asciende a 0º 59’ 08.3” grados. Si sustituimos la medida de un grado por esta última cantidad tendremos lo que se conoce como medida de Naibod. Carter utilizaba las dos y mantenía al respecto una posición un tanto extraña.
Es una cuestión de inconveniencia práctica que parezca difícil decidir si es la  mejor la medida de un-grado o la de 59’ 8”. (...) en la práctica encuentro que los acontecimientos tienden a suceder después del tiempo indicado por la medida más rápida de un-grado pero antes del indicado por la más lenta medida de Naibod, de manera que caen entre los dos puntos del tiempo, como entre paréntesis. 
Esta declaración puede parecer una solución de compromiso que intenta contentar por igual a los partidarios de dos medidas rivales, “tirando por la calle de en medio”; pero si se piensa detenidamente se comprende enseguida que justamente esto es lo que cabe esperar que suceda en el caso de que ambas medidas sean válidas. Casi nunca los acontecimientos coinciden exactamente en el tiempo con las direcciones que se les asocian, sino que se concede un orbe o margen de tiempo en torno a la fecha exacta; algunos acontecimientos apropiados a lo previsible según la naturaleza de un aspecto suceden un poco antes y otros un poco después del día exacto indicado por la dirección. La suma de los acontecimientos que suceden un poco después del punto exacto previsto por la clave más rápida y los que suceden un poco antes del previsto por la más lenta será, por cálculo de probabilidades, el doble que los acontecimientos ocurridos un poco antes de la más rápida o un poco después de la más lenta, tomados por separado. Ese puede ser el origen de la impresión de Carter.

Las barras representan la frecuencia de acontecimientos
en torno al valor central de cada una de las claves


Pero, como vamos a ver enseguida, el espectro de claves de direcciones simbólicas no se reduce, ni mucho menos, a esas dos; de modo que la anterior especulación sobre el movimiento solar y la postergación de sus efectos por vía de resonancia natural de ciclos o de analogía simbólica sirve, a lo sumo, para justificar una o dos claves. El resto sigue siendo un enigma.

Hay otra explicación que vale para todas las claves. Consiste en sostener que lo que realmente registran las direcciones simbólicas son movimientos vibratorios internos de la propia carta radical. La base astronómica es precisamente la generación de un microcosmos cuyo aspecto inicial es la carta radical. Esta carta impulsa series de “astrorritmos” internos que se ajustan a otros ritmos astronómicos externos, como el ciclo solar anual, por resonancias ondulatorias de tipo armónico basadas en divisiones por números enteros.


El Sol emplea un año en completar su revolución aparente en torno a la Tierra, es decir, recorre el zodíaco en un año. Al mismo tiempo, dado un armónico n cualquiera mayor que 1, el Sol empleará por término medio 1/n años en recorrer cada uno de los n subzodiacos de que consta ese armónico. Entre el zodíaco y los subzodíacos de cualquier armónico pueden darse relaciones de resonancia de ciclos. Pero los ciclos son esencialmente temporales en sus manifestaciones concretas. De ahí que para que realmente pueda darse un efecto de resonancia es imprescindible adjudicarles una periodización. La concepción geométrica de las transformaciones armónicas no permite esto, en principio, debido a su orientación espacial. Sin embargo, el zodíaco no es nada que esté en el espacio en una posición definida y fija, sino que es la expresión dinámica de la aparente trayectoria del Sol en movimiento alrededor de la Tierra. Este movimiento completa un ciclo cada año trópico. Por lo tanto, el espacio de 360 grados y el tiempo de un año están consustancialmente unidos en la noción misma de zodíaco tropical. A un fragmento de ese espacio se le puede asignar el fragmento equivalente de tiempo. Entonces, al trabajar con el armónico 4, por ejemplo, podemos decir que tres meses se corresponden con un año, porque el Sol emplea tres meses en recorrer cada uno de los cuatro subzodíacos y un año en recorrer el zodíaco mayor. Pero también podemos decir que 90 grados se corresponden con un año, ya que cada subzodíaco del armónico 4 mide 90 grados reales. Y si trabajamos con el armónico 360 podemos decir que 1,015 días se corresponden con un año, pues ese es el tiempo medio empleado por el Sol en recorrer cada subzodíaco del armónico 360. Pero también podemos decir que un grado se corresponde con un año, porque un grado es el tamaño real de cada subzodíaco en este armónico. Y esto es precisamente lo que afirman las tradicionales direcciones simbólicas. Si un grado se corresponde con un año, podemos obtener información relevante sobre las fechas decisivas de la vida de una persona haciendo avanzar un grado por año cada planeta o punto sensitivo de su carta radical y examinando los aspectos que así se van formando entre planetas y cúspides de casas progresados y radicales.

El armónico 360 como tal no se utiliza realmente en estas direcciones simbólicas. Tan sólo se lo tiene en cuenta para fijar la velocidad de giro de la carta radical. Pero esta carta radical gira aquí como un todo, es decir, manteniendo internamente las mismas relaciones angulares del armónico 1. Dicho de otra manera, no se calcula la carta del armónico 360, sino tan sólo el tamaño que tiene una de las 360 partes o subzodiacos en que este armónico divide el círculo. Ese tamaño será igual a la amplitud de recorrido por año de cada punto de la carta radical.


En general, para cualquier división armónica, la velocidad de desplazamiento anual es igual a 360/n grados, donde n es el número del armónico de referencia. En el caso del armónico 360 será:

360 / 360 = 1 grado por año

El número del armónico n será también el número de años que empleará el Sol y toda la carta en completar un giro direccional al zodíaco. Define, por tanto, la duración del ciclo. Para n = 360, un giro direccional simbólico del Sol se da en el mismo tiempo que 360 giros naturales. Pero ese giro direccional en torno al zodíaco real en 360 años supone recorrer en ese tiempo los 360 subzodíacos de que consta el armónico 360, a razón de un subzodíaco por año. De esta forma, el Sol “simbólico” y el Sol “real” se mueven a la misma velocidad, si remitimos cada uno de ellos a su propio esquema zodiacal.


Las direcciones simbólicas establecen, desde este punto de vista, correlaciones entre giros: cualquier número entero de giros puede formar un ciclo compuesto que, en conjunto, resuena con un giro simple. Las concepciones geométrico-espacial y dinámica-temporal de las transformaciones armónicas muestran así su indisoluble trabazón, tan pronto como se las aplica al desenvolvimiento secuencial de la carta radical en el tiempo. Las cartas armónicas registran esta peculiar unidad de espacio y tiempo en una cualidad que las engloba a ambas superándolas, trascendiéndolas, aglutinándolas en una categoría irreductible a cualquiera de sus principios componentes. No es puro devenir en el tiempo, pues todos los armónicos se mantienen presentes de manera constante y desde el primer momento por toda la vida del nativo. No es pura disposición espacial, pues sólo en un marco temporal puede darse el despliegue sucesivo del potencial armónico. De alguna manera, las cartas astrales dibujan el tiempo y el movimiento encerrados en un diagrama espacial e inmóvil. El espacio astrológico es tiempo y el tiempo es ritmo cíclico y velocidad de giro. Entonces, si aceptamos este razonamiento como una fundamentación válida de las direcciones simbólicas, podemos esperar que otras divisiones armónicas distintas de la 360 se traduzcan en otras velocidades de giro que formen series alternativas de direcciones simbólicas. De alguna manera, aunque no por las razones que acabamos de exponer, varios astrólogos del pasado siglo XX intuyeron la existencia de amplios conjuntos de claves de dirección válidas y se aventuraron en la exploración de las mismas. Examinaremos con algún detalle los resultados que obtuvieron y los procedimientos que siguieron, en especial Carter y Raitzin, y participaremos en su misma tarea llevando más lejos lo que ellos empezaron. 


© 2009, Julián García Vara


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