Cualquiera que domine la teoría de los tránsitos astrológicos puede pensar que el reciente terremoto acaecido en Haití queda bien explicado -por lo menos en parte- por la superposición de la actual cuadratura entre saturno y plutón sobre la cuadratura saturno/marte presente en el cielo durante la proclamación de la independencia de Haití. El astrólogo que antes de encontrar estas correlaciones planetarias estaba perplejo ante la repentina irrupción de un fenómeno natural que lleva aparejada tal magnitud de dolor y destrucción en tantas vidas humanas, parece salir un poco de su asombro al ver que los planetas ocupan "los lugares apropiados" para una situación tan catastrófica. Al menos hay algo que no se ha venido abajo: la teoría de los tránsitos astrológicos. Todo aquel que haya hecho de la astrología su modo de vida, su profesión, su seña de identidad, no puede dejar de sentir que su "ciencia" -y, por ende, su propia imagen pública- sale reforzada por el análisis astrológico de sucesos como éste.
Si se hubiera dado el caso de que algún astrólogo hubiera predicho el suceso a partir de las mismas configuraciones que hemos observado "a toro pasado", es más que probable que en su fuero interno se mezclara un indecente sentimiento de regocijo al de natural conmoción ante tanto sufrimiento humano. Y esto no sólo porque su ego se hincharía inevitablemente como un pez globo, aunque fuera a costa de tantas hileras de cadáveres, sino también porque, a pesar de todo, el mundo parecería menos amenazante, menos fuera de control, menos imprevisible -puesto que habría sido previsto.
Con las grandes catástrofes, tales como los terremotos de gran magnitud, no sólo se derrumban edificios y se agrietan carreteras sino que también se desploman -o por lo menos tiemblan- algunas profundas convicciones, pensamientos o creencias sobre las cuales -más o menos inadvertidamente- organizamos nuestra actividad cotidiana, disfrutamos de la vida y planificamos nuestro futuro. Se quiebra la confianza en el carácter acogedor de nuestro entorno, en nuestro dominio sobre la naturaleza, en la vigilancia de una providencia que vela por nosotros, en la bondad de la existencia, en el control de nuestra propia vida y de nuestro futuro, en la capacidad de la razón y de la ciencia para conocer y anticipar episodios críticos. De repente nos vemos a merced de fuerzas incontrolables y caprichosas, sumidos en la incertidumbre, en la acuciante provisionalidad. Por esto mismo, el astrólogo que encuentra una configuración planetaria problemática asociada con una catástrofe importante restituye, en cierto modo, el orden de la naturaleza. Incluso lo que a primera vista parece una ruptura de la estabilidad, una crisis, una destrucción de la armonía natural que despoja de sentido muchos de nuestros sueños y esperanzas, se revela, no obstante, a la luz de esta "explicación astrológica" como sujeto a norma, como algo hasta cierto punto comprensible y racional que ocupa el lugar que le corresponde en el espacio y en el tiempo.
¿Pero qué clase de explicación es esa? Desde luego, no se trata de una explicación científica en sentido estricto ni tampoco de una explicación ordinaria "de sentido común". Ni se identifican las causas ni sus modos de actuación. No ganamos gran cosa señalando que Plutón, Saturno o Marte estaban aquí o allá o entrelazados de alguna peculiar manera en el momento en que sobrevino el desastre. Muy bien, estaban ahí o así, digamos en la forma en que un astrólogo esperaría encontrarlos. ¿Pero en calidad de qué? ¿Como simples testigos? ¿Como agentes causales naturales? ¿Como divinidades que se divierten jugando con las vidas de los mortales? ¿Como administradores del karma y del dharma? ¿Como un espejo que se limita a reflejar una situación que él no ha ocasionado, sin saber siquiera que la está reflejando?
Cada uno podrá optar por una u otra de estas alternativas o bien proponer una distinta, en función de sus creencias o de sus preferencias; pero difícilmente podrá convencer a todo el mundo de que su opción es la correcta, a menos que exponga claramente la forma concreta en que se produce la conexión entre una configuración planetaria y un suceso mundano cualquiera que sea. Por supuesto, yo no estoy en condiciones de responder a este reto, ni hasta la fecha he encontrado a nadie capaz de hacerlo satisfactoriamente.
Algunos han intentado escapar de este callejón sin salida recurriendo a la teoría junguiana de la sincronicidad. Ante la incapacidad de señalar encadenamientos causales propiamente dichos entre configuraciones astrológicas y asuntos humanos se refugian en la doctrina de que la conexión no es causal, sino sincrónica. Esto significa que el único nexo de unión es una cierta "simpatía natural" que comparten todas las cosas que suceden más o menos al mismo tiempo y que les da un "aire de familia" o una cierta afinidad semántica. Sin embargo, esta "teoría" más que explicar nada se limita a testimoniar un hecho: la existencia de fenómenos de sincronicidad, para el cual no se ofrece ninguna explicación genuina más allá de la importante sugerencia de que el tiempo no consiste en una mera sucesión de instantes idénticos, sino que tiene una dimensión cualitativa.
Las explicaciones astrológicas parecen quedarse a las puertas del problema. Se detienen justo ahí donde deberíamos empezar a pensar y, a menudo, nos suministran una buena excusa para eludir las cuestiones y para evadir responsabilidades.
La astrología cabalista cree en el libre albedrio, quizás simplemente hay veces que los astros nos indica una tendencia, pero luego la divina providencia o la casualidad es la que pone tb un poquito de su parte.
ResponderEliminarLos astrologos somos muy racionales, siempre queremos encontrar que ha provocado las cosas, incluso encontramos conexiones que encajan, pero nunca sabemos si en realidad se encontro la verdad o simplemente una verdad que encajaba.