jueves, 15 de julio de 2010

Capricornio y el utilitarismo de las reglas


Percepciones oscilantes


Durante los meses de noviembre y diciembre de 2009 publiqué en este blog una docena de artículos sobre "El ciclo de Sofía", a los que se puede acceder fácilmente pulsando sobre la etiqueta del mismo nombre. La naturaleza de este ciclo y su periodización se explican con detalle en la entrada titulada Ciclos de pensamiento (23 de noviembre de 2009), cuya lectura es imprescindible para ubicar adecuadamente el contenido del artículo de hoy. Como puede verse en el cuadro cronológico incluido en esa entrada, la última fase-Capricornio del ciclo de Sofía se inició alrededor de 1710. Esta es una fecha orientativa. Por lo general, las primeras huellas del cambio de un signo al siguiente dentro de un ciclo de Sofía suelen encontrarse uno o dos años antes (a veces algo más) de los indicados en nuestro cuadro.

De acuerdo con nuestra tesis, en torno a 1710 debería haber irrumpido en el panorama filosófico alguna nueva doctrina que supusiese un cambio de orientación respecto de los temas y puntos de vista dominantes en los 40 años precedentes y que, al mismo tiempo, guarde una íntima relación con las características que los astrólogos atribuyen a los signos de tierra y, en particular, a Capricornio.



George Berkeley, de quien M. Dal Pra asegura que "fue el pensador británico más importante de la segunda mitad del siglo XVIII", publicó precisamente en 1710 su Tratado sobre los principios del conocimiento humano, una obra que se había ido gestando durante los dos años anteriores a su publicación, a partir de un cuaderno de comentarios filosóficos. Quien esté familiarizado con los tópicos fundamentales asociados a los arquetipos astrológicos, pero no lo esté tanto con la filosofía en general y con los escritos de Berkeley en particular, se mostrará bastante sorprendido al descubrir que esta obra, con la que supuestamente se iniciaría una "fase-capricorniana" en la historia del pensamiento occidental, contiene un ataque frontal a la existencia misma de la materia y fue calificada por Kant como "idealista". Pero su asombro se irá rebajando a medida que conozca más de cerca el verdadero significado del inmaterialismo de Berkeley y sus pretensiones últimas.

Cuando Berkeley niega la existencia de la materia no quiere decir con ello que los cuerpos que vemos y tocamos no tengan una existencia real. Al contrario, lo que Berkeley pone en tela de juicio es que podamos afirmar la existencia de cosas que no son vistas, ni tocadas, ni percibidas de ninguna manera por algún ser capaz de percibir. Esse est percipere et percipi (existir es percibir y ser percibido), ésta es la consigna en la que se resume su filosofía. De acuerdo con ella, hay dos tipos de seres: (1) aquellos cuya existencia consiste en percibir, a los que podemos denominar espíritus y (2) aquellos cuya existencia consiste en ser percibidos, a los que Berkeley decide llamar ideas.



Berkeley era plenamente consciente de que en su uso corriente la palabra 'idea' se refiere meramente a la representación mental de una cosa o a un producto del pensamiento, pero no a las cosas mismas que se presentan en nuestra experiencia sensorial. Sin embargo, desde Descartes y todavía más con Locke, la palabra idea es usada como término específicamente filosófico para designar todo aquello de lo cual la mente puede tomar conciencia. Así entendida, abarca tanto pensamientos como sensaciones, pasiones, emociones, cualidades y objetos. Berkeley se apunta a este uso filosófico tan amplio de la palabra 'idea' porque sirve a su propósito de subrayar que nada puede existir con independencia de una mente que lo perciba.

Desde este punto de vista, es correcto afirmar que la casa o la piedra que estoy viendo sólo existen en mi mente, pero no en el sentido de que sean un producto de mi pensamiento o de mi imaginación, porque su existencia no depende de mi voluntad, sino sólo en el sentido de que su existencia no podría ser afirmada (ni supuesta) si no se presentaran en mi experiencia o en la de algún otro espíritu.

El conocimiento del mundo físico, por tanto, sólo puede fundamentarse, según Berkeley, en la experiencia sensorial, y una de sus razones para oponerse a la existencia de la materia es, precisamente, que la materia como tal nunca se presenta en nuestra experiencia sensorial. Berkeley pasa por ser uno de los fundadores del empirismo, cuyo más significativo antecedente remoto fue Aristóteles. Este último había afirmado (durante una fase-Virgo, signo de tierra, del ciclo de Sofía) que nada hay en la inteligencia que no haya estado antes en los sentidos. Los empiristas hicieron suya esta tesis. Sin embargo, Aristóteles traicionó su propia tesis empirista al admitir la existencia de una materia primera que, por carecer de forma, era enteramente imperceptible por los sentidos. Esta materia sería el soporte o la sustancia de las cualidades o accidentes perceptibles de las cosas, sin ser perceptible ella misma. Los físicos y filósofos de la época de Berkeley asumieron la realidad de esta materia primera de Aristóteles y le atribuyeron el papel de causa oculta de nuestra percepciones sensibles y verdadera sustancia de las cosas. Berkeley no puede admitir la existencia de esa supuesta materia oculta ni su capacidad para producir efectos sensoriales, ya que, según Berkeley, sólo los espíritus pueden ser activos. Pero -razona Berkeley- si la materia no causa mis percepciones de cosas externas y yo tampoco tengo la capacidad de hacerlo, entonces debe haber otro espíritu diferente del mio que las cause. Ese espíritu no puede ser otro que Dios.

Berkeley, que era obispo anglicano, estaba convencido de que la razón última de que estuvieran ganando terreno el escepticismo, el ateísmo y la irreligiosidad era la admisión de la materia como causa autónoma de los movimientos naturales, que hacía superflua la intervención de la divinidad. Argumentando contra la existencia de la materia, pretendía desarmar a los librepensadores y superar el peligro que veía en ellos de debilitar o eliminar la conciencia moral o el respeto por los deberes cívicos hacia la comunidad. El Tratado de Berkeley termina con estas palabras:
los ojos del Señor están en todas partes contemplando el bien y el mal; (...) está presente a nuestros más íntimos pensamientos, (...) estamos en la más inmediata y absoluta dependencia de sus divinas manos. (...) La clara comprensión de estas grandes verdades no puede por menos que llenar nuestros corazones de grave respeto y santo temor, que son el mejor estímulo para la virtud y la más segura salvaguardia contra el vicio. (...) en definitiva, lo que merece el primer lugar en nuestra investigación es el conocer a Dios y reconocer nuestros deberes: conseguir esto fue lo que me impulsó a escribir este libro [cursivas del propio Berkeley]
Dos años después, en 1712, escribe Berkeley un sermón sobre el texto 'Quienquiera que se resiste al Poder, se resiste a los preceptos de Dios', donde hace una defensa de la obediencia pasiva en unos términos que, según J. O. Ursom, suponen la primera y más clara versión de lo que, ya en el siglo XX, J. J. C. Smart definiría como utilitarismo de las reglas. "Sería conveniente -dice Berkeley- imponer la obediencia a una serie de leyes determinadas, que, si se practican por todos, resultan por la propia naturaleza de las cosas, especialmente adecuadas para procurar el bienestar de la humanidad". Dado que Dios es absolutamente bueno deseará la felicidad o el bien de todos los hombres, y no sólo de algunos, sino de todos en todo tiempo y lugar. Si esta es la voluntad divina debemos disponernos a crear ese bien común para conformarnos a la voluntad de Dios (Ursom).

Por tanto, toda la especulación filosófica de Berkeley tiene como principal objetivo predisponer a los hombres a aceptar sus deberes para con la comunidad y a obedecer las leyes que garanticen el orden necesario para que sea posible alcanzar el bien común. No parece creer Berkeley que los hombres estén dispuestos a aceptar las restricciones que las normas conllevan, a menos que se convenzan de que la mirada de Dios les vigila en todo momento, inspirando respeto y temor.

Ahora que conocemos un poco mejor los verdaderos motivos de la obra de Berkeley, podemos apreciar que su filosofía no estaba tan alejada del modelo de Capricornio como a primera vista parecía. El objetivo primordial no es ni especulativo ni religioso en primera instancia, sino político, moral y pragmático. Lo importante es inculcar el sentimiento del deber y justificar la necesidad de vivir conforme a reglas. A la hora de decidir qué cosas existen en el mundo, sólo se fía de los sentidos y rechaza las fuerzas o cualidades ocultas. Tampoco acepta las ideas generales, sino que para él sólo existe lo particular y concreto. Rechaza la idea de "materia" por considerarla demasiado abstracta e intangible, no porque participe del desprecio por el mundo sensible que practicaban los platónicos. Finalmente, desdeña todas las discusiones filosóficas y científicas que no tengan una utilidad práctica. El estudio de las leyes de la naturaleza debe subordinarse a las necesidades prácticas de adaptación, la conservación de la vida y la promoción del bienestar.


1 comentario:

  1. Bajo mi punto de vista, Capricornio es controlador, le gusta tener todo bajo control y las reglas en cierta forma se han hecho para eso, para tenernos a todos controladitos.

    Aún así, desde que me hablaste de mi Saturno que era fuerte, he reflexionado sobre ello y... creo que tb da tener claro lo que quieres y eso ahorra energías innecesarias.

    Capri es como todo en la vida, depende de ti, usarlo a tu favor o en tú contra...

    Gracias por todos los artículos, es un derroche de generosidad astrologica.

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