domingo, 15 de agosto de 2010

Curiosidades sobre el Siete


El sistema astronómico de Ptolomeo, que se mantuvo vigente en Occidente hasta que cuajó la revolución copernicana, estaba basado en la cosmología aristotélica, la cual estaba inspirada, a su vez, en los modelos mesopotámicos y egipcios. En este modo de concebir la estructura del universo, la Tierra ocupaba el centro, y los planetas y estrellas giraban a su alrededor. Aristóteles, haciéndose eco de las creencias de su tiempo, imaginó que todas las estrellas fijas se hallaban como incrustadas en una enorme esfera cristalina que envolvía el universo conocido, como su capa más externa. En el interior de esta esfera había otras siete, todas concéntricas a la Tierra, de forma que cada una de ellas alojaba a uno de los siete planetas conocidos (incluyendo como tales al Sol y a la Luna) y era responsable de su movimiento.


Modelo aristotélico del Universo
Ilustración procedente de Stephen W. Hawking,
Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros.

Como puede apreciarse en la ilustración que figura más arriba, se creía entonces que el orden de distancia de los planetas a la Tierra era, desde el más alejado hasta el más cercano, el siguiente: Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio y la Luna. Aunque ahora sabemos que ese orden no es correcto, ya que, por ejemplo, Mercurio se encuentra más cerca del Sol que Venus, eso no significa que fuera establecido de una manera caprichosa. En la antigüedad no se habían desarrollado aún métodos adecuados para medir la distancia de los planetas y estrellas respecto de la Tierra, de modo que fue necesario especular a partir de los datos disponibles. Partiendo del supuesto de que los planetas giraban en torno a la Tierra (algo que parecía ser un simple dato observacional, que se imponía por sentido común) era lógico pensar que aquellos planetas que parecían moverse más despacio y tenían ciclos de revolución más lentos debían estar más lejos. Por esta razón se pensó que Mercurio, que se mueve más deprisa que Venus, debía estar más cerca de la Tierra.

Este ordenamiento de los planetas fue utilizado por los astrólogos egipcios para asignar a cada una de las 24 horas del día un planeta regente. La primera hora del primer día de la semana fue adjudicada al más lento de los planetas conocidos, Saturno, y las seis siguientes a Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la Luna, en el mismo orden de sus velocidades crecientes. Una vez completado un ciclo de siete horas, de nuevo se repetía la misma secuencia, empezando otra vez por Saturno. Como el número de horas de un día (24) no es múltiplo del número de los planetas (7), la última secuencia del día quedaba partida en dos. Así, la primera hora del segundo día de la semana era atribuida al planeta que continuaba la secuencia en el punto en que quedó interrumpida al final del día anterior, es decir, al Sol. Por la misma mecánica, la primera hora del tercer día correspondía a la Luna, la del cuarto día a Marte, la del quinto a Mercurio, la del sexto a Júpiter y la del séptimo a Venus. Pero al fin del séptimo día, la última hora correspondía a la Luna, de forma que la última secuencia del séptimo día no quedaba interrumpida. El octavo día tenía, de nuevo, a Saturno, como regente de la primera hora y, por tanto, del día. Este es, pues, el origen de la denominación y el orden de los días de la semana. La semana primitiva (sumeria y egipcia) comenzaba el sábado, y los días se sucedían de la misma manera que todavía conservamos: Sabado (día de Saturno -en inglés, Saturday), Domingo (día del Sol -en inglés, Sunday), Lunes (día de la Luna), Martes (día de Marte), Miércoles (día de Mercurio), Jueves (día de Júpiter -declinado jovis en latín) y Viernes (día de Venus).

La semana planetaria. Regentes de las horas.
(Pulse sobre la tabla si desea verla ampliada)

Por consiguiente, todo parece indicar que los judíos tomaron de babilonios y egipcios la estructura de la semana, de origen astrológico, pero para diferenciarse de ellos y reivindicar la independencia y superioridad de su fe, desplazaron su comienzo al Domingo, estableciendo el Shabbath como día de descanso. Más tarde, los cristianos repitieron la jugada y, para diferenciarse de los judíos, hicieron comenzar la semana el Lunes.

Durante la antigüedad y en la edad media, astrólogos y alquimistas jugaron con este ordenamiento de los planetas para buscar en él propiedades ocultas o correspondencias curiosas. Por ejemplo, supongamos que colocamos los siete planetas tradicionales en el orden de sus supuestas distancias en cada uno de los vértices de un polígono de siete lados. O bien -lo que resulta enteramente equivalente- los colocamos dentro de una carta astral en una secuencia de septiles encadenados, tal y como se muestra en la siguiente imagen:



Partiendo de Saturno y avanzando en la dirección de los signos del zodíaco (antihoraria o levógira) obtenemos la secuencia de distancias menguantes respecto de la Tierra, tal como se creía que eran en la antigüedad.

Si en lugar de usar septiles (aspectos de 51º 26') unimos los planetas por tri-septiles (aspectos de 154º 17'), obtendremos la siguiente variante de la misma distribución planetaria:



Si ahora seguimos las líneas, comenzando por Saturno hacia el Sol y persiguiendo después de manera continua toda la estrella de siete puntas, se establecerá la secuencia: Saturno, Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter y Venus, que se corresponde exactamente con el orden de los días de la semana. Mucha gente se queda maravillada ante la contemplación de esta "estrella mágica". Sin embargo, no tiene nada de particular. Es una consecuencia lógica de que en un día de 24 horas sólo quepan tres secuencias completas de siete planetas más tres planetas sobrantes. Cada línea representa un salto de esos tres planetas.

Por otra parte, si en lugar de unir los planetas por septiles o tri-septiles, los unimos por bi-septiles (aspectos de 102º 51') obtenemos una estrella de siete puntas diferente:



John Martineau (A Little Book of Coincidence, p.8) nos recuerda que, en la antigüedad, se establecieron determinadas asociaciones de ciertos metales con los siete planetas conocidos entonces. Así, a Saturno se le atribuye el plomo, a Júpiter el estaño, a Marte el hierro; el Sol se asocia con el oro, Venus con el cobre, Mercurio con el mercurio y la Luna con la plata. Si, del mismo modo que hicimos antes, seguimos las líneas de esta estrella de siete puntas, comenzando también con Saturno, pero en dirección horaria, obtenemos la siguiente secuencia:

Saturno, Mercurio, Sol, Júpiter, Luna, Venus y Marte.

Si ordenamos ahora los metales mencionados en una escala descendente, según sus números atómicos, el resultado es:

Plomo (82), Mercurio (80), Oro (79), Estaño (50), Plata (47), Cobre (29), Hierro (26).

En la antigüedad se desconocían estos números atómicos, así que no cabe ver en esto nada más que una coincidencia. Bien, ¡ese es el tema de su libro: las coincidencias!

Se dirá, además, que todas estas coincidencias carecen de valor, pues se basan en correlaciones con una forma de ordenar los planetas a partir de una estimación equivocada de sus distancias. Esto es cierto, pero si adoptamos un criterio nuevo, a saber, la velocidad media aparente (geocéntrica) de los planetas (luminarias incluidas) visibles a simple vista, la secuencia obtenida es otra vez la misma: Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la Luna.

¿Todo esto tiene algo que ver con el armónico 7 ó con el significado de los septiles y demás aspectos de la serie del 7? A mi me parece que no, a pesar de que Michael Harding, por ejemplo, comienza su capítulo sobre el armónico 7 afirmando: "como astrólogos reconocemos la importancia del 7 como el número de los planetas conocidos en la antigüedad" (Michael Harding y Charles Harvey, Working with Astrology, p. 224). Y Harding continúa diciendo:
Éstos fueron vistos como controladores o abarcadores de todos los asuntos humanos y del destino, y esta observación fue reforzada en parte por el aparentemente extraño cociente que resulta de dividir ‘el todo’ (el 1) por su séptima parte. El resultado, 0,142857 recurrente, ha dado algún trabajo a los matemáticos desde que sus propiedades fueron descubiertas hace miles de años.

Por ejemplo, cada multiplicación del número 142857 por un número del 1 al 6 producirá un número que contiene esas mismas cifras en secuencias diferentes. Si lo partimos en 142 y 857, sumando las dos partes obtenemos 999. El resultado de multiplicar 142857 por 7 es 999999. La secuencia y el ciclo natural de las muchas permutaciones del número 7 han absorbido a los matemáticos por siglos.
Más curiosidades... para los que gusten de especulaciones pitagóricas, que no es mi caso.

Para terminar diré que es posible que el armónico 7 tenga algo que ver con el planeta Urano, porque su ciclo de 84 años es múltiplo de 7 (7 x 12), lo que hace que este planeta emplee un promedio de siete años en recorrer cada signo y cada casa de una carta. El armónico 84, por cierto, es el lugar donde pueden conectarse las configuraciones de aspectos de la serie del 7 con las más conocidas de la serie del 12.

También es posible que la Luna sintonice con el armónico 7, pues tiene ciclos próximos a 28 días, que son cuatro semanas de siete días. En realidad, el ciclo trópico de la Luna es de 27,32 días y el ciclo sinódico lunar medio dura 29,53 días. Pero el biorritmo emocional de 28 días exactos parece ser una acomodación a los ritmos lunares, en términos de un número entero de días, múltiplo de 7.

En cualquier caso, una combinación Luna-Urano encaja bien con el significado que se le atribuye a este armónico: fantasías utópicas, ideas con significado emocional, descubrimientos, "flashes" repentinos, vivir en un mundo propio, etcétera.




No hay comentarios:

Publicar un comentario