En las dos primeras entradas de este blog he apuntado algunas semejanzas y diferencias entre la astrología y las modernas ciencias de la naturaleza. El tema estaba sólo esbozado y hoy quiero añadir unos cuantos trazos más a ese boceto.
Por lo general, en la mayoría de las disciplinas a las que hoy en día nadie les regatea su condición de científicas se conoce el origen de cada uno de los elementos que la componen: teorías, enunciados observacionales, clasificaciones, definiciones y principios o leyes generales. Se sabe quién los introdujo, cuándo y por qué. En astrología esto sólo es así en mucha menor medida. El origen de una gran parte de sus contenidos es incierto, todo lo más podemos rastrear hasta llegar al autor más antiguo que menciona esto o aquello -digamos Ptolomeo o Manilius- pero a sabiendas de que estos autores simplemente se están haciendo eco de una tradición anterior que son incapaces de justificar debidamente. En ese sentido, toda teoría astrológica es incompleta. No digo que sea falsa ni inútil, sino que desconocemos el modus operandi de las configuraciones astrológicas sobre los hechos que se les correlacionan. Y mientras sigamos sin saber cómo se produce exactamente el milagro de la conexión cósmica con nuestro ser, nuestro actuar y nuestro padecer no podremos presumir, por más observaciones que acumulemos, de haber alcanzado un conocimiento científico sólidamente establecido o definitivamente demostrado. Podemos mostrar, pero no demostrar.
En estas condiciones tal vez sería aconsejable vigilar un poco nuestro lenguaje astrológico y modificar algunos hábitos de expresión que nos comprometen o nos conducen a disputas innecesarias. Consideremos, por ejemplo, el siguiente enunciado:
"El día en que se produjo el ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York Júpiter ocupaba el mismo grado del zodíaco en que se hallaba el Sol cuando el Segundo Congreso Continental proclamó la Declaración de Indepencia de las todavía entonces colonias británicas en Norteamérica."
Esto es cierto y seguirá siéndolo incluso en el caso de que la astrología sea falsa. Pero si digo en relación al mismo caso que el ataque se produjo porque Júpiter transitaba sobre el Sol de la carta del día de la mencionada proclamación, entonces estoy diciendo algo que puede ser falso, incluso aunque la astrología sea verdadera.
Aclaro que la proclamación de independencia tuvo lugar el 2 de julio de 1776, con el Sol a 11 grados de Cáncer, y no el 4 de julio, que sólo es el día en que la firmó John Hancock, aunque tampoco entonces se hizo efectiva. El 11 de septiembre de 2001 Júpiter se hallaba también a 11 grados de Cáncer.
Tenemos aquí, por una parte, dos hechos que constituyen momentos clave de una misma historia que les sirve de vínculo, la del desarrollo de los Estados Unidos de América; por otra parte, tenemos dos datos astronómicos que coinciden en el tiempo con esos dos hechos históricos y que se vinculan, además, entre sí, por una semejanza de posiciones. Si los historiadores no nos han engañado y los astrónomos no se han equivocado en sus cálculos, entonces todo esto que acabamos de mencionar es indiscutible. Lo que ya no está tan claro es si estamos o no en presencia de un hecho astrológico, es decir, si tenemos o no derecho a presumir una relación significativa entre el enlace de posiciones planetarias y el vínculo de hechos históricos.
Por supuesto, para el escéptico la cuestión está zanjada de antemano: se trata de una simple coincidencia entre cosas que no tienen nada que ver. Pero si un astrólogo se atreve a afirmar que eso sucedió porque Júpiter alcanzaba el mismo grado que el Sol de la proclamación, sin duda se las tendrá que ver con otro astrólogo que dirá más bien que eso sucedió a pesar de que Júpiter, el mayor de los benéficos, estuviera formando ese tránsito. El primero puede aducir que los astrólogos hindúes consideran que Júpiter, junto a su conocida faz benéfica, tiene también un lado maléfico; puede señalar que la tendencia de Júpiter a la exageración y a la exhibición concuerda bien con la espectacularidad que tuvo el asunto, con que se desarrollara a plena luz del día y ante las cámaras de la televisión. Y el segundo puede replicar que había también una oposición de Saturno con Plutón que, por tratarse de maléficos "explica" mejor el suceso.
Si el primer astrólogo hubiese dicho 'cuando' donde dijo 'porque' se habría ahorrado la discusión. El segundo astrólogo habría añadido: "sí, en efecto,... y cuando Saturno se oponía a Plutón". Y el escéptico seguiría encogiéndose de hombros.
Hablando así no nos pillamos los dedos, pero, claro, puede que parezcamos tontos. ¿A qué viene mencionar donde estaba un planeta cuando sucedió tal cosa si no pretendemos que haya ahí una relación significativa? La relación debe ser afirmada o, al menos, sugerida. Pero la expresión 'porque' apunta a un tipo de relación causal, lo cual es ir demasiado lejos si -como es el caso- no se está en condiciones de señalar la naturaleza de la causa ni el modo de acción causal.
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