sábado, 21 de noviembre de 2009

Leo y la caverna de Platón, 2.



las almas inmortales, cuando llegan a la cima (de la bóveda del cielo) salen afuera y se detienen firmes sobre la parte superior del cielo, y, en esta posición, las conduce el movimiento circular de la bóveda celeste, mientras ellas contemplan lo que hay fuera del cielo.(...) la realidad que verdaderamente es sin color, sin forma, impalpable, que sólo puede ser contemplada por la inteligencia, piloto del alma, ocupa este lugar. [Platón, Fedro, 247a]

Si el mundo inteligible se encuentra fuera de la caverna y el mundo sensible propiamente dicho se circunscribe al área de visión de los prisioneros, es necesario que todo cuanto hay entre el muro a espaldas de los prisioneros y la entrada de la caverna sea algo intermedio entre lo sensible y lo inteligible. Nada nos dice Platón sobre los porteadores ni su carga, todo lo que comenta sobre esa zona es que la luz del fuego representa "el poder del Sol". ¿Pero qué es el Sol para Platón? Al final del libro VI de La República, justo antes de la exposición del mito de la caverna, podemos leer:
-¿A cuál de los dioses del cielo podrías atribuir el dominio de esas cosas e incluso la producción de la luz, por medio de la cual ven nuestros ojos y son vistos los objetos de la manera más perfecta?
-Pues al que tú y los demás la atribuyen. Porque parece claro que quieres referirte al sol.
-Y bien, ¿no es esta la relación natural de la vista con ese dios?
-No te entiendo.
-¿No es como un sol la vista, y lo mismo el órgano en el que se produce, al que damos el nombre de ojo?
-Creo que no.
-Sin embargo, debo decirte que, a mi entender, es de todos los órganos de nuestros sentidos el que más se parece al sol.
-Sin duda.
-Y esa facultad de ver que posee, ¿no le ha sido concedida por el sol como a título de emanación?
-Así es.
-A él deseaba referirme cuando hablaba de ese descendiente del Bien, análogo en todo a su padre. El uno se comporta en la esfera de lo visible, con referencia a la visión y a lo visto, no de otro modo que el otro, en la esfera de lo inteligible, con relación a la inteligencia y a lo pensado por ella.
El Sol es, pues, uno de los dioses del cielo. Para Platón, todo el cosmos con sus estrellas y planetas está habitado por dioses o inteligencias, cuyas almas se desplazan libremente por sus infinitos espacios. Concibe el cosmos como un gigantesco ser vivo animado por un alma inteligente que es su principio de movimiento y de orden: el Alma del Mundo. Este Alma del Mundo es obra de un dios artista, el demiurgo, que crea también el mundo y al hombre con la colaboración de otros dioses menores. Pero ni el demiurgo ni los otros dioses crean a partir de la nada, como en la tradición judaica, sino que lo hacen a partir de dos elementos preexistentes: la materia y el mundo inteligible, que son ambos eternos. Se inspiran en las formas del mundo inteligible para moldear la materia, pero ésta presenta resistencia y negatividad; el resultado, por tanto, no alcanza la perfección del modelo. ¿No serán, pues, los porteadores estos dioses productores del mundo sensible? ¿No serán los objetos que portan los moldes que han creado a imitación de los objetos del exterior de la caverna para formar con ellos las cosas visibles? A mi juicio ésta es la explicación que mejor encaja con el resto de la doctrina platónica.

La bóveda celeste, el sol, los planetas y las estrellas, son objetos visibles por el ojo humano y pertenecen, por tanto, al mundo sensible. Por ello deben quedar representados en el interior de la caverna. Pero son al mismo tiempo el receptáculo de divinidades y de inteligencias invisibles que gobiernan tanto los movimientos del cosmos como las cosas de este mundo. Por eso deben quedar fuera del área de visión de los prisioneros.

¿Y qué tiene todo esto que ver con el signo de Leo? En primer lugar, sabemos que Ptolomeo atribuye al Sol regencia sobre Leo y que Platón coloca al Sol visible como encarnación sensible de la idea de Bien, que es el Sol inteligible y la meta final de su indagación filosófica. La filosofía de Platón es un iluminismo, que desprecia los sentidos como fuente de conocimiento y confía solamente en la luz de la razón. La luz, el fuego y el sol son figuras recurrentes de las que se vale Platón para privilegiar la noesis o intuición intelectual como forma suprema del conocer.
En segundo lugar, Platón entiende que el alma es de origen divino y la existencia terrestre es indigna de ella; el cuerpo es para el alma una cadena, una prisión, una tumba. Esto es característico de los signos de fuego -no es raro, por ejemplo, que se olviden de comer- y les distingue de los signos de tierra, por ejemplo. En tercer lugar, la platónica es una filosofía de elevación o superación, algo que también es propio del fuego, el cual, como señala Aristóteles, se mueve hacia lo alto de manera natural. La carga de la terrenalidad, el peso de la encarnación y el lastre de la dependencia de los sentidos son señalados por Platón como fardos que conviene dejar atrás cuanto antes, en el progreso del alma hacia el Bien y hacia los más nobles ideales. En cuarto lugar, su ideal político es de corte autoritario. El gobierno debe corresponder al rey-filósofo, que hará cumplir las leyes con ayuda de la clase de los guerreros por la fuerza si fuere necesario. La justificación de esto es que la Verdad es absoluta (posición dogmática) y no algo opinable y quien accede a ella después de un largo entrenamiento (simbolizado por el esfuerzo en salir de la caverna) es el único preparado para guiar a los demás. Por eso desprecia la democracia y defiende la organización jerárquica en torno a un monarca que sea noble de carácter, justo y sabio.

Y así es como pasamos de Sócrates a Platón y de Cáncer a Leo.


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